Ida Vitale, en el aire, impreciso, el poema

Mario Alberto Medrano González
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Setenta años después de la publicación de su primer libro, La luz de esta memoria (1949), Ida Vitale (Montevideo, 1923) aún conserva la limpidez poética. Leitmotiv en su poesía, la transparencia en los versos de la uruguaya consiguen que su obra se sostenga en el aire, a veces impreciso, como ella misma afirma, otras con la solidez de un sol de mediodía.

Vitale es una de las poetas a las que no olvido nunca, vuelvo constantemente a su obra debido a la capacidad, que envidio, de elaborar metáforas con un lenguaje sencillo, con poco ornato, sin la dificultad que impuso a la generación a la que perteneció. La poesía de Ida se concatena con la filigrana de la oralidad; el hilo que teje su poesía es de metáforas de aire.

De Léxico de afinidades, principalmente, pero también de toda su obra, me sorprende la gran capacidad de Ida Vitale para la brevedad, la gran eficacia para someter el lenguaje a un cuerpo fugaz, a veces aforístico, acaso tan lacónico como la palabra Uruguay. En este libro, uno de mis predilectos, practica, con enorme oficio de poeta, la prosa, sin volver prosaica, sin caer en el vicio del narrador, utiliza el aforismo, sin recurrir a los malabares del pensamiento filosófico, pero con la gran sorpresa que da ese género.

Traductora de Benjamin Péret, Gaston Bachelard, Simone de Beauvoir, Jules Supervielle, Jean Lacouture, Mario Praz y Luigi Pirandello, en la poesía de Vitale se escuchan los ecos de estas obras, y no sólo por la esencia misma del poema, sino que la autora inicia un diálogo, mediante la utilización de algún verso, para dar una continuidad, para traducir mientras se traduce a sí misma.

Pocas obras son tan sólidas como la de Vitale, a pesar de dar la apariencia de estar construidas en edificios de aire, de transparencia. Poesía de vitalidad, de energía. Hay poco espacio para la murria, aunque la evocación es artería en estos poemas. Poesía con mucha calidez, a veces intelectual, otras afectiva, pero con la pericia de un lenguaje asaz trabajado.

Su obra comprende los libros de poesía La luz de esta memoria (Montevideo, 1949), Palabra dada (Montevideo, 1953), Fieles, (México, 1976), Jardín de sílice (Caracas, 1980), Elegías en otoño (México, 1982), Jardines imaginarios (1996), Un invierno equivocado (México, 1999), Trema (Valencia: Editorial Pre-Textos, 2005), Mella y criba (Valencia: Editorial Pre-Textos, 2010), entre muchos otros.

Viajera, exiliada, en constante movimiento, la vida de Ida Vitale se comprende por el ir de un lugar a otro, de Uruguay a México, a Texas, a España, y de vuelta al Uruguay. Su poesía, también hecha en el aire, soporta un trajín de viaje, un viacrucis, la travesía de un poema hecho de maduración, de ir trabajando la palabra.

A pesar de esa evocación y reflexión, la poesía de Ida está hecha de presente, de constante estar aquí. “Presente que remite/ por más sombra/ que luz…/ilusos, / soñamos / el futuro”, reconoce la poeta en Anafórica, poema de Léxico de afinidades.

A pesar de los reconocimientos, el Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes, como última referencia, la obra de Ida Vitale parece seguir en el anaquel, en un abandono de interés. Quizá se deba a que no es una poeta sencilla, su interlocución con muchos otros autores, franceses en su mayoría, la vuelven al mundo de los escritores para escritores.

Poco ha pasado de la entrega de los últimos premios Nobel, y también mucha distancia habrá entre este galardón y la poesía, entre este galardón y el español. Yo había lanzado mi apuesta por Ida Vitale. Y claro, no es que la uruguaya lo necesite, es más, quizá ni siquiera le interesa, aunque eso no lo sé, pero lo que sí se sabe es que la obra poética de Vitale ha soportado setenta años desde que inició, ha soportado la feroz crítica y el paso del tiempo.

Con esta entrega, inicio mi ruta de viaje por la obra escrita por uruguayas. Ida Vitale es referente obligado. En la próxima entrega traeré de la memoria a otra poeta fundamental para mí, Idea Vilariño. 

 

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