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Viejas glorias

Juan Carlos Talavera

Juan Carlos Talavera

Vórtice

En los años 90, un grupo de estudiantes del Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) adquirió diez ratas preñadas para un experimento. Acordaron ratones, pero el emisario entendió mal y llegó con roedores blancos de tamaño convencional, lo que obligó a improvisar una morada más amplia en el laboratorio.

Su idea era identificar los efectos de la penicilina en el comportamiento y en la condición física de sus crías. Creo que debieron optar por el etanol, pero el consenso los llevó por los caminos de Alexander Fleming. Así que elaboraron su proyecto y, por primera vez, enfrentaron el difícil arte de construir objetivos e hipótesis.

La tarea aventuró predicciones rocambolescas ante la mirada compasiva del profesor Gabriel Guerra Gómez. Él sabía que era un callejón sin salida, pero dejó a sus pupilos lidiar con la adversidad. Aquel ensayo no aportó grandes resultados científicos y habría decepcionado a Gregor Mendel, pero el equipo registró otros hallazgos.

Por ejemplo, un joven descubrió su alergia al pelo de roedor, otro más que sufría musofobia, y quienes administraban el fármaco sospechaban que las ratas intentaban inhibir el suministro de penicilina con chillidos sobreagudos que eran replicados desde el primer pinchazo.

También aprendieron que la mordida de los roedores es inclemente, que llegan a ser caníbales ante la falta de alimento y que, al no haber un protocolo de salida para estas heroínas de la ciencia, debían ser desterradas a un predio baldío.

La anécdota es un instante de luz en la formación de miles de jóvenes en el CCH de la UNAM –institución que esta semana cumplió medio siglo de vida–, aunque también atisba numerosas carencias, como la falta de dignidad en sus instalaciones, la insuficiente modernización de sus laboratorios, el limitado acceso a internet, la obsolescencia de sus acervos bibliográficos, la obligada actualización del plan de estudios, la falta de un verdadero impulso a la cultura y las artes, el ausentismo de profesores y alumnos, la ampliación de su matrícula, sin dejar la inseguridad y el porrismo frente a la mirada sorprendida de sus funcionarios.

El CCH es un antiguo buque de guerra que se mueve con dificultad en mar abierto. Medio siglo de vida no es fácil, pero su festejo se ahogó en las aguas de la pandemia y eso refleja su insuficiente alcance tecnológico o la evidencia de un hecho inobjetable: su mayor mérito está en el baúl de la historia y en sus viejas glorias. Ojalá sus directivos, encabezados por Benjamín Barajas, recordaran el ideal de Pablo González Casanova y dejaran de repetir la muletilla ‘aprender a aprender, aprender a hacer y aprender a ser’ para empezar a trabajar.

APUNTE EFÍMERO

Es preocupante la situación que en este momento vive el Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca (MACO). Ayer, sus trabajadores revelaron que la propia Asociación Civil Amigos del MACO —encargada de cuidar su permanencia— les adeuda sueldos desde abril de 2020 y, en una decisión

inaudita, les plantearon el cierre del museo, el cual cumplió 29 años.

La situación es grave porque afecta a todo el personal. Incluso a la directora,

Cecilia Mingüer Vargas, quien fue invitada por la policía local a salir del museo.

Cito el mensaje que circula en redes sociales: “Hacemos público nuestro temor de no sólo perder nuestra fuente de trabajo y nuestros sueldos adeudados, sino de sufrir agresiones físicas por parte de las personas que integran la mesa directiva de Amigos del Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca, A.C. y de la persona con quien llegaron a tratar de violentarnos, el ingeniero

Osvaldo Mendoza Cruz, exjefe de la unidad administrativa de la Secretaría de las Culturas y las Artes de Oaxaca”.

No hay duda de que la pandemia también revela la peor cara del sector cultural. ¿Qué diría el maestro Francisco Toledo?

 

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