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Electricidad

Juan Carlos Sánchez Magallán

Juan Carlos Sánchez Magallán

La electricidad mueve las actividades económicas, sociales y de seguridad del género humano en el mundo.

Se usa en las fábricas para mover los motores de su producción.

El transporte público, los metros y ferrocarriles la emplean. Muchos automóviles funcionan con electricidad y los híbridos en combinación con motores de gasolina, contribuyendo a solucionar problemas de contaminación y ruido de las grandes ciudades.

La agricultura usa motores de riego para elevar los acuíferos. En el consumo de agua de la CDMX se bombea de sus fuentes de origen (el Cutzamala) o bien, expulsando las aguas negras para evitar su inundación por el drenaje profundo. Y qué decir del alumbrado público y de la señalización del transporte automotor vía semáforos. En los hogares sirve para iluminar todas las áreas comunes, la calefacción y el uso de electrodomésticos.

El internet no llegaría a nuestros domicilios sin energía eléctrica y esto incluye a las oficinas públicas y privadas.

El comercio, la administración y los servicios públicos no funcionarían, pues todos los sistemas de procesamiento de datos, de información y de las telecomunicaciones requieren de la energía para funcionar.

La educación a distancia, vía virtual o televisada, no sería posible. Las reuniones en línea de negocios, videoconferencias, foros, coloquios, conversatorios, los grupos de chat, Facebook, Twitter y YouTube tampoco existirían sin el uso de la energía.

Los hospitales y bancos de sangre, los frigoríficos de las tiendas comerciales, los refrigeradores de los hogares no funcionarían sin electricidad.

Mucho me agradó una frase del ministro presidente Rafael Guerra Álvarez que plasmó en un mensaje de aliento a la Comunidad Judicial de la Capital de la República. Cito textualmente: “hay décadas en las que no pasa nada y semanas en las que pasan décadas”, expresión que representa el momento que estamos viviendo.

La reflexión la menciono para ejemplificar cómo nos hemos tenido que reinventar en todas las actividades cotidianas a causa de la pandemia por covid-19: el home office de manera virtual, la educación que se imparte o recibe en nuestros hogares, que pareciera es más cómodo, pero resultando en  más tiempo dedicado en función del incremento de los resultados.

Si existe ahorro en gastos y tiempos de traslado de los domicilios a los lugares de trabajo (oficinas públicas, privadas, universidades, etcétera), también se provoca un ahorro a las empresas en el consumo de energía eléctrica,  el cual ahora se traslada a los hogares y lo absorbemos los consumidores domésticos. Significa, pues, que el ahorro energético de las empresas e instituciones incrementó considerablemente el uso y consumo de nuestros hogares, particularmente el de los clasemedieros.

La Comisión Federal de Electricidad tiene consideraciones tarifarias para el consumo doméstico, ayuda y premia los buenos hábitos de consumo.

 Hasta aquí todo está bien; pero resulta que una familia promedio (de cinco integrantes) usa cinco computadoras todo el día, elevando considerablemente el consumo de energía eléctrica de nuestros domicilios, provocando que los recibos registren consumos por encima de los 500 kWh y, consecuentemente, la pérdida de los beneficios del subsidio o ayuda gubernamental.

Dicho de otra manera, los ahorros económicos de los patrones los estamos pagando los empleados al realizar la actividad laboral desde nuestros hogares.

¿Cómo solucionar esto?

O se amplían los beneficios de subsidio de las tarifas domésticas a 600 kWh por parte de la Comisión Federal de Electricidad, en lugar de los 500 actuales, o los patrones deberán contemplar un bono anual de ayuda a sus empleados, como sucede en Holanda, donde las autoridades ofrecen, este año, a sus empleados burócratas que trabajan en casa “un bono” covid-19 de 363 euros a manera de compensación.

Ojalá el presidente Andrés Manuel López Obrador pida a Bartlett congraciarse con las clases medias del país, ¿o no, estimado lector?

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