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Siglos de evidencias y poco se ha hecho: el mundo se calienta

Lorena Rivera

Lorena Rivera

Hacia las primeras dos décadas del siglo XIX, el matemático y físico francés Jean-Baptiste Joseph Fourier fue el primer científico en el estudio del efecto invernadero, al descubrir que la atmósfera actúa como una especie de aislante. Otros científicos, entre finales de ese siglo y principios del XX, descubrieron que ciertos gases provocaban el efecto invernadero, como el dióxido de carbono.

El químico sueco Svante Arrhenius fue quien encontró que la quema de carbón en la era industrial podría influir en el balance de calor en el planeta. Mientras que otro sueco, Arvid Högbom, llegó a la conclusión de que algunas actividades humanas añadían CO2 a un ritmo acelerado. Se puede decir que con este científico surgió la primera noción del calentamiento global.

Fue hasta 1938, cuando el ingeniero británico Guy Callendar, al usar registros de más de 100 estaciones meteorológicas ubicadas en todo el mundo, encontró que durante el siglo XIX habían aumentado las temperaturas, por lo tanto, esto habría provocado un calentamiento.

El estadunidense Charles David Keeling, en 1958, trabajó en medir las concentraciones de CO2 en la atmósfera, para lo cual construyó estaciones en Mauna Loa, Hawái, y otra en la Antártida.

A estos científicos se les considera los padres de la ciencia climática —no son los únicos, pero sí son de los más destacados e influyentes—, pues fueron quienes sentaron las bases para el estudio del impacto de los combustibles fósiles en el calentamiento de la Tierra.

Hasta aquí se observa la importancia de la ciencia en beneficio de la humanidad, pero, sobre todo, esas décadas de conocimiento acumulado también dan cuenta del poco interés, ceguera o ignorancia por parte de los gobernantes sobre las aportaciones que podría traer en el diseño de políticas a escala nacional y global para atender las crecientes señales en las variaciones del clima debido a la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera (GEI). Sobre todo, en los Estados nación más industrializados, como lo han sido desde siempre Estados Unidos, la desaparecida Unión Soviética y Europa.

En los años sesenta se asomaron las primeras advertencias sobre los efectos de las emisiones de gases invernadero. En 1972, en la ciudad de Estocolmo se llevó a cabo la Conferencia Científica de las Naciones Unidas, también conocida como la Primera Cumbre de la Tierra, y se planteó por primera vez el cambio climático, pero no tuvo mayor resonancia. Ahí nació el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente.

Pasaron 16 años para que se formara el Panel Intergubernamental de expertos sobre cambio climático (IPCC) para recopilar evidencia sobre este fenómeno causado por las actividades humanas y evaluarlo.

Margaret Thatcher, en 1990, en la segunda Conferencia Mundial sobre el Clima, en Ginebra, dio uno de los discursos que más llamó la atención, en el cual comparó la amenaza del calentamiento global con la Guerra del Golfo y calificó el trabajo de IPCC como notable.

La llamada Dama de Hierro dijo: “…la amenaza para nuestro mundo no proviene sólo de los tiranos y sus tanques. Puede ser más insidioso, aunque menos visible. El peligro del calentamiento global aún no se ha visto, pero es lo suficientemente real como para que hagamos cambios y sacrificios, de modo que no vivamos a expensas de las generaciones futuras.

“En los últimos años hemos estado jugando con las condiciones de vida que conocemos en la superficie de nuestro planeta. Nos hemos preocupado muy poco por nuestros mares, nuestros bosques y nuestra tierra. Hemos tratado el aire y los océanos como un bote de basura. Nos hemos dado cuenta de que las actividades del ser humano amenazan con alterar el equilibrio biológico al cual hemos dado por sentado y del que depende la vida humana”.

Si bien la Cumbre de la Tierra de Río (1992) sembró las raíces para reuniones anuales, fue en 1997 cuando el Protocolo de Kioto puso en funcionamiento la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, la cual tenía como objetivo comprometer a las naciones industrializadas a limitar y reducir sus emisiones de GEI. Éste entró en vigor en 2005, pero no produjo buenos resultados. Canadá lo abandonó y Estados Unidos, con George W. Bush, y China dijeron que no lo implementarían.

Los informes del IPCC alertaron sobre las consecuencias del cambio climático, pero las cumbres del clima siguieron sin consenso hasta 2015, cuando en la COP de París hubo un giro y compromiso entre más de 190 naciones para recortar las emisiones y limitar la temperatura global.

Y a pesar de los esfuerzos, ese discurso de Thatcher no ha perdido vigencia en 30 años, pues la humanidad sigue alterando el frágil equilibrio ecológico.

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