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La salud de la gente y de la Tierra van de la mano

Lorena Rivera

Lorena Rivera

 

La evidencia científica demuestra que la relación entre los seres humanos y la naturaleza a lo largo del tiempo ha sido desigual. La dominación del antropocentrismo.

De ahí, la sobreexplotación de los recursos naturales, la expansión descontrolada y la destrucción de los diversos ecosistemas, así como la contaminación del aire, el agua y la tierra ha ocasionado una terrible degradación ambiental, así como el cambio climático, producto del desarrollo y crecimiento de la industria de los combustibles fósiles.

Y como a toda acción corresponde una reacción, los daños a los entornos naturales y la crisis climática están pasando una enorme factura al amenazar cada vez más la salud y el bienestar de las personas, sobre todo de las más vulnerables.

La pandemia de la enfermedad covid-19 es, quizá, el más claro ejemplo de la relación destructiva con la naturaleza.

Se podría poner peor, pues varios países, incluido México, entraron a la época de lluvias y, por lo tanto, a la de enfermedades transmitidas por vectores, como el mosquito Aedes responsable de chikungunya, zika y dengue. Recordemos que los ambientes cálidos y húmedos favorecen la reproducción del mosquito.

La Organización Panamericana de la Salud (OPS) señala que son “129 países con más de cuatro mil millones de personas en riesgo de estas enfermedades en todo el mundo” y el año pasado, países latinoamericanos sufrieron un brote de dengue “sin precedentes” con 3.1 millones de casos reportados, incluidos 28 mil 176 graves y mil 535 defunciones.

Las enfermedades por vectores en nuestra región agravarían aún más la situación actual. De ahí la preocupación del organismo, pues la pandemia de covid-19 está ejerciendo gran presión sobre los sistemas de salud, por lo cual enfatiza la necesidad de mantener los esfuerzos para prevenir, detectar y tratar las enfermedades transmitidas por vectores.

La acción temprana, es decir, la prevención y el control del dengue y otras enfermedades transmitidas por vectores son de máxima prioridad.

Por ello, la OPS advierte que “el impacto combinado de covid-19 y las epidemias de dengue podrían tener consecuencias potencialmente devastadoras en la población en riesgo”.

Y no debemos subestimar que las epidemias afectan los medios de vida de las personas y, en muchos, casos exacerban las desigualdades.

Si las naciones del mundo no toman medidas urgentes para frenar la degradación ambiental y si no reparan los daños, habrá, en un futuro no muy lejano, otras epidemias de enfermedades nuevas, con el riesgo de convertirse, de manera acelerada, en pandemias y, seguramente, tampoco estarán preparadas, como ocurrió con el covid-19.

Con la experiencia del coronavirus, expertos en los diversos campos de la salud, así como científicos ambientales y climatólogos, han indicado que los sistemas sanitarios globales no son fuertes para enfrentar la grave amenaza que representa la crisis climática.

La paradoja es que la humanidad tiene a la mano ciencia, tecnología y recursos para caminar hacia el desarrollo sostenible, pero, como siempre, lo que falta es voluntad política de los gobiernos y la solidaridad de sectores industriales para soltar modelos sucios y obsoletos de producción —como el de los combustibles fósiles y la agricultura intensiva.

De hecho, hay países que dejan mucho que desear en el cumplimiento de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible porque requiere, sí o sí, la conservación de la biodiversidad y tomar medidas drásticas, como descarbonizar la economía para la mitigación del cambio climático. Toda acción buena o mala impacta.

Si volcamos las experiencias positivas de la pandemia podemos aspirar a un mundo más saludable.

Es un hecho que muchos liderazgos se han desdibujado en la pandemia, lo interesante es que la sociedad es la que mejor ha respondido ante la emergencia, pues ha sido empática y solidaria, así como reflexiva sobre cómo sus acciones afectan los entornos naturales y sociales.

Pero, sobre todo, las sociedades tienen la obligación de exigir a sus gobiernos que garanticen políticas públicas e inversiones para mejorar los sistemas de salud, ciencia y tecnología, el ambiente y acciones limpias para la recuperación de las economías tras el impacto del covid-19.

Por supuesto, es imperativo que las personas se recuperen, bajen los contagios y se acelere la carrera para encontrar cura y vacuna, y se evite el colapso de los sistemas de salud al sumarse brotes de dengue o zika, pero ojalá que todos los esfuerzos estén alineados con la urgencia de enfrentar la crisis climática.

La pandemia, además, arroja vínculos inexorables entre la salud de las personas y la salud de la Tierra y ha demostrado los graves peligros de no escuchar a la ciencia.

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