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Los compases de espera

Julio Faesler

Julio Faesler

El movimiento social es el origen del gobierno actual, dijo AMLO el 24 de septiembre en su conferencia mañanera. El torrente de energía brota de los valores populares que tenemos por consagrados en la Constitución y que no han de traicionarse por conveniencias políticas de momento ni tampoco por aplicaciones simplistas y literales fuera de contexto.

López Obrador quiere transformar la República llevándonos a planos superiores de vida. Se trata de cambiar los paradigmas de cada mexicano que, de acuerdo con él, las administraciones anteriores distorsionaron. La magna tarea requiere mucho más que disertaciones interminables. Se necesita una labor de unión y de respeto sincero para todos sin excepción y, por lo mismo, no hay que revolver temas. La justicia debe inspirar la acción del gobernante para no caer en la arbitrariedad. Hay que ser consistente.

La realidad actual en México es una revoltura de declaraciones y decisiones presidenciales inexplicables. El Presidente afirma, por ejemplo, que no es válido usar violencia para defender un derecho. Lo que utiliza como argumento para desautorizar las muy explicables protestas cívicas de los agricultores de Chihuahua que defienden el agua de las presas de su región, indispensables para levantar las próximas cosechas.

Lo que omitió es que tampoco es aceptable usar la fuerza pública para imponer decisiones sin entender las causas de las protestas y sin realizar las suficientes consultas para encontrar solución a un problema. Es todavía menos convincente la acción militar en el caso de la presa La Boquilla, lo cual reveló la prisa por arreglar el asunto para no desagradar a un gobierno extranjero que presionaba e incluso amenazaba.

Según López Obrador, sin embargo, las protestas en Delicias y Meoqui no pasan de ser meras politiquerías electorales de grupos locales. Politiquerías regionales, pero que merecen la acción persecutora del gobierno federal. Los manifestantes son investigados en sus finanzas, de manera “indiscriminada”, ya que el Presidente comenta que no es encubridor, que la Presidencia no es “tapadera” de nadie, que de lo contrario perdería autoridad. Ayer se añadía que los manifestantes son acaparadores de las aguas.

¿A qué vienen estas alusiones difamatorias para los que no hacen sino defender las cosechas que, por cierto, mucho aportan a la seguridad alimenticia del país?

Es imposible comprender por qué el presidente López Obrador, que se jactó en la Asamblea Anual de Naciones Unidas de que al duce Benito Mussolini lo bautizaron con el nombre del prócer Juárez, al día siguiente se repliega ante la carta del gobernador de Texas al secretario de Estado norteamericano. Faltole al Presidente mostrar la valentía que luego le exigió a su amigo Jaime Cárdenas, quien se negó a asimilarse a la estructura de corrupción protegida que se encontró en los tres meses en que ejerció su cargo en el Instituto para Devolverle al Pueblo lo Robado.

 ¿Por qué reparte tan parejo tanta alusión difamatoria para los que, por alguna razón, cuestionan a la 4T? A los líderes del movimiento Frena, Gilberto Lozano y Carlos Loret de Mola, los invita a montar su carpa y a dormir en el Zócalo. A Aguilar Camín y a Enrique Krause, que “venden menos sus revistas”, o a Gustavo del Hoyos, de Coparmex, “que tira la piedra y esconde la mano”, van sus desprecios. El reaparecido Ricardo Anaya es investigado por la fiscalía de Santiago Nieto. Las invectivas siguen: las ONG no eran independientes, sino que se dedicaban a arreglar presupuestos estatales mal aplicados o a encubrir dineros oscuros.

El revoltijo de propuestas, explicaciones confusas para proyectos impracticables, contradicciones que aturden y desesperan al electorado que sólo quiere ver atendidas sus necesidades diarias más elementales. Pero para el presidente López Obrador la óptica es otra, curiosamente similar a la de su colega en la Casa Blanca.

Para el presidente norteamericano las elecciones de noviembre son su última oportunidad de mantenerse en el poder para otros cuatro años dedicado a “hacer grande de nuevo a su país”. Para López Obrador las elecciones intermedias de junio del año entrante, en las que se renovará la Cámara de Diputados y quince gobiernos estatales, son la definitiva oportunidad para afianzar el gran programa transformador en el que se embarcó.

AMLO, experto, como Trump, en declaraciones que dividen a su pueblo y López Obrador, quien también cree que esa es la mejor forma de gobernar.  Ambos se cimientan en la lealtad de las masas ingentes de electores que los llevaron al poder. Pero esos sectores sufren situaciones socioeconómicas negativas con pocas perspectivas de alivio inmediato.

Los dos desafían la racionalidad de fuertes inercias convencionales que bien pueden retornar y recuperar mayorías en los respectivos congresos.  Un indescifrable voto ciudadano está por desenredar la suerte del vecino al norte.  México está en compás de espera.

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