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La fortuna de seguir vivos

Luis de la Barreda Solórzano

Luis de la Barreda Solórzano

El miedo y la pesadumbre han sido nuestros compañeros constantes durante el año que esta noche llega a su fin. Es cierto que los seres humanos nunca nos hemos librado de esas indeseables compañías —tan ineludibles como la sombra de nuestros cuerpos—, pero esta vez los acompañantes han estado investidos de características peculiares y más siniestras que las que habitualmente poseen.

Este miedo, en efecto, es distinto a otros que nos han acompañado desde siempre. Tememos ahora a nuestros semejantes de un modo novedoso, a todos, porque cualquiera puede llevar consigo, sin saberlo y sin que lo sepamos, en la piel, en el cabello, en una simple gotícula de saliva, al enemigo alevoso, traicionero e invisible. Nadie ignora la posibilidad de que ciertos individuos nos quieran hacer daño, que pretendan asaltarnos, lesionarnos, secuestrarnos o asesinarnos, y eso da miedo. Pero en este año no sólo ciertos individuos, sino cualquiera, aun el prójimo más bondadoso, ha podido infligirnos un grave daño, incluso la muerte, sin el más mínimo propósito de causárnoslo.

La prudencia aconseja la sana distancia incluso de la gente que más queremos, de la que nos encantaría estrechar la mano, abrazar apretadamente, besar. En este año nos hemos visto constreñidos, con las notables y no infrecuentes excepciones de los irresponsables, a reprimir la vocación gregaria propia de nuestra especie. Es triste y penoso que al salir de casa por una necesidad —incluso estirar las piernas lo es— tengamos que alejarnos de cualquiera que se cruce en nuestro camino, como si nos repugnara su presencia, porque estamos conscientes de que nadie está exento de la posibilidad de portar al enemigo. Como en una película de terror.

Por lo que respecta a la pesadumbre, ésta es ineludible, salvo que se tenga corazón de piedra, al enterarnos día a día de las altísimas cifras oficiales de contagiados y de muertos —muy por debajo de las cifras reales— de enfermos que no han sido admitidos en un hospital porque no se disponía ya de una sola cama libre —imaginemos su desesperada angustia y la de sus allegados—. Desde luego, en el caso de quienes han perdido a un ser querido lo que se experimenta no es sólo pesadumbre, sino desolación, esa sensación en extremo dolorosa de hundimiento y vacío.

Pero al lado del miedo y la pesadumbre han hecho su aparición el asombro y la admiración. El asombro de que en sólo un año se haya logrado lo que antes se conseguía en no menos de una década: la fabricación de vacunas que han probado su eficacia, la luz al final del túnel. Y la admiración a quienes han conseguido tal proeza. La admiración, también, a todo el personal sanitario que se ha entregado en cuerpo y alma, algunos a costa de su misma vida, a combatir al enemigo.

Mientras se consigue la denominada inmunidad de rebaño —con la vacunación de alrededor del 70 por ciento de la población—, es preciso no bajar la guardia: sana distancia, mascarilla, lavado de manos, evitar las aglomeraciones, alerta ante la posible aparición de síntomas.

Viktor Frankl, el famoso siquiatra vienés que sobrevivió a cuatro campos de concentración y fundó la sicoterapia, centrada en la voluntad de sentido, creó la expresión optimismo trágico, el cual nos permite reconocer lo malo, pero también ser conscientes de que podemos reaccionar ante lo que ocurre, sea lo que sea: somos libres dentro de las pautadas e irrepetibles circunstancias en que nos toca vivir.

Esta noche despediremos con alivio un año aciago y daremos la bienvenida al que llega, como todos, infundiéndonos la esperanza de que será mejor que su antecesor. Al alzar nuestras copas no podremos eludir los recuerdos dolorosos, pero podemos también invocar los versos de Luis Cernuda:

No preguntes si vale/ la pena haber venido,/ sino déjate, piensa,/ que un dios es hoy tu amigo.

“Cada cual ­—advierte Fernando Savater— siente a su modo la mano del dios en su hombro, el aliento de la diosa en su oído. Cada cual reconoce y nombra la peculiaridad de lo divino que le es propia. Nada puede hacerse sin el aliento de la diosa, sin la mano del dios en el hombro” (De los dioses y del mundo). No subestimemos la fortuna de seguir vivos. La vida es hoy más frágil y vulnerable y eso la hace aún más preciosa. Cuidémosla: es todo lo que tenemos y es mucho: un tesoro maravilloso.

 

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