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Todo lo demás

Lucero Solórzano

Lucero Solórzano

30-30

 

Después de su paso por el Festival de Morelia y otros eventos, además de una nominación al Ariel para la protagonista —Adriana Barraza, como Mejor Actriz—, ya está en algunas salas la cinta mexicana Todo lo demás, escrita y dirigida por Natalia Almada, de la que le recomiendo un excelente documental titulado El general, en el que revisa la vida de su bisabuelo, Plutarco Elías Calles, que durante y después de la Revolución fue un personaje decisivo para la historia de nuestro país y a la vez era un padre y abuelo amoroso. Almada no lo juzga, lo cual me parece una cualidad del documental. Más bien trata de reconstruir la figura de un hombre del que cada quien puede sacar sus propias conclusiones.

Con Todo lo demás Almada se pasa a la ficción y desarrolla un relato desconcertante, difícil de ver y de sumergirse en él. El eje es el personaje de Adriana Barraza, una actriz muy solvente, con fuerte presencia en la pantalla y una mirada intensa, talentosa, sin miedo. Ella interpreta a doña Flor, una mujer que transita los sesenta, vive con su gato, no tiene vida social ni familiar, su mundo se reduce al trabajo que desempeña en una oficina de gobierno atendiendo a cientos de personas detrás de un escritorio.

Doña Flor es inexpresiva, pero aun así su trato con el público es amable y correcto. Se apega a las normas y reglamentos, es paciente, nunca se altera, aunque un cliente alce la voz y se ponga insolente.

En su vida personal, doña Flor acostumbra ir a una alberca, pero no se mete al agua. Hay algo muy fuerte en su pasado que parece tenerla suspendida en el tiempo, es difícil interpretar qué la tiene así y eso nos lleva a no tener una comprensión cabal de la extraña conducta de esta mujer; no está bien expuesto.

Lo que sí está bien plasmado en el guión es la violencia sicológica que millones de empleados del aparato burocrático sufren en el desempeño de sus tareas. Reducida casi a un mero objeto, doña Flor parece transparente, impersonal, como que nadie la ve, a nadie le importa y a su vez ella misma vive alejada de todo contacto con otro ser humano. La rutina es el hilo conductor de su vida, el que parece darle una estructura para levantarse todos los días, bañarse, arreglarse, ponerse las pantimedias (escena extrañamente repetida), salir a la calle, tomar el Metro, llegar a su oficina, saludar al que hace la limpieza, sentarse en su escritorio y esperar al público, interpretado por actores no profesionales, en lo que me parece un gran acierto.

Todo lo demás es lento, con secuencias de inmovilidad absoluta, contemplativas, silentes. Es, como dije antes, una película difícil de ver, a la que le hace falta profundizar en los motivos de doña Flor para poder entenderla y establecer una conexión o simpatía con ella.

Sin duda, lo mejor es el trabajo de Adriana Barraza.         

 

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