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Antígona hoy

Luz Emilia Aguilar Z

Luz Emilia Aguilar Z

Horizontes imaginarios

Con sólo decir Medea, Edipo o Antígona se pueden evocar complejos dilemas éticos, sociales, políticos, sicológicos y familiares. Apelar a los mitos brinda de antemano un conflicto y un prestigio. Invocarlos con cabal potencia significativa requiere lucidez sobre las encrucijadas del presente, cierto equilibrio de distancia y cercanía con nuestro tiempo y, desde luego, conocer a fondo el mito. Rara vez conjugar desde la puesta en escena a los personajes de la antigüedad clásica, implica en verdad actualizarlos.

En el ciclo impulsado por Teatro UNAM, Los Grandes Personajes, además de la Medea, de Germán Castillo, que abordé la semana pasada, se ha incluido la versión de David Gaitán de la Antígona, de Sófocles. La hija de Edipo, quien entierra a su hermano Polinices en contra de la voluntad de Creonte, dictador de Tebas, constituye a la antagonista por excelencia de un orden impuesto. Encarna el compromiso con la ética por encima de leyes que contradicen la justicia.

En su libérrima aproximación a la Antígona, de Sófocles, Gaitán construye un personaje femenino al que llama Sabiduría, quien pide a Creonte que participe en un debate antes de someter a Antígona al castigo mortal. El rey acepta con la advertencia de que su decisión ya está tomada. Lo que no prevé es que los ciudadanos, reducidos en principio a simples espectadores, pueden despertar y contradecirlo.

Ante el público se despliega un juicio en el que se ponen en juego debilidades personales de los personajes, afectos y complejos; escuchamos argumentaciones y contraargumentaciones sobre la justicia, la ética, el deber, las relaciones familiares, la verdad, la democracia y los límites del poder. Participan, además de Creonte, Antígona y Sabiduría, Hemón, Ismene, un guardia y ciudadanos que dan un giro a la historia.

El tono y el ambiente de la puesta recuerdan los reality shows, lo que tiene en este caso una función crítica. El escenario, en diseño de Auda Caraza y Atenea Chávez, con iluminación de Matías Gorlero, deja ver la maquinaria teatral. No hay aquí ilusionismo ni cuarta pared. Un interesante contraste de tiempos, tonos, contextos va tejiendo el diseño sonoro de Xicoténcatl Reyes.

El espectador está implicado en la discusión. En su reclamo de abrir a debate las decisiones del poder, Sabiduría argumenta que el veneno del pueblo es el melodrama: “Sin  darnos cuenta se ha insertado poco a poco, con astucia, fingiendo discreción en cada una de nuestras casas. Empezó por contemplar nuestra convivencia. Después nos sedujo con sus enredos, sus villanos, su fabricada pero hipnotizante belleza. Un día ya era parte de nuestra comida, de la mirada de nuestros hijos y finalmente, trágicamente, se adueñó de nuestro pensamiento. La situación es alarmante”. Para combatir este mal propone el pleno ejercicio del pensamiento complejo.

Los reduccionismos maniqueos han existido siempre. El melodrama ha sido desde el siglo antepasado su expresión privilegiada, el tono que predomina. Quizá en estos umbrales del siglo 21 el melodrama va dejando paso a algo peor: la farsa, el tono grotesco. Asistimos en México, y buena parte del mundo, a un creciente cinismo en la disociación entre los discursos de los políticos y los hechos, la realidad de sus intereses. Día con día se pierden más y más la integridad del pensamiento y el valor de la palabra. El antiguo tono patético se ha vuelto cruento al extremo, delirante.

La adaptación de Gaitán de la obra de Sófocles corre plena de frescura, de ingenio. En el papel de Antígona, Marianella Villa deja ver una vez más su volcánica potencia expresiva, su extraordinaria intuición y contundente presencia. Como Creonte, Adrián Ladrón construye contrastes, tonalidades sutiles, una convincente presencia. Ana Zavala nos brinda una compleja Ismene, en vilo entre la emoción y la razón. Haydeé Boetto en el papel de Sabiduría empieza con el arrastre de muletillas actorales, de las que se va deshaciendo para avanzar hacia la madura fuerza que reclama su personaje, símbolo del ideal ciudadano. 

En la versión de Gaitán, Antígona llega para cuestionar los alcances de la democracia, exhibir los recursos de un poder que confía en la ceguera maniquea de la ciudadanía, que la condena a la servidumbre y la ignominia. En un seductor juego nos invita a soñar que se podrían contradecir las caprichosas imposiciones de los gobernantes, si una mayoría ejerciéramos la capacidad  plena de pensar y reconocer nuestro derecho a la vida, la libertad, la justicia y la dignidad, y tuviéramos, además, el valor de reclamarlo.

Antígona, en esta versión que ha llenado el teatro Juan Ruiz de Alarcón y que terminará funciones en la UNAM este fin de semana con localidades agotadas, merece nuevas temporadas. Ojalá tenga enfrente una larga y merecida existencia.

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