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Medio ambiente

Juan Carlos Sánchez Magallán

Juan Carlos Sánchez Magallán

La tierra ha sido devastada por la contaminación ambiental. Asuntos como el plástico, donde los especialistas estiman se vierten al mar más de ocho millones de toneladas que afectan al ecosistema, o la reducción deliberada de la vida útil de los productos electrónicos y los muebles de casa por parte de las empresas fabricantes se han convertido en una amenaza global.

La ONU conmemora todos los 5 de junio el Día del Medio Ambiente y nos recuerda que cada tres segundos el planeta pierde una superficie de bosque equivalente a un campo de futbol y afirma que, si se reciclaran todos los periódicos de papel que a diario se imprimen, se evitaría la tala anual de más de 250 millones de árboles en el mundo.

Desastres industriales como el de Chernóbil, en 1986, con la explosión de su central nuclear o los accidentes de oleoductos de las empresas petroleras, son catástrofes ambientales de difícil restauración, o bien los desechos químicos de industrias que contaminan el aire y el agua que consumimos.

La emisión de gases de efecto invernadero continúa aumentando, el calentamiento global sigue en ascenso según registros de los tres últimos años. El 50% de los arrecifes se ha perdido y para el 2050 podría desaparecer hasta el 90%; los deshielos polares y de los glaciares de la Antártida siguen provocando el aumento del nivel del mar, erosionando las costas con marejadas y huracanes de mayor intensidad.

Los países emisores de la mayor parte de los gases contaminantes son: Estados Unidos, Rusia, China y la India.  No es casual que sean los de mayor densidad poblacional. La ONU promueve el desarrollo sostenible en términos de la Agenda 2030 y México se adhirió en el 2000 al Tratado de Kioto, donde 197 países se comprometieron a reducir con políticas públicas los gases de efecto invernadero.

¿Cómo revertir esto? Con diversas acciones que podemos realizar: reciclar y reutilizar las envolturas de los productos que consumimos, como plástico, papel, latas, etcétera; cuidar el consumo del agua y su uso racional; reforestando árboles evitando su tala; usar más bicicletas y menos automóviles, fomentando el uso de los sistemas de transporte colectivo; darle mantenimiento a los sistemas hidráulicos de las ciudades cuidando las fugas domésticas en los grifos; en la electrónica usar pilas y baterías recargables; realizar la separación de la basura que producimos en orgánica e inorgánica; reducir los consumos de energía doméstica, industrial y urbana, apagando con oportunidad las luces y desconectando los aparatos eléctricos que no se usan, revisando el uso de calefacciones y aires acondicionados por conducto de sus termostatos; liberar de los celulares las altas cargas de datos, pues “los servidores” y “la nube” trabajan a todas horas consumiendo energía y generando cargas de bióxido de carbono impresionantes, dañando al medio ambiente. Si las personas que usamos teléfono celular no lo conectáramos un día, se podrían evitar 15 millones de kilogramos de gases invernadero, de ese tamaño es el problema.

En general, debemos cambiar hábitos y prácticas de consumo, incluidas las frutas y verduras, que preferentemente no contengan fertilizantes ni otros productos contaminantes, pues, de colapsar los sistemas alimentarios y de salud, tendremos graves consecuencias para la humanidad.

Ahí está la reciente pandemia por covid-19, como aviso de que los patógenos siguen evolucionando a consecuencia de la pérdida de ecosistemas y reducción de las especies.

Afortunadamente, los científicos encontraron la vacuna en un año, cuando tardan 10 en sus protocolos de investigación.

Hacer las paces con la naturaleza con acciones cotidianas evitará un cambio climático catastrófico. ¿O no, estimado lector?

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