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Como la vida misma

Miguel Dová

Miguel Dová


 

La risa, el mundial y la que se avecina

Después de disfrutar el partido contra Polonia, le vi posibilidades a los nuestros, es cierto que no fuimos contundentes de cara al gol, pero controlamos el encuentro y, salvo esa jugada del penalti, los polacos tuvieron pocas oportunidades para hacernos daño. Bendito François Ochoa, nos regaló el suspiro emocionado del día. Eso es lo mejor del Mundial, poder emocionarse y gozar, como la afición iraní, que celebraba ayer el segundo gol con una energía tal que parecía que eran ellos los que ganaban 6-2.  Nuestra alegría puede complicarse el sábado contra Argentina, aunque después de lo poco que mostró contra los saudíes ya no sé ni qué opinar. El futbol es una fiesta y hay que reírse.  Con Mundial o sin él, con la promoción de la marcha chapucera del domingo que viene, con las malas y las peores, con las que vengan, sostengo que una vida que no está sobrada en risas, no vale la pena vivirla.

La risa suele ser un reflejo de nuestro interior; entre otras muchas frases famosas, decía dos cosas Hazlitt que, además de caerme muy bien, era periodista, filósofo, escritor y creo que también un señor muy bueno para hacer punto de cruz, la primera: “El silencio es el gran arte de la conversación”. Y la segunda: “Se es feliz porque se ríe”, aunque casi todos pensemos al revés, que se ríe porque se es feliz. Así, aun atravesando un mal momento, las personas con vocación de sonrisas son más proclives a alcanzar altos cotos de felicidad.

A mí me gusta mucho reír, y soy feliz también cuando puedo arrancar una sonrisa a quien quiero. Generalmente, la risa, compañera inseparable del buen humor, implica una relación inteligente, primero con uno mismo y después con quienes nos rodean. Mi adorada Unagi tiene una enorme facilidad para la risa, a veces disfruta con infantil algarabía los chistes más bobos, aunque me consta que, desde su monumental inteligencia sabe sacar jugo a situaciones complejas y la he visto sonreír en las más graves circunstancias, aun dentro de su total coherencia y sin perder el plano de su realidad.

En mi casa, con amigos y familia, reímos todos, mis hijos y nietos son particularmente simpáticos, nuestras fiestas y reuniones se pueblan de ironías, sarcasmos, bromas y, a medida que avanzan, se tornan en una cascada de sana tontería, vamos bajando el listón y acabamos riendo casi por inercia. Esto resulta siempre un ejercicio muy saludable, más allá de la multitud de músculos que ejercitamos para reírnos, se ponen a funcionar también la bondad y la buena onda. Me cuesta expresar que río en mi comunicación por escrito, frente a la onomatopeya típica de un simple ja, ja, yo me siento cohibido y debo aclarar con oraciones completas que me estoy divirtiendo o que algo me ha hecho reír. Entiendo que puede ser una deformación profesional, ya que me gano la vida haciendo textos y, en ellos, caben pocas risas explícitas.

Las cadenas de memes, videos cómicos y demás herramientas del humor en las redes pueden parecerme, a veces, muy exquisitas y las comparto para provocar la misma risa que a mí me causaron. Hoy, los chistes viajan de continente a continente en apenas segundos y resulta complicado mantener algunos frescos para lucimiento en la siguiente cena, eso exige actualización constante y virar el tipo de humor, a la búsqueda de situaciones chuscas en la propia reunión, siempre aconsejable, por cierto, haciendo escarnio de uno mismo. Disfruto de las personas simpáticas y puedo enamorarme de quien sepa hacerme reír, lo valoro y lo asocio siempre a inteligencias muy pulidas. A mi edad es recomendable huir de los sosos y los aburridos.

La vida es muy corta para vestirse triste, rezaba un eslogan publicitario, para mí, la vida es tan corta que hay que reírse.

 

 

 

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