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Alquimia de la lectura

Opinión del experto nacional

Opinión del experto nacional

Por Alejandro Espinosa Fuentes*

 

No hace mucho oí decir a un librero que el mayor competidor de las librerías no es Amazon, sino Netflix. ¿Por qué voy a leer un libro si me puedo esperar a que lo conviertan en película o serie? Buena pregunta. Difícil de responder. ¿Qué tiene el libro que no tengan los formatos audiovisuales? No hay efectos especiales, no hay actores famosos, desgasta los ojos y en ocasiones cuentan historias sofisticadas sin pies ni cabeza. Entonces, ¿por qué seguimos leyendo? ¿Por qué no convertir a todos los escritores en guionistas de Netflix? La literatura parece, en una era de mensajería instantánea y alta definición, una actividad anticuada.

¿Por qué leer? ¿Por nostalgia? ¿Porque nos hace buenos o más inteligentes? No creo en ninguna de estas razones. La literatura no te hace más inteligente ni más bondadoso ni más profundo. La mayoría de las veces te vuelve un ser complejo, solitario y un poco incomprendido. ¿Por qué considerarla una disciplina necesaria? Es claro que en el presente siglo leemos más que nunca, pero leemos en su mayoría basura, noticias controversiales que apelan a nuestros instintos más brutos, mensajitos efectistas en grupos de Whatsapp, resúmenes vagos de lo que nos dice Wikipedia que son las cosas.

En verdad leemos mucho gracias a la tecnología, el problema es que imaginamos poco. La imaginación de los individuos se está carcomiendo por ideologías mercantiles, discursos de éxito y una salvaje competencia entre modelos bien definidos de seres humanos: populares e impopulares; aceptados y rechazados. Un pulgar en lo alto o un corazoncito esgrimen nuestra opinión más sofisticada. Cada vez hay menos espacio para la duda, las áreas grises, las diferentes perspectivas; elementos reflexivos que sin duda aporta la literatura.

¿Y qué es la literatura?  Un gran coro de voces que relatan historias. Se podría rebatir que Netflix también contiene un conjunto de historias, o que Facebook conjunta millones de voces en tiempo real. Quizá tengan razón, pero hay un detalle que distingue a la literatura de otros formatos y tiene que ver con cómo son atendidas estas voces. Los productos culturales masivos nos invitan a consumir un contenido calculado milimétricamente para conseguir determinados efectos en sus espectadores. En cambio, la literatura sólo se compone de signos; palitos y rayitas, círculos y puntitos que el lector ha de decodificar entendiendo cada palabra como un mensaje personal y polisémico.

Cuando leemos, imaginación, conocimientos, entorno y memoria son los responsables de poner en escena una historia cifrada. Si escribo la palabra manzana, esas letras inventarán en mi mente una manzana roja, pero puede que otro se imagine una manzana verde. Si una palabra sencilla tiene tantas posibilidades, consideren el terremoto síquico que implica una palabra compleja. La inmediatez no nos da tiempo para reflexionarlo. En redes sociales, en series que se consumen, capítulo a capítulo aceptamos el contenido y pocas veces tenemos tiempo de traducirlo a nuestra propia realidad. Sólo la literatura es capaz de ponernos en ese aprieto.

Ningún otro artefacto como el libro nos hace preguntarnos tanto por las cosas que nunca existieron, las posibilidades de la palabra, las utopías. Estas actividades, por absurdas que parezcan, han sido el motor de grandes inventos y movimientos sociales. El mismo Mark Zuckerberg llegó a decir que La Eneida de Virgilio le inspiró la idea de una red social. ¿Cómo pudo un lector de Virgilio crear una plataforma que es, en gran medida, responsable de la extinción de la literatura? ¿Cómo hubiera dado con esta información si no fuera por ciertas páginas de internet e inventos como el de Zuckerberg?

Quizás no debamos satanizar a las nuevas tecnologías por ser superficiales e inmediatas, así como no deberíamos despreciar la sabiduría de los libros por ser tardos y complejos. Creo que se puede llegar a un equilibrio, pero eso sí, teniendo en cuenta que la lectura siempre será un ejercicio de resistencia, una forma de cuestionar la realidad, de apropiárnosla. Seré ingenuo, quizás, pero creo que si dedicáramos más tiempo a ejercitar nuestra imaginación, habitaríamos un lugar menos bruto, menos violento. Un lugar donde la vida, y no la muerte, como pasa en México, defina nuestra historia.

 

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