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Nefando, viaje dentro de las entrañas de una habitación

Mario Alberto Medrano González

Mario Alberto Medrano González

 

La investigación que hace un policía-escritor-periodista (no se sabe a ciencia cierta cuántos lo hacen) abre el expediente de Nefando, el controvertido videojuego de la deep web. Desde la sima de ese universo, esta novela teje la urdimbre de un proceso de destrucción colectiva, en el que Mónica Ojeda, la autora, construye a personajes ensimismados, y que siempre están al límite.

Nefando inicia como un breve tratado de estilística y creación literaria. En el primer capítulo, la protagonista de este espacio (esa habitación), Kiki, está escribiendo su primera novela, pornográfica. Más arriba, la narradora (en tercera persona) de Nefando pergeña ideas, se entromete en cuestiones de narratología, de perspectivas, de personajes. Ahí, Ojeda ya declara principios. Se entiende que su intención, acaso la central, sea el lenguaje. Sea la escritura en sí misma: “el dolor no tiene lenguaje”, “como si quisiera atravesarlo con el lenguaje”, “cuánta dureza en las oraciones gramaticalmente correctas”, son ejemplos de este lenguaje aforístico de Kiki.

Dije al principio que esta obra es una urdimbre. Es imposible entenderla como movimientos aislados, aunque sí se pueden diseccionar. Nefando es una novela que avanza lentamente. La fragmentación de la historia en capítulos te permite conocer, mediante la polifonía, un hecho (otro hecho) neuronal, la pornografía infantil, conclusión a la que llegas después de andar mucho camino de esta deep web. No es la primera vez que Ojeda utiliza la estructura de los diversos puntos narrativos, ya lo había pergeñado en una novela anterior, La desfiguración de Silva, donde también los protagonistas son jóvenes, como ocurre en Nefando.

Esta misma polifonía es notoria en la interntextualidad. Pasa de Los detectives salvajes, de Bolaño, a La mujer desnuda, de Armonía Somers. Ahí, se vuelven a tejer la novela negra con la obra sexual, dos pilares de Nefando. Como investigador alrededor de la pista, esta novela es un uróboros, ese ciclo que se cumple devorándose a sí mismo.

Si bien es cierto que mediante el lenguaje logró fisurar un tema tan controvertido como la pederastia, Ojeda no crea mártires ni víctimas. En ello hay un gran acierto porque la novela no cae en juicios de valor, ni en conclusiones morales, ni melodramas. Los hermanos Terán no llevan como estigma el hecho de haber sido violados por sus padres, al contrario, los someten. Ahí, de esa distancia y liberación que tiene de la violación, es donde nace la idea del videojuego, el cual parece fascinar a los jugadores, se convierte en adicción, en droga y paliativo.

Si bien es cierto que no es nueva esta arquitectura narrativa, sí lo es el cómo lo cuenta. Hay una clara intención poética en todo. No hay frases efectistas, pero tampoco una búsqueda rítmica. Todos los personajes (Kiki, Iván, Cuco, los hermanos Terán), incluyendo al narrador, tienen más certezas que preguntas, cavilaciones casi filosóficas, verdades que detonan conmoción. Pocos arcos dramáticos, ya que todo se va revelando poco a poco, entonces no hay una acción evidente.

Mónica Ojeda, quien también es autora de las novelas La desfiguración de Silva, Mandíbula, así como de los libros de poesía El ciclo de las piedras e Historia de la leche, forma parte de un puñado de autoras ecuatorianas, junto a Natalia García Freire y Gabriela Ponce y Daniela Alcívar Bellolio (en cuanto novelistas), que están reconstruyendo e inventando una nueva narrativa en aquel país y en Latinoamérica.

Con Nefando, Almadía trae a México (al menos con mayor alcance) la voz de una narradora joven. Insistencia que ha mantenido publicando a autoras latinoamericanas como Liliana Colanzi (Bolivia) y Camila Fabbri (Argentina), ambas cuentistas, entre otras.

En próximas colaboraciones publicaré el intercambio de puntos de vista que tuve con Mónica Ojeda, quien ha sido muy abierta a la charla y el debate. Asimismo, tendré la oportunidad de esbozar algunas ideas en torno a la obra de García Freire y Gabriela Ponce.

 

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