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A buscar nuevos referentes

Luis Wertman Zaslav

Luis Wertman Zaslav

Quedarse sin referentes, consejeros, mentores, instituciones, hace que cualquier sociedad pierda el rumbo fácilmente y sea vulnerable a las mentiras, las medias verdades (que también son mentiras) y a ficciones que nada tienen que ver con la terca realidad que siempre nos alcanza.

Durante muchos años, la democracia al estilo occidental, en particular la que se vivía en los Estados Unidos, fue ese modelo estelar de institucionalidad, Estado de derecho, respeto por las leyes y autorregulación que era envidiado en el mundo, particularmente en el resto de nuestro continente. 

La vecindad con esta idea de democracia estable, capitalista, de poderes sólidos en más de un sentido, hacía que México y los mexicanos pensáramos con mucha frecuencia en formas de imitar esa coordinación y desarrollo institucional en la que las cosas funcionan porque hay coincidencias entre ciudadanos y autoridades, además de reglas claras, derechos y obligaciones a respetar y a cumplir. 

Sin embargo, y aquí debemos reconocer que el modelo de crecimiento económico ha tenido mucho que ver. Acabamos de presenciar el derrumbe de esa misma idea, con consecuencias todavía impredecibles y en medio de una crisis sanitaria mundial a la que ya no esperábamos que se le pudieran sumar más problemas, aunque así fue. 

Antes de entrar a otro debate estéril sobre los paralelismos con nuestro país, hay que dejar claro que las comparaciones con lo que ocurrió en el Capitolio no entran en la realidad mexicana. Primero, porque la composición social es distinta, empezando por el racismo exacerbado en estos cuatro años; segundo por el tamaño del país vecino y su economía, que ha creado brechas de desigualdad enormes en grandes zonas de su territorio; y en tercer lugar, lo que representaba el todavía gobierno estadunidense para sus ciudadanos y que era el antisistema, mezclado con la nostalgia de un país que solo existía en sus películas. 

Aquí, la opción que tomamos en 2018 es la última que ofreció un sistema político agotado, pero no una antisistema; esa, espero, no llegará en mucho tiempo y por ello debemos aprender de este hecho para que seamos una sociedad que se organice mucho mejor, que alcance acuerdos mínimos y busque objetivos comunes en lugar de perder el tiempo en divisiones. 

De regreso al caso de los Estados Unidos, fueron sus poderes (los oficiales y los verdaderos) los que colisionaron hace unos días, poniendo a prueba todo un sistema que del lado institucional no estaba preparado para reacciones mucho más cercanas a lo que ha sucedido en otros países, especialmente en Latinoamérica, y de fuerzas económicas que estuvieron de acuerdo o se adaptaron hace cuatro años a una administración pública inédita, pero impulsada por intereses y no por votos civiles. 

Justo cuando se necesitaba regresar a ese Estado de derecho y a esas instituciones sólidas, porque estamos en medio de una pandemia de proporciones históricas, quien pudo hacerlo tomó una decisión distinta, muy acorde a su personalidad y acciones del pasado, que demostró la fragilidad de la democracia, en este caso de la más vieja y admirada del planeta. 

Nadie podría, empero, llamarse a sorpresa. Quienes patrocinaron y permitieron que las divisiones crecieran y minaron a propósito años de confianza institucional durante todo ese gobierno, sabían que una derrota desembocaría en violencia y hay que mencionar que no era la primera en su historia que eso ocurría. 

Solamente que la historia es una mala colega de la memoria y a miles de estadunidenses se les olvidó que su país es tan susceptible como cualquier otro de ser atacado, desde dentro y en sus instituciones, por intereses económicos, políticos y hasta de grupo racial. 

Nada que no hayamos visto de este lado de la frontera tampoco, tanto en la Cámara de Diputados como en el Senado, con la diferencia de que en México nuestra estructura social es más compacta, unida por otros principios y menos proclive a odiarse a la menor provocación por agravios que permanecen hasta nuestra época. 

Con esto no ignoro la violencia que nos arrasa en el país y la forma en que el valor de la vida se ha devaluado, sin embargo, la falta de confianza o la poca que existe en casi todas las instituciones mexicanas, hace que nuestras expectativas no sean tan altas. No es consuelo, es un aspecto que juntos hemos tratado de revertir por décadas y seguimos con muchos pendientes al respecto, pero nuestra esperanza es que podíamos alcanzar un desarrollo democrático como el de nuestros vecinos, igual que aspiramos a un sistema de salud como el de los países nórdicos. 

Ahora que nos quedamos sin este referente ¿a qué modelo podemos aspirar? Bueno, temo que lo tendremos que descubrir nosotros mismos, empezando por ponernos de acuerdo en lo que funciona y lo que no, desde órganos autónomos hasta mayorías en el Congreso, para diseñar un modelo de democracia que sea sólo nuestro; uno que sea justo, equitativo, de oportunidades y enfocado en la prosperidad de todos los que quieran vivir en paz y en tranquilidad. 

De lo contrario, tendremos que esperar a los bárbaros y a sus caudillos.

 

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