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PEDESTAL DE LA TRISTEZA

Juan Carlos Talavera

Juan Carlos Talavera

Vórtice

Necesitamos estatuas para recordar la historia de México porque nuestra memoria es limitada, distraída y cansada, como un viejo ferrocarril. Requerimos de efigies de bronce para lustrar y reinventar el mudo Paseo de la Reforma y darle un lugar a las heroínas que nos dieron patria.

Ojalá esa idea tuviera eco en los libros de texto de los niños que cursan los primeros seis grados de educación básica –quienes enfrentan el reto histórico de no caer en el oscurantismo virtual–, aunque en sus páginas ni siquiera aparezca una mención a Leona Vicario, la primera mujer que ya integra el Paseo de las Heroínas.

Es una lástima que la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México –que antes encabezó Alfonso Suárez del Real y ahora cubre Guadalupe Lozada León– no se tomara la molestia de hacer una consulta ciudadana para definir las esculturas de las mujeres que nos gustaría ver.

No se habría escuchado nuestra opinión, pero ese jolgorio habría servido para redescubrir las 77 viejas esculturas que existen, como las de Ramón Corona, Manuel Ojinaga, Ignacio Pesqueira y Juan Zuazua, que pocos resolverían sin ayuda de la Wikipedia. O recuperar a Francisco Sosa, el arquitecto, poeta e historiador que ideó el proyecto, que impulsó Porfirio Díaz, en 1887.

En esa consulta imaginaria se pudo proponer una estatua a las Adelitas o a Rosario Castellanos, la poeta que escribió en su poema Destino: “Una mujer camina por un camino estéril / rumbo al más desolado y tremendo crepúsculo. / Una mujer se queda tirada como piedra / en medio de un desierto / o se apaga o se enfría como un remoto fuego. / Una mujer se ahoga lentamente / en un pantano de saliva amarga. / Quien la mira no puede acercarle ni una esponja / con vinagre, ni un frasco de veneno, / ni un apretado y doloroso puño. / Una mujer se llama soledad. / Se llamará locura.”.

Se pudo pensar en María Ignacia Rodríguez, conocida como la Güera Rodríguez, partidaria de Miguel Hidalgo, quien utilizó su casa como centro de reuniones políticas y, según Artemio del Valle Arizpe, fue acusada de adulterio ante la Inquisición, pero no fue perseguida porque amenazó con revelar los amoríos del inquisidor con su monaguillo.

Otra opción era Laureana Wright, directora de América Literaria y Violetas de Anáhuac y la primera en ingresar a la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística; o Hermila Galindo, la primera candidata a diputada federal en México, que luchó contra el régimen de Victoriano Huerta, como podemos leer en el libro Mujeres protagonistas de nuestra historia, que compiló Patricia Galeana.

Es una buena idea colocar a Leona Vicario en el ‘bruñido’ Paseo de la Reforma, aunque su presencia no nos hará mejores mexicanos ni más justos, pero será un recordatorio del papel de la mujer en la historia de México. Ojalá que nadie la robe, la utilice como lienzo para la protesta o la olvide y, al pasar por ahí, se apoye en ella mientras busca un meme o un sticker de ocasión.

No está mal que las autoridades culturales agiten la ramita de la reivindicación con este Paseo de las Heroínas, pero hacerlo mientras observamos la debacle de instituciones culturales es inoportuno. Ahí está el “ajuste” que realiza la Escuela Nacional de Antropología e Historia del INAH, como se lee en su comunicado del 19 de agosto: “Por este medio les informamos que la planta docente de las licenciaturas de la ENAH ha sufrido un ajuste en 37 materias de prácticamente todas las licenciaturas de nuestra escuela”; y la cancelación de sus cursos, entre los que destaca el de Epigrafía Maya, de Hugo García Capistrán, lo que ubica al INAH sobre un pedestal de la tristeza. Esta semana hemos visto algunos videos donde desfilan fajos y fajos de billetes… Ojalá algunos de éstos hubieran llegado a proyectos culturales.

 

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