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El destructor

Luis de la Barreda Solórzano

Luis de la Barreda Solórzano

 

Durante 18 años dedicó todo su tiempo, energía y ensoñaciones a la obsesión de su vida: llegar a ser Presidente de la República. A tal fin recorrió varias veces todo el país, ciudad por ciudad, municipio por municipio. Pronunció una y mil veces discursos incendiarios, fustigó a los gobiernos del PRI y del PAN, condenó sus pobres resultados, todo lo hecho y lo no hecho por esos gobiernos, a los que satanizó denominándoles neoliberales.

Muchos millones de mexicanos se entusiasmaron. Creyeron que esas palabras exaltadas dibujaban un horizonte promisorio. Todo sería distinto a partir de que asumiera la presidencia el hombre que las pronunciaba con tal fogosidad. Y por fin logró su sueño: los votos de sus connacionales le dieron el triunfo en la elección presidencial. El día que asumió la presidencia fue un día de fiesta.

Pero entonces empezó el desengaño. Desde el primer momento el nuevo Presidente tomó decisiones muy extrañas no sólo para los expertos, sino incluso para el sentido común. Empezó cancelando la obra del nuevo aeropuerto internacional, que llevaba un importante avance, era autofinanciable, generaría cientos de miles de empleos y era indudablemente necesaria para el país.

Por lo descabellada, esa decisión fue indicativa de lo que el Presidente era capaz de hacer. Con esa decisión se tiraron a la basura miles y miles de millones de pesos no sólo por lo que ya se había invertido, sino por las indemnizaciones que hubo que pagar. Eso reveló mucho de la personalidad del Presidente. Estaba lleno de rencor. Quería vengarse, y ahora podría hacerlo. ¿Pero de qué, por qué? ¿De qué oscuro rincón de su alma provenía ese rencor? ¿Y contra quiénes recaería su venganza?

En todos los rubros por los que el ahora Presidente condenaba a los anteriores gobiernos el país está ahora peor. Y a sus malos resultados se añade la extraña actitud vindicativa. Cierto impulso (¿irresistible?) lo lleva a calumniar día con día a periodistas, intelectuales, exservidores públicos y empresarios cuyas trayectorias han sido, en muchos casos, ejemplares. Decenas de miles de servidores públicos de nivel medio fueron despedidos injustificadamente. Dejó malherido el bien más importante, la salud: eliminó el Seguro Popular, que atendía a los mexicanos más pobres e incluso les evitaba gastos catastróficos o imposibles, y redujo recursos a hospitales, clínicas e institutos especializados. Se ha dejado a miles de pacientes sin el tratamiento terapéutico que requieren y a pacientes con cáncer, niños incluidos, sin medicamentos.

Se ha coartado la libertad de trabajo a exfuncionarios por un periodo de diez años. Se envenena el aire y se cierra la puerta a las energías limpias. Se entregó a la mafia sindical la educación pública básica. Se redujeron drásticamente los apoyos a los institutos de investigación, a las ciencias, la cultura y las artes. Se acabó con las estancias infantiles, que permitían a cientos de miles de madres trabajar o estudiar dejando a sus hijos en lugares donde se les cuidaba, se les educaba y se les alimentaba, así como con los comedores populares, que proveían el sustento de decenas de miles de familias.

La embestida del Presidente contra los organismos reguladores y los órganos autónomos constitucionales es un ataque a la democracia que con tantos esfuerzos se ha venido abriendo paso en el país, pues la finalidad no es otra que terminar con contrapesos al excesivo poder presidencial. Capturó a la Comisión Nacional de los Derechos Humanos imponiendo a su titular mediante un burdo fraude sin precedente. Sigue en la lista el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación. Está en la mira el Instituto Nacional Electoral, cuya captura o desaparición sería el jaque mate a la democracia.

Y su reacción ante la pandemia va de la simulación a la indiferencia: cifras falsas, ausencia de pruebas, falta de apoyo a las empresas, las cuales generan más del 90% del empleo formal.

¡Ay, tanto bregar para tomar el poder y, cuando al fin se ha tomado, utilizarlo para destruir todo sin construir nada valioso a cambio! Pero quizá hoy muchos de quienes votaron por ese candidato se sientan defraudados. Paciencia. El año próximo hay elecciones. Lo trajo la democracia. También la democracia —los votos— puede acotar su poder y limitar su escalada destructiva.

 

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