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COVID-19, pangolines y murciélagos: una historia de terror

Lorena Rivera

Lorena Rivera

Cada decisión equivocada tiene consecuencias, de malas a nefastas. Nuestra relación con el ambiente y la diversidad de vida que habita en cada uno de los ecosistemas del planeta ha sido ominosa.

A estas alturas ya sabemos qué hacer y qué no, pero sigue ganando lo que deberíamos erradicar.

Con la crisis climática, causada por la quema de combustibles fósiles, el permafrost se deshiela. Por ello, los científicos monitorean todo aquello que se libera, como el metano —un gas de efecto invernadero más poderoso que el dióxido de carbono. Pero no es lo único.

Hace cuatro años, en la península de Yamal, una región de Siberia, aparecieron esporas de ántrax y una de las teorías científicas apunta al deshielo del permafrost.

Las autoridades rusas en su momento dijeron que el origen de la epidemia fue el cadáver de un reno infectado por ántrax enterrado en el permafrost desde hacía 75 años.

Las consecuencias: un niño de 12 años falleció, 40 personas se infectaron y más de mil 500 renos murieron debido al brote.

Un artículo de noviembre de 2016 de la revista Scientific American, que está próxima a cumplir 175 años, indica que investigadores prevén que “uno de los efectos del calentamiento global podría ser que cualquier cosa que se congeló en el permafrost, como bacterias, podrían liberarse a medida que las temperaturas suben. Esto podría incluir agentes infecciosos para los que los humanos no están preparados o no tienen inmunidad”.

¿Existen las vacunas para enfrentar infecciones como las pestes y viruela negra que asolaron siglos atrás y que todo indica que se encuentran en el permafrost y podrían liberarse conforme el planeta se calienta?

Lo más seguro es que no. En muchos años, quizá.

Hoy el mundo enfrenta una pandemia causada por una nueva cepa de coronavirus, la enfermedad SARS-CoV-2, que se transmite de persona a persona.

Están afectados más de 190 países y la ciencia médica trabaja para encontrar el o los medicamentos más efectivos, además de desarrollar una vacuna contra el COVID-19, que ha enfermado a 378 mil 601 personas en el mundo y matado a 16 mil 504.

Esos desarrollos llevarán su tiempo, así que a esperar.

El COVID-19, por sus características similares, fue relacionado con los coronavirus de pangolines —los únicos mamíferos con escamas en el mundo— y murciélagos.

El artículo “El origen próximo del SARS-CoV-2”, de Kristian Andersen, PhD, profesor asociado de inmunología y microbiología en Scripps Research, y otros científicos, indica que hay dos escenarios posibles sobre el origen del COVID-19.

El primero apunta a que el virus evolucionó a su estado actual a través de la selección natural de un huésped no humano y luego pasó al humano, como sucedió en los casos del SARS (civeta, mamífero asiático usado para hacer el café más caro del mundo, el Kopi Luwak) y MERS (camellos).

Y aquí es donde entran los murciélagos como huésped del COVID-19.

El otro escenario señala que “una versión no patógena del virus saltó de un huésped animal a humanos y luego evolucionó a su estado patógeno actual dentro de la población humana”.

Algunos coronavirus de pangolines tienen una estructura muy similar a la del SARS-CoV-2, el cual podría haberse transmitido a un humano, directamente o a través de un huésped intermediario, como civetas o hurones.

Los científicos siguen trabajando para identificar cuál de los dos es el escenario más probable.

Por lo pronto, reconozcamos el maltrato al ambiente y la vida.

El pangolín es una especie en peligro de extinción y habita en Asia y África. Es víctima del comercio ilegal, cuyo destino es, principalmente, China, donde se lo comen.

En el mercado negro, un pangolín vivo tiene un valor superior a los mil dólares. El de origen africano se destina a los mercados de carne y de escamas, las cuales se utilizan en la medicina tradicional, pues le confieren milagros curativos.

Las escamas sólo tienen queratina, como nuestras uñas, así que no poseen tal poder curativo.

Como se ha documentado, en China pululan los mercados de animales salvajes para consumo humano. A raíz del COVID-19 surgido en Wuhan, se dio la orden de cerrarlos.

Países como Indonesia, Tailandia y Vietnam, entre otros, consumen murciélagos.

Todos esos animales salvajes se la pasan enjaulados y hacinados, sí, en condiciones terribles.

El cierre de esos mercados del horror debe extenderse por todos lados y no sólo como medida paliativa, sino como una prohibición permanente.

El COVID-19, además de enfermar a las personas, colapsa los sistemas de salud y arrastra al mundo hacia una recesión económica sin precedentes.

Si a ello sumamos los efectos de la crisis climática, tendremos la tormenta perfecta.

Las malas decisiones ya tienen un grave impacto del que tardaremos en salir.

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