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¿Adiós al México solidario?

Max Cortázar

Max Cortázar

Quizá el covid-19 sea recordado como la primera crisis que atenta la salud y el bienestar de millones de familias, en la que no actuemos de manera unida los mexicanos para salir adelante. Como país, hasta ahora nos había caracterizado el actuar solidario con quienes han sufrido los estragos derivados de terremotos, huracanes e incendios. En esos momentos, la actitud proactiva de individuos se tradujo en cadenas organizadas que permitieron no sólo rescatar un importante número de vidas, sino también acelerar los tiempos de recuperación del fenómeno natural. Bajo este paraguas, siempre hubo un efecto inspirador de nuestro sentido de comunidad.

Sin embargo, a lo largo de la propagación del virus SARS-CoV-2 en México y en un entorno social en el que se ha sembrado la semilla de la polarización y la confrontación, la historia es muy distinta al reinar, a un mismo tiempo, tanto la falta de conciencia ciudadana sobre la importancia de acatar las medidas de distanciamiento social como la ausencia de una estrategia convincente por parte de las autoridades que facilite la movilización adecuada de recursos y actitudes en la atención a la crisis sanitaria. Las brechas de responsabilidad en ambas esferas están dejando al país con los dos pies en la ruta más larga de los deterioros en la salud y la economía de todos.

Muestra de ello es que, en la coyuntura, donde la Organización Mundial de la Salud ubica a México entre las naciones con mayor número de fallecimientos por covid-19, para una parte significativa de la ciudadanía los 5 mil 200 decesos registrados en nuestro territorio no son motivo suficiente para fortalecer las medidas que eviten mayores contagios. Es cierto, las semanas han corrido sin que a los hogares con menores ingresos les sea asegurado el acceso al banco de alimentos, entre otros apoyos de gobierno, para evitarles el tener que salir a conseguir su sustento diario; pero, a la par, los medios de comunicación y las redes sociales también dan cuenta, en notas e imágenes, de otra parte de los mexicanos que, si bien tienen la capacidad de confinarse, en una actitud por demás egoísta se resisten a dejar a un lado la convivencia social y siguen organizando concentraciones, lo cual amenaza con postergar los tiempos de la crisis.

Del lado del gobierno se presenta, de igual manera, un comportamiento que no consigue empatar con la evidencia. Las inconsistencias de las autoridades federales de salud evidenciadas en la evolución de los conteos, tienen como capítulo siguiente la reactivación de actividades económicas, cuando la curva de contagio sigue aún en tasas crecientes, teniendo como último marcador disponible los casi cincuenta mil infectados. ¿Cuál es la prisa oficial por el reinicio si la experiencia internacional muestra que la precipitación, al no estar debidamente acompañada de medidas laborales y transporte que garanticen sana distancia, tienen como consecuencia la crecida de infectados, con el consecuente regreso a las medidas más estrictas de aislamiento?

Más aun cuando, lejos de encontrar la curva, su eventual cambio de tendencias a la baja, instituciones especializadas, como el Instituto de Medición y Evaluación de la Salud, prevén el pico de contagio en México hasta la primera semana de agosto, con la casi certeza de vernos obligados a contabilizar miles de fallecimientos adicionales. Quizá por eso la premura de los funcionarios federales de salud tiene como respuesta el rechazo no sólo de autoridades del orden estatal y municipal, sino de otras organizaciones civiles, como sindicatos u organizaciones de padres y madres de familia que se niegan a regresar a la normalidad en estas condiciones.

Y es que la falta de aplicación de un número suficiente de pruebas, que permitan contar con un mapa claro del estado de contagio en los distintos puntos del territorio, está haciendo que la falta de acciones homogéneas vista al interior de la sociedad, se dé en paralelo a los fuertes disensos entre los tomadores públicos de decisión. Por ejemplo, al menos siete de catorce entidades federativas con posibilidad de reactivar actividades, de acuerdo al semáforo nacional, se niegan a hacerlo; la Sección 22 de la CNTE —un actor aliado del partido en el gobierno— dijo no al retorno a las aulas en 14 mil escuelas, sin contar los numerosos municipios llamados “de la esperanza” que se resisten a aventurarse con la amplitud que les recomienda la autoridad federal responsable de conducir la estrategia frente a la pandemia. Esto puede ser resultado de que México, en términos comparados, está levantando apenas 2% de las pruebas que por cada millón de habitantes realizan otras economías en proceso actual de reapertura, sin considerar que el pico de contagio en estas últimas pasó hace varias semanas.

Los especialistas internacionales han señalado que la falta de pruebas podría hacer que la gravedad del covid-19 en México se profundice y nadie, salvo un puñado de funcionarios de la Secretaría de Salud, pareciese querer correr con el costo político que conlleva la enfermedad y mayores decesos. Ahí está en Estados Unidos el ejemplo del presidente Donald Trump, que en un principio desestimó los alcances de la crisis sanitaria y, ante el eventual costo electoral que las 87 mil muertes en ese país le significan, ahora no se ha cansado en la búsqueda de culpables. Ojalá los incentivos de autoridades y ciudadanos en México se alineen, para evitar tener que entrar a ese tipo de disputas en el futuro.

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