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De política y cosas más sucias

Miguel Dová

Miguel Dová

 

Qué viva el humanismo mexicano

Se requiere de una autoestima delirante para proclamar a voz en grito el nacimiento de una filosofía de gobierno bajo un término creado en casa, ad hoc y a la medida. Pero, calma fifí de poca monta, pudo ser peor, dijo el que perdió una pierna, pude haber perdido las dos. Claro que pudo ser peor si se les hubiera encendido la mecha del liderato oceánico y nos llevara al humanismo latinoamericano, y todavía más ridículo si fuera humanismo mundial o universal. Manda huevos. Es cierto que no es el primero en acuñar un título a su desfiguro político, ya lo hizo Salinas de Gortari cuando mezcló churras con merinas para crear el Liberalismo Social.

El humanismo es precioso, y lo mexicano nos embelesa. ¿Qué puede salir mal? A quién no va a gustarle nuestro título por demás de vanguardia, quién puede ser el necio, el derechoso, fascista, fifí y conservador que encuentre algo malo en la primorosa alegoría que esta frase esconde. Humanismo Mexicano. De verdad que hay que tenerlos muy grandes. El diccionario define Humanismo dividiéndolo en cuatro o cinco acepciones igual de válidas. El cultivo o conocimiento de las letras humanas. El movimiento renacentista que propugna el retorno a la cultura grecolatina como medio para restaurar los valores humanos. El interés por los estudios filológicos y clásicos. La doctrina o actitud vital basada en una concepción integradora de los valores humanos. Y, por último: sistema de creencias centrado en el principio de que las necesidades de la sensibilidad y la inteligencia humana pueden satisfacerse sin tener que aceptar la existencia de Dios y la predicación de las religiones.

Vivimos en un régimen que opera por medio de ocurrencias, menos mal, el humanismo a la mexicana lo podría interpretar Thalía o Gloria Trevi, ambas hermosas y talentosas, incluso bailarlo a ritmo cadencioso o más tropical tabasqueño. Pudo ser peor, les decía. Pudo haber sido Socialismo Juarista del siglo XXI o alguna mamarrachada menos digerible. Este afán de ponerle nombre a todo es una muestra del más clásico populismo. Y lo malo es que no saben ni que están intitulando, se afloja la verborrea,  se crece el instinto paternal y se improvisa como si se estuviera rapeando. Luego del fracaso de fondo de la marcha del domingo o del desfile o de la exhibición de músculo presidencial, luego del despropósito de manifestarse contra una parte de su pueblo, por encima de la desvergüenza de hacernos creer que más de un millón de criaturas se emocionan por oír el canto de los últimos éxitos de la 4T, pero ahora sin Los Tigres del Norte y sin Chico Che, Dios lo tenga en su santa gloria, sólo solapados por unas cuantas tortas, refrescos, transporte y las amenazas de puesto, salario o dádiva. Emocionado y cansado, el señor Presidente nos prometió otra más antes de irse. Ojalá, como la mayoría de sus promesas tampoco nos cumpla esta.

Retorcer la realidad para acomodar un fracaso casi absoluto en una serie continuada de éxitos y realizaciones requiere de un guion maquiavélico, ni siquiera creo que sea obra de una sola persona, hacen falta muchos sesos para mentir con tal desfachatez. Disminución de violencia, mejoría en la economía, la salud como nunca y el cambio climático controlado, le ganamos a Arabia Saudita, y llegamos al quinto partido. ¡Viva México, cabrones!

Ustedes perdonarán que hoy me haya excedido. Hablando en serio, cuando ustedes estén leyendo esto, nuestros ratoncitos verdes estarán luchando contra el país árabe por la calificación. Suerte a nuestro seleccionado y, aunque sigo pensando que el Tata debe ser despedido el día que regresen de Qatar, por lo menos que nos dé una alegría hoy, que ponga a jugar a los mejores, que meta algún delantero y que podamos gritar un gol. De no ser así, éste sería uno de los peores mundiales de nuestra historia, y para cosas peores, ya estamos bien surtidos por aquí. ¡Vamos, México!

 

 

 

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