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La dictadura perfecta

Lucero Solórzano

Lucero Solórzano

30-30

El problema no es que se haga una película como La dictadura perfecta, dirigida por Luis Estrada y coescrita por él con Jaime Sampietro. El problema es que la lamentable realidad nacional provea de elementos para contar una historia así, y eso es lo que realmente debería preocuparnos e indignarnos a todos. Y lo peor, ya para rematar, es que cada día surgen sucesos para alimentar un argumento nuevo.

Nada más porque Estrada ya anunció que con esta cinta se cierra su tetralogía del poder y la corrupción, que se iniciara en 1999 con La ley de Herodes,  siguiera con Un mundo maravilloso en 2006, y El infierno en 2010; pero podría continuar con una quinta o sexta películas. Eso es lo lamentable, escandaloso y vergonzoso,  la tragedia está ahí: ¿porqué resulta que lo incorrecto o reprobable o incómodo es hablar de ella?, ¿con eso desaparece?

La dictadura perfecta es una película de buena factura, y en mi opinión, valiente. El tono es la característica ironía ácida y punzante de las tres películas anteriores, y está salpicada de guiños y alusiones a las pifias y complicidades entre televisoras y altos niveles del poder en México de los años recientes. Este cuarto guión de Estrada y Sampietro se inicia cuando el recién electo presidente de la República —en el regreso del PRI al poder con las turbinas de la televisión—,  recibe al embajador de Estados Unidos en Palacio Nacional. Un impecable Sergio Mayer con la banda presidencial y que en un precario inglés, tiene el desatino de decir que “güi mexicans du de yobs not iven nigros guant tu du”.

Al mismo tiempo la empresa Televisión Mexicana, cuyo déspota segundo al mando está bien interpretado por Tony Dalton, recibe un video en el que el gobernador Carmelo Vargas (Damián Alcázar que aparece en las cuatro películas), es sorprendido in fraganti recibiendo del narco millones de pesos en efectivo. La maquinaria para amortiguar los estragos de la declaración presidencial se echa a andar y “la caja china”, que es algo así como priorizar a nivel mediático una noticia falsa o verdadera, para distraer la atención sobre algo más grave, empieza a operar; y así en el noticiario estelar de TM el escándalo nacional es el “góber” Vargas, gran cuate de un narco y llenándose las bolsas de billetes.  Hay que decirlo, Alcázar, “borda” a su personaje magistralmente. 

Entre el conductor del noticiario nocturno y un hábil productor de noticias, Vargas queda expuesto como el corrupto, soberbio, ignorante, vulgar, mentiroso y sicópata que es en realidad. Aunque desde luego en esta denuncia “decir la verdad” es lo que menos importa a la empresa de televisión, pues el objetivo, que el resbalón  presidencial pase desapercibido, se cumple satisfactoriamente. 

Pero el buen “góber” aspira a la Presidencia, y en su escasa inteligencia decide meter segunda y contactar a la televisora para llegar a un millonario arreglo, para una campaña de control de daños que lo reivindique ante la opinión pública. Con la asignación de realizar un “paquete” de reportajes e historias sobre las “maravillas” de la gestión de Vargas, el productor y un reportero, viajan al estado con un equipo de técnicos.

Este es sólo el comienzo de lo que Estrada y Sampietro arman como una larga cadena —demasiado larga quizá— de acontecimientos que se eslabonan, mostrando un amplio mosaico de la dolorosa realidad nacional, y cómo se cocina el destino del país en las altas esferas del poder. La sátira no se queda en la figura presidencial y profundiza poco en los arreglos “en lo oscurito”, lo que le hubiera dado más sustancia y “osadía” al guión. En cambio se traslada a un violento estado norteño y gira en torno a un gobernador que parece armado con recortes de muchos conocidos. 

Todas las referencias tienen su correspondencia en nuestras vergüenzas. Duelen, sobre todo porque son verídicas, y nos llevan a preguntarnos ¿de qué me estoy riendo?

Muy recomendable.

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