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Ulalume González de León, todo es plagio, todo ha sido dicho

Mario Alberto Medrano González

Mario Alberto Medrano González

Si Ulalume González de León (Montevideo, Uruguay, 1932) decidió llamar Plagios a la reunión de su poesía tiene un orden puramente literario, mejor dicho intertextual. A qué me refiero, al pleno conocimiento de saber que todo ha sido dicho ya, o en palabras de Michel de Montaigne: No digo lo que otros dicen, sino para decirme mejor.

Nacida en Uruguay, pero radicada en México, Ulalume esgrimió poesía, narrativa y ensayo. Acaso sea en el duro ensayo y en la íntima poesía donde tiene mejores registros: en el primero, es cerebral, inteligente y aguda, capaz de descubrir siempre un algo nuevo de una obra u autor, como es el caso de El uno y el innumerable quién, el interesante análisis sobre la obra poética de E. E. Cummings, así como El riesgo del placer, donde la escritora pergeña ideas sobre la obra de Lewis Carroll.

Por razones y gustos personales, es su poesía lo que interesa dilucidar. El mundo poético de González de León es un movimiento espiritual, un ir hacia adentro de sus posibilidades, su exploración íntima es más de preguntas que de respuestas. Mundo hecho de aire, de nubes, poesía hecha en los cielos, “un pez del aire altísimo”.

Su educación en lengua francesa la convirtió en lectora temprana de los simbolistas, del Spleen, de la poesía más avanzada de mediados de un siglo XX, época de hallazgos poéticos. Sus padres, Sara y Roberto Ibáñez, ambos poetas, ambos uruguayos, no escatimaron al momento de poetizar a su hija.

Y son todas esas lecturas las que darán la esencia a la poesía de la autora mexicouruguaya. Mundo de intertexto, de vasos comunicantes, espacio no precisamente de contemplación como de explicación, de frases muy contundentes, una poesía, también, muy visual, de colores, texturas y geometrías.

Poemas de un erotismo contenido, por sutil, no por oculto, de jardines verdes y árboles “que vienen de sí mismo”. Dice Rubén Bonifaz Nuño, con respecto a la obra de Ulalume, “Situada entre alas y raíces, centro sensual del árbol del conocimiento, relumbra la poesía de Ulalume. Criatura de palabras, cifra de un código perfecto, engendra una suerte de sucesión simultánea de cristales y de espejos sobrepuestos, donde el mundo transcurre y se multiplica sin tregua en un solo punto. Laberinto translúcido”.

En su poema, Litología, la poeta hace una valoración de la propia existencia: “Arrojaría la primera piedra/ si tan sólo supiera/ contra qué/ contra quién/Pero callo/obedezco/gasto mis días/pongo/hasta el cansancio piedra sobre piedra/Repito:/sobre esta piedra inventaré mi vida/Repito:/sola piedra de escándalo la muerte/Y oigo la piedra de moler del tiempo/que adelanta noticias de mi polvo/Hasta las piedras saben esa historia:/que no quedará piedra sobre piedra”.

Valdría decir que este poema, Litología, es también un juego con la página en blanco. Ahí el poema-objeto, trazo-palabra, pincelada-verbo. Muchos autores de su generación, discípulos a la distancia de Un coup de dés (jamais n’abolira le hasard), intentaron jugar con la página, quisieron que fuera un campo minado de palabras, un laberinto de verbos e ideas, y sobre todo un destino.

Octavio Paz reconoce que la poesía de Ulalume González de León es, ante todo, visual. Ulalume pertenece a los poetas para quienes “el lenguaje es una geometría, una configuración de líneas que son signos que engendran otros signos, otras sombras, otras claridades: un dibujo… Para ella el lenguaje no es un océano, sino una arquitectura de líneas transparentes. La poesía de Ulalume no se toca: se ve. Poesía para ver”.

No todo el conjunto de su obra es parejo. A Ulalume hay que apreciarla por unidad, no por conjunto. Y sin duda hay poemas mucho más destacados y bellos que otros, algunos donde sólo juega con el lenguaje, sin mucha profundidad, haciendo malabares verbales. La mejor Ulalume es ésa que sueña despierta, donde el su mundo poeta está a la mitad de la vigilia y el sueño, entre la ensoñación y la intemperie.

Si bien es cierto que su carrera literaria, incluso sus influencias, mayormente son germinadas en México, no cabe duda que hay en esta poeta la tradición poética de su madre, Sara de Ibáñez, de Delmira Agustini, Juana de Ibarbourou, incluso hermanada de sus contemporáneas Vitale, Rossi y Vilariño.

 

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