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Los 500 años

Julio Faesler

Julio Faesler

El 13 de agosto de 1521, bajo el asedio náutico de los 13 bergantines que Cortés mandó construir en Tlaxcala, con partes de los que dejó encallados en Veracruz, cayó la orgullosa Tenochtitlan, después de más de un año de sitio.

Sobre las ruinas de la capital, sorprendente maravilla descrita por los conquistadores, y el inestable suelo que ofrecía un espacio lacustre, se fincó una ciudad. Para Hernán Cortés, que había capitaneado con solo un puñado de 1,500 soldados, según los académicos Eduardo Corona y Pilar Ramírez, no cupo duda de la necesidad de levantar la nueva capital en el mismo lugar conquistado.

Fue en esa fecha que se inició la fusión de dos culturas, que es nuestra nación actual. Forjada paso a paso a lo largo de tres siglos, partiendo de Gonzalo Guerrero, precursor en Yucatán, el proceso de mestizaje fue integrando la nueva sociedad política, étnica y cultural. La identidad del México actual es enteramente distinta a la de los dos mundos que se enfrentaron. Como sucedió en otros casos, se suman pueblos que se conocieron en el combate para luego unirse en naciones que abren un reconocimiento recíproco de virtudes.

El imperio de los aztecas, Cem Anáhuac, el de la Triple Alianza, ideada por Tlacaélel, enemistado con sus vecinos, a los que dominaron a fuerza de las armas, era el reino más importante de los que ocupaban lo que sería la Nueva España. Su conjunto, sin embargo, no conformaba, ni en extensión territorial ni de culturas, una nación.

La mexicanidad, noción que abarca y resuelve la diversidad de razas, creencias y ambiciones, aparece en la Nueva España. Es el fenómeno aglutinador en el sentido político y cultural. Casi de inmediato aparece una conciencia de comunidad que, aunque ciertamente colonial, adquiere elementos que diferencian a criollos nativos de peninsulares, acaparadores de puestos reales, y coinciden en vivencias con las clases populares. Mientras tanto, llegan centenares de frailes para entregarse a una secular labor que alcanza hasta Alaska para llevar la fe católica a todos los dominios de España. Ejemplos son Pedro de Gante, Bartolomé de las Casas, Junípero Serra y Tata Vasco, quienes nos dieron traducciones, diccionarios, descripciones de costumbres, poesía, teatro y universidades, como la Pontificia y la Nicolaíta, y escuelas de oficios para todas las clases.

Así se fue integrando una nueva mentalidad, ya no española, sino del Nuevo Mundo. La conquista de las Filipinas fue hecha por mexicanos, en naves construidas en México y tripuladas por personas que ya se llamaban mexicanos. La cultura nacional parte de tradiciones de los pueblos y se horma con la estructura escolástica. Cimientos de la mexicanidad son los nacidos en México: pintores como Miguel Cabrera, Cristóbal de Villalpando, Baltazar de Echave, Juan Correa; literatos como Juan Ruiz de Alarcón, Sor Juana Inés de la Cruz o Góngora.

La mexicanidad, como concepto separado de lo estrictamente español, en una época de choques dinásticos y rivalidades mercantiles, tuvo su precio. Aumentaron las desavenencias entre Hernán Cortés y la Corona, siempre presa de rivalidades europeas. Independientemente de sus numerosos proyectos por hacer de su marquesado un centro de progresos agrícolas e industriales o de sus expediciones al norte del Pacífico, lo grave estaba en su visión de un nuevo país, producto de la fusión de España con los reinos mexicanos, creándose una sociedad tan distinta de Europa en raza y cultura como diferentes eran los dos mundos que se enfrentaron en 1521.

Todas las nacionalidades han resultado de encuentros, las más de las veces violentos, como fue el caso nuestro a principios del siglo XVI.  Igual que la India, que de un multiétnico y polifacético conglomerado de Rajas, Nizams y Nawabs, se identificó luego, ya entrado el siglo XX, como nación. En el caso de México, la nacionalidad se gestó a partir de 1521, cuando todos los pueblos que habitaban el territorio encontraron el referente común de ser “mexicanos”.

Es importante cuidar una visión equilibrada del verdadero concepto de la nación mexicana. Ni completamente indígena, pese a ser mayoría, ni tampoco ibérica. El México de hoy ha caminado mucho más que los 500 años que se festejan en el Zócalo con la maqueta del Huey Teocalli y juegos de luces.

Los retos de hoy son incalculablemente mayores que cualquiera de los anteriores. Son la tarea que dejamos a las siguientes generaciones que tienen que resolver. 

Que el Presidente tome nota de que el triunfo se construye con alianzas y no con divisiones. La gran maestra que es la historia deja como lección que la mexicanidad que se sembró hace 500 años es la fuerza más importante con que ha contado la pluriétnica población que desde entonces comenzó su superación, siempre viva. Hay que fortalecerla, no subvertirla.

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