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Los placeres cotidianos

Miguel Dová

Miguel Dová

Fue en Francia donde empecé a sentirme peruano”

Puedo no coincidir en todos sus postulados, muchas veces me parece un poquito extremo, él, nuestro gran maestro, que empezó mucho más a la izquierda en el cuadrante, hoy, a sus 86 años y como miembro distinguido de la Academia Francesa, se encuentra políticamente más allá del centro y se afianza como un liberal convencido y coherente con su pensamiento.

Me enamoré de don Mario Vargas Llosa hace años, cuando cayó en mis manos La fiesta del chivo. A partir de ahí comencé a seguirle y es hoy, para mí, el escritor vivo en nuestra lengua más influyente y relevante del mundo. Transité por Travesuras de la niña mala, por las Conversaciones en la catedral, La verdad de las mentiras, La ciudad y los perros, La tía Julia y el escribidor, El fuego de la imaginación, La casa verde y varios más que se me escapan ahora de la memoria. Leo sus artículos de opinión en El País, en los que, muchas veces, coincido y aplaudo y, otras, aprendo a ser tolerante con miradas distintas y, aun sin compartir el fondo, siempre disfruto la forma.

Hace unos días, en su discurso ante los miembros de esta institución creada en 1635 por el cardenal Richelieu para velar por la lengua francesa, Vargas Llosa destacó que “fue en Francia —¡qué paradoja!— donde comencé a sentirme un escritor peruano y latinoamericano”. De igual manera hizo un alegato por la libertad y dijo que “la novela salvará la democracia o se echará a perder con ella y desaparecerá”.

Puesto en esa idea, atacó la caricatura que los países totalitarios nos venden como novelas, pero que sólo existen después de haber pasado por la censura que las mutila, y con ello apuntalar las fantasmagóricas instituciones de tales pantomimas de democracia, como las que nos ejemplifica la Rusia de Vladimir Putin. Tengo que decir que la presencia del
rey emérito Juan Carlos le afeó un poquito la fiesta. Estoy a medias con uno de sus últimos libros, una biografía excelsa, El pez en el agua. Confío en que le quede tiempo, interés y voluntad para seguir haciéndonos disfrutar de su prosa. Ya he dicho que no entraré a juzgar ni su estridente estilo de vida en los últimos años acompañado de la Preysler, más dada al mundo rosa que a la literatura. Alguna vez me lo encontré en Madrid y crucé con él apenas un saludo educado, pero albergo la esperanza de encontrarlo de nuevo y tener la oportunidad de compartir un café y una charla, será para mí una cátedra viva.

La semana empezó con el Super Bowl y el vientre de Rihanna, cada cosa en lo suyo, tiene todo el derecho de estar embarazada, decían en casa durante el medio tiempo, no estuve muy de acuerdo, soy en esas lides un ave contreras, pero si te dedicas al canto y al baile y te debes a tus admiradores, no los prives de tus gracias por un embarazo que pudiste guardar en privado.

Del partido me quedo con la emoción, a fuerza de ser honesto, la de los que me acompañaban, porque yo, cuando cerró la chica de Bahamas, me puse con mi libro y me olvidé del Súper Tazón, queda ahí de manifiesto el poco interés que me causa el deporte de los catorrazos. Y hablando de libros, el que traigo entre manos es una joya, no temo exagerar si digo que es una de las novelas más hermosas que he leído en mi vida. Se trata de Física de la tristeza, de Georgui Gospodínov. Acuérdense de mí en unos añitos cuando vean a este escritor búlgaro recibir el Premio Nobel de Literatura. Yo, por lo pronto, sigo en mi máster, recogiendo algunos elogios y trabajando como enajenado en mi novela, espero que pronto pueda anunciarles que está lista, por lo de pronto me aferro a la ilusión y me sigo esforzando todo lo que me dan las ansias. Feliz miércoles.

 

 

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