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Encierro y lectura

Juan José Rodríguez Prats

Juan José Rodríguez Prats

Política de principios

Cada vez son más escasas mis actividades debido a mis mermadas capacidades. Leer, pensar, hablar, escribir. Dedico mucho tiempo a lo primero. Con el distanciamiento, mis interlocutores se reducen por mi torpeza en el manejo de las nuevas tecnologías. Siempre he hablado sólo con frustrantes resultados, discuto mucho conmigo mismo y termino con amargas desavenencias.

Nada más estimulante y vívido ejercicio que ser atrapado por un libro. ¡Qué magnífico gozo! Todo el día merodean las ideas incursionando en los posibles desenlaces. Acostumbro leer varios libros a la vez, escojo temas diferentes, procurando combinar literatura, historia, biografías y que nunca falte la poesía.

Gracias a la generosidad de un buen amigo, Raudel Ávila, seleccioné Tres lindas cubanas, de Gonzalo Celorio; las memorias de Albert Speer y la inagotable poesía de José Gorostiza, Muerte sin fin, a la que retorno una y otra vez.

No tengo el privilegio de conocer a Gonzalo Celorio, pero desde mi encierro le doy mi más emocionado agradecimiento. Su novela me causó un profundo deleite. Qué forma tan elocuente, sencilla y sentimental de describir a su familia. Me hizo evocar la mía y adorarla aún más.

Cuánto daño pueden hacer a los seres humanos los hombres con poder, no es cierto que nos pueden hacer felices, pero sí nos pueden amargar la existencia, dividir las familias, condenarnos a paupérrimas condiciones de vida y, si nos rebelamos, reprimirnos hasta la degradación total. Cuba, Venezuela, Nicaragua y toda América Latina han sido escenario de los más brutales desvíos del hombre, pretendiendo resolver los problemas de los pueblos. No somos los únicos o la excepción, es nuestra realidad y nuestra circunstancia.

La obra de Celorio pinta con sabrosa ternura a mi paisano Carlos Pellicer, a los intelectuales cubanos y, aunque con escasas referencias, describe la megalomanía siniestra de Fidel Castro, personaje que se repite en otros grandes libros (La fiesta del chivo, Yo el supremo, El otoño del patriarca, La sombra del caudillo, El señor presidente). Todos siguiendo el estilo iniciado por Tirano Banderas: el hombre indispensable, impoluto, imprescindible, el superhombre, soberbio y prepotente, que siempre tiene la razón.

Brinco a las apasionantes memorias del arquitecto de Hitler, Albert Speer, un extraordinario testimonio de hechos trascendentes en la historia de la humanidad. La descripción del dictador, con sus profundas limitaciones de toda índole. Una interrogante sacude mis entendederas: ¿Por qué, una y otra vez, seres humanos tan descalificados deciden destinos de pueblos? Ese es el gran tema a discutir en el siglo XXI. Me impactó la orden de Hitler, en sus últimos días, denominada “tierra quemada”, de destruir todo. La instrucción no podía ser más cruel: que el pueblo alemán sucumbiera por no estar a la altura de su liderazgo. La soberbia no conoce límites.

Nunca hay que dejar de leer poesía. Mi gran amigo Rafael Cardona (hombre bueno que fracasa en su empeño de querer ser malo) me obsequió unos textos de Juan Ramón Jiménez, quien machaconamente recomienda a los políticos leer poesía. Otra sería nuestra situación si antes de los trabajos cotidianos, los hombres del poder en las oficinas gubernamentales o en los recintos parlamentarios se sensibilizaran con la lectura de poesía. Con esa recomendación en mente, decidí una vez más intentar desentrañar, entender, asimilar esa poesía filosófica escrita por mi paisano Gorostiza. Qué reto más fascinante.

Cuando en tiempos recientes se nos agrede reiteradamente a los tabasqueños por razones explicables, nosotros presumimos a dos poetas nacidos a menos de 150 metros de distancia, “Nos conocimos desde que nuestras mamás nos llevaban en brazos”. Gorostiza y Pellicer son gigantes de nuestra literatura. Será tema, en algún momento, de otro artículo.

 

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