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Más violencia toca a la puerta. Aniversario del ataque

Miguel Ángel Godínez García

Miguel Ángel Godínez García

Alto mando

Las últimas décadas constituyen el tiempo que necesitó la sociedad mexicana para acuñar en su narrativa cotidiana el término “delincuencia organizada”, atribuyéndole la autoría de la violencia, la corrupción y la inseguridad de la que es víctima. Lejos están las épocas en las que veíamos con cierto desdén las turbulencias por las que pasaban los países vecinos.

Las mafias de la droga se han adueñado de los espacios públicos y se han diversificado; el secuestro, la extorsión, el tráfico de personas y de armas es común, es parte de su negocio. Su motivación se centra en la preservación y expansión de su imperio económico. Para ello, aprovechan las debilidades institucionales del poder público, principalmente municipal y estatal, así como los vacíos legales y de coordinación que pueden existir entre las agencias especializadas. Son ya organizaciones trasnacionales que operan con los mismos mecanismos de control e influencia.

El regreso del talibán después de veinte años le suma nuevas variables a esta problemática. Las organizaciones terroristas talibanes y los cárteles mexicanos poseen puntos de coincidencia. Ambos son líderes en la venta y distribución de droga, en mercados y productos específicos, inclusive ya compiten. Los dos son generadores de violencia, aunque con motivaciones diferentes. A los primeros se les identifica como narcoterroristas. A los segundos se les reconoce como organizaciones criminales transnacionales. Poseen capacidad económica, formación bélica y conocimiento operativo de las rutas del tráfico de personas y armas en todo el mundo.

Los talibanes tienen dos objetivos: preservar e incrementar su fuente de ingresos y consolidar su movimiento religioso, por ello, la lucha por los mercados internacionales de la droga seguramente se intensificará. Los grupos extremistas querrán “marcar territorio” y “adueñarse o arrebatar los mismos”. Los cárteles mexicanos defenderán o negociarán las rutas del trasiego que controlan y el sellado de la frontera norteamericana por razones de seguridad nacional será factor que incremente la violencia civil y la tensión entre ambos grupos. México pudiera estar viviendo tiempos difíciles.

Nuestros vecinos estarán atentos de la posición que adopten los grupos criminales mexicanos. Si se alían con los talibanes o pierden el control de las rutas del trasiego de droga, debilitándose en lo interno y externo, seguramente cambiará la calificación que el Departamento de Justicia norteamericano les fijó, pasando de grupos violentos “intra e intercárteles” a “narcoterroristas”, justificando una posible intervención.

Es claro que este escenario aún no está presente, pero constituye ya un riesgo a la seguridad nacional. El dominio de las mafias extrajeras en algunas actividades criminales en México constituye ejemplo de ello. Requerimos recomponer nuestras instituciones y fortalecer los municipios. La cooperación internacional, la perspectiva de género, el combate a la corrupción y la impunidad son rubros obligatorios en la estrategia. La lucha contra la delincuencia organizada debe continuar y ser analizada con un enfoque distinto. El Consejo de Seguridad Nacional requiere asumir el liderazgo, generar trabajo de inteligencia e incentivar la coordinación interinstitucional. Esto último fue en lo que fallaron los americanos.

Los cárteles y sus luchas internas nos cambiaron la vida. No abramos la puerta a la violencia y al abuso de poder extremista.

 

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