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Es necesario otro diagnóstico sobre la violencia y la delincuencia

Mario Luis Fuentes

Mario Luis Fuentes

 

La violencia y la delincuencia, aunque prácticamente en todos los casos van de la mano, son, a pesar de todo, fenómenos distintos. Al respecto habría que decir que no toda expresión de violencia constituye un delito; aunque, por definición, casi todo delito sí implica una forma de ejercicio de la violencia.

Esta distinción, tan simple en apariencia, debería, sin embargo, estar en la base de un necesario y urgente nuevo diagnóstico nacional en la materia en nuestro país. Uno que dé cuenta no sólo de su magnitud, de su presencia territorial y dirigido a la caracterización sociodemográfica de las víctimas, sino que esté dirigido a la construcción de una auténtica fenomenología de la violencia y la actividad delictiva en el país.

Un diagnóstico de este tipo debe construirse, además, desde un enfoque interdisciplinario: debe considerar la perspectiva jurídica, criminológica, sicológica, social, económica, sociológica y filosófica, a fin de integrar una propuesta de comprensión compleja de la terrible realidad que estamos enfrentando como país.

Preocupa que el debate siga desarrollándose de manera parcializada y que, en la perspectiva oficial, se sigan separando las categorías de análisis, suponiendo a priori que se trata de fenómenos independientes. Se escucha afirmar en ese sentido, a funcionarias y funcionarios en los tres órdenes del gobierno, que “hay retos y pendientes” en algunos rubros delictivos y de violencia, pero que hay “avances sustantivos en otros”, asumiendo sin rigor analítico, al menos como posibilidad, que no hay una vinculación o relación estructural entre algunas o varias formas de violencia o tipología delictivas.

Así las cosas, tenemos un país en el que, en medio de la pandemia, se agudizaron las condiciones de violencia en los hogares; en el que creció la violencia sexual; en el que no hay avances relevantes en materia de feminicidios, y todo ello, en un contexto de violencia extrema —expresada en auténticos actos siniestros en varios estados del país, como el desmembramiento de cuerpos o la presencia masiva de fosas clandestinas—, mientras que en otros la presencia del crimen organizado es no sólo palpable, sino expansiva.

¿Qué explica la reciente explosión de violencia en Zacatecas? ¿Cómo y desde qué variables explicar el resurgimiento de la violencia homicida en entidades como Baja California, Tamaulipas, Michoacán, Chihuahua y Sonora? ¿Cómo encaja en esas ecuaciones la migración y sus nuevas tendencias, tanto de flujos de personas de Centroamérica como de las y los propios connacionales?

Todo esto se registra en medio de no pocas paradojas; por ejemplo, en la década de los 90 se argumentaba de forma recurrente que la violencia, particularmente la que se ejerce en los hogares, se vinculaba, entre otros factores, a los bajos niveles educativos de la población; pero hoy, cuando México ha alcanzado el mayor nivel de escolaridad promedio en todo el territorio nacional, lo que se observa es el pico más alto en las tendencias de violencia de todo tipo.

Se sostenía, y de hecho el discurso oficial insiste en ello, que la violencia y el crimen organizado proliferan en territorios con altos niveles de pobreza y marginación; pero en los casos de Chihuahua, Baja California, Guanajuato, Colima, Jalisco y Sonora, por citar algunos casos de las entidades más violentas, en realidad los indicadores socioeconómicos promedio se ubican significativamente por arriba de los promedios nacionales.

Frente a todo lo anterior, es importante actuar con mayor humildad intelectual y reconocer que, a pesar de todo lo que se ha estudiado, estamos aún muy lejos de tener un diagnóstico claro sobre qué hacer, de manera diferenciada, frente a los distintos tipos de violencia.

Lo que México no puede seguir haciendo es simplemente continuar con una estrategia sin un diagnóstico construido de cara a la nación, que incluya al menos lo aquí planteado; lo cual nos está llevando a llenar cárceles que hacen todo, menos reintegrar adecuadamente a las personas a la sociedad; pero, sobre todo, a reproducir sistémicamente ciclos de violencia cada vez más extremos.

 

 

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