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Rechazar la desinformación

Luis Wertman Zaslav

Luis Wertman Zaslav

Durante décadas, muchas instituciones estuvieron alejadas de la ciudadanía. Sus mecanismos, organización y decisiones eran ajenos a la gente, en este acuerdo tácito (y no tanto) en el que el gobierno era asunto de los gobernantes en turno y los ciudadanos nos ocupábamos de seguir con nuestras vidas, adaptándonos a sus designios.

Pensarlo de otra manera, que entre la mayoría podíamos tener voz y voto, era suficiente para que se amenazara o se infundiera miedo desde esa misma esfera de gobierno que, se suponía, estaba dedicada a mejorar nuestras condiciones de vida.

Esta forma de actuar llegó a su límite y por la vía pacífica del voto fue sustituida por la construcción de un Estado con una lógica distinta, la de la cercanía con los gobernados, en particular con aquellos que siempre eran excluidos.

El vínculo que hoy tenemos con las instituciones es malinterpretado por segmentos de nuestra sociedad que confunden el protocolo con la obligación del gobierno de estar al pendiente de lo que le sucede a su población.

Claro que deben existir normas y procedimientos —que, de hecho, están y se actualizan constantemente— para conducir la función pública, la secrecía incluida, pero eso no significa esconder o evadir la responsabilidad de informar.

Los datos que se conocen ahora sobre la operación del gobierno, la presencia diaria del Ejecutivo ante la prensa, el peso de las redes sociales y la apertura, bien y mal intencionada, que se hace de cualquier institución y sus procedimientos, no era lo común en ninguno de los sexenios anteriores.

Medir la eficacia o la eficiencia institucional por filtraciones, escándalos o noticias de “impacto” que buscan concentrar la simpatía de algún grupo social, es equivocado. En este cambio de época, muchas de las instituciones y de los poderes del Estado, se han adaptado a una sociedad más consciente y participativa, que exige y se manifiesta con libertad y además confía mayoritariamente en el rumbo que la han propuesto.

Conocer mensajes, correspondencia e intercambios de comunicaciones al interior del gobierno no necesariamente es una comprobación de que se oculta algo grave. Menos cuando el escrutinio al gobierno presente es constante y tenaz a la hora de buscar incongruencias o semejanzas con el pasado.

Sin embargo, la razón por la que estas supuestas revelaciones se pierden en el torbellino de la desinformación, es porque la mayoría de nosotros somos testigos de una realidad distinta y de muchas fuentes que aportan datos adicionales que pueden, o no, coincidir con la presunta exclusiva que promete, ahora sí, debilitar a una propuesta de gobierno a la que no le falta atención pública.

Tristemente, esta guerrilla de datos y filtraciones socava en parte el prestigio de instituciones que diariamente cumplen con su deber y bajo una convicción a toda prueba están dedicadas a salvaguardar la integridad de todos, sin reparar en filias o fobias.

Es una victoria pírrica que se considere correcto que esos ataques, informáticos y de cualquier tipo, se exageren con el afán de “enojar” a una administración que ha enfrentado problemas inéditos con oportunidad y trabajo.

Es la grilla, me comparte una persona cercana durante una conversación y puede ser cierto, aunque las consecuencias de ello tienen un origen que en nada ayuda al país y su sociedad.

Mi recomendación es juzgar los hechos, su coincidencia con los dichos, para formar un criterio. Somos una nación de trabajo y de esfuerzo, que estamos cambiando viejos vicios para reducir el peso del lastre que es la desigualdad.

Nuestro potencial ahí sigue y la capacidad de prosperar también, si podemos estar de acuerdo en explotarlas al máximo posible, este ruido que se genera a través del escándalo y los falsos escenarios de una catástrofe que no llega, porque no tiene bases reales, no nos detendrá en la construcción de un país de paz, tranquilidad y justicia para todos.

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