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Adicciones

Joselo

Joselo

CrockNICAS MARCIANAS

El 3 de julio se conmemoraron 50 años de la muerte de Brian Jones, creador y líder de The Rolling Stones, un joven inteligente, carismático, multiinstrumentista, ícono de la moda de su tiempo. Causa de la muerte: sobredosis. Lo encontraron ahogado en una alberca.

Ya desde años antes Mick y Keith se habían convertido en los líderes naturales del grupo cuando comenzaron a escribir canciones originales, que se alejaban de la idea primigenia de Brian: una banda que tocara un blues lo más puro posible. La historia dice que las drogas lo alejaron de la creación, al punto que su aportación en los Stones desapareció. Lo sacaron del grupo unas semanas antes de su muerte, una de las razones, se piensa, que lo llevó a darle más duro a las drogas hasta la sobredosis. Murió en 1969, a la edad de 27 años.

Dos años después, el mismo 3 de julio, pero del año 1971, muere Jim Morrison, también a la edad de 27 años, en París, Francia. Causa de muerte: sobredosis. Aunque existe la teoría de que sigue vivo y que fingió su muerte para alejarse de todo y todos. Estaba en París de vacaciones con su pareja, Pamela Courson, quien fue la única que lo vio muerto. Todo el asunto está lleno de misterio. Los trámites se hicieron muy rápido (acta de defunción, velorio) y fue sepultado en el panteón de Pére-Lachaise, donde miles, millones de vasallos, le rinden pleitesía al Rey Lagarto visitando su tumba.

Supuestamente hay pistas en las letras de las canciones de The Doors que indican que Jim Morrison tenía planeado desaparecer en algún momento. Que hablaba de irse a África, dejar el show business y dedicarse a leer y a escribir.

El mito de la superestrella que finge su muerte está muy difundido en nuestra cultura. Se dice lo mismo de Elvis Presley, de Juan Gabriel y de Pedro Infante. Pero yo me pregunto, ¿realmente alguien puede dejar todo así tan fácil? 

Hace poco me preguntaron “¿Tú crees que es adictivo tocar en un escenario?”. Y yo, sin dudarlo, contesté que SÍ. La adrenalina que genera tu cuerpo al estar enfrente es, a mediano y largo plazos, adictiva. Esa adrenalina es una especie de gasolina que te hace estar vivo y sentirte mejor. La fuente de la juventud, ni más ni menos. Y si uno tiene una personalidad adictiva, que te enganchas con cualquier sustancia que te da para arriba, sin duda te haces adicto al acto de subirte a un escenario, con nervios y todo (de eso se trata). y tocar, cantar. También lo deben tener los actores al participar en una obra de teatro, en una película, una serie. Los escritores al hacer un libro en soledad y luego dedicarse a presentarlo por aquí y por allá. Los maestros al dar clases en una escuela. Los curas y pastores al dar sermones en la iglesia.

Lo he vivido en carne propia, he visto a mis compañeros y a mí sin tanta energía para tocar, pero apenas nos ponemos los instrumentos y comienza la música, llega como por arte de magia una energía, que no se sabe de dónde comienza: si es el público quien la manda o somos nosotros quienes la mandamos al público en forma de música y nos la regresan como energía pura. Lo difícil entonces es aterrizar, volver a tierra después de un concierto. Lo normal es que te quieras ir de fiesta, beberte todos los bares de la ciudad que visitas, que te amanezca después del shot de adrenalina que te acabas de dar. Pero cuando has decidido estar sobrio y limpio de drogas, ¿qué te queda? Supongo que la meditación. O caminar como loco por las calles, como lo hace Flea, de los Chili Peppers, pero, ¿y si estás en territorio narco? Mejor un té de tila y a dormir.

​No creo que Elvis ni Juanga ni Morrison ni todos aquellos que “fingieron” su muerte pudieran prescindir de su dosis de escenario. La abstinencia de adrenalina es capaz de regresar a los muertos de su tumba.

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