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De la relatividad moral a la indolencia ciudadana

José Luis Jaimes Rosado

José Luis Jaimes Rosado

El momento histórico de México es total, pleno y único, desde el primero de julio del 2018 cuando todo fluyó en el proceso de alternancia con el reconocimiento numérico de la votación hasta cinco meses después con la retahíla discursiva del Ejecutivo federal entrante al saliente, frente al Congreso de la Unión.

Con el vaticinio político de “cualquier cosa puede pasar”, resultó que todo se quiere cambiar y a diez meses de gobierno todo sigue igual.
Y los nuevos términos administrativos decretan disponer otras coordenadas, aunque la inseguridad, inflación y demás referentes significativos para la sociedad siguen similares, en el mejor de los casos, pero con un cúmulo de directrices morales nuevas anunciados día tras día.

Las situaciones donde el acontecer parece fluir, todo puede suceder, pero todo sigue igual, repercuten en la correlación de estructuras para fijar límites y establecer referentes de lo bueno y lo malo para la propia convivencia entre ciudadanos.

Al respecto, el sociólogo polaco-británico, Zygmunt Bauman, propuso para el primer caso referido, todo fluye cíclicamente (pero nada cambia) el concepto “modernidad líquida” y para las repercusiones “ceguera moral”.

México, particularmente en el siglo XXI y ante la llamada 4T (Cuarta Transformación) no escapa a esta conceptualización.
Política, economía y cultura se constituyen por individuos  cuya conducción son actos o clasificaciones fuera del universo de evaluaciones y obligaciones morales (adiáfora).

El concepto adiáfora representa indiferencia ante toda acción que no contribuye ni a la virtud ni a la maldad.
El filósofo prusiano, Immanuel Kant, utilizó el término para señalar acciones que se creían moralmente ni buenas ni malas.
En México es común escuchar que los personajes que se sitúan en esta perspectiva “están más allá del bien y del mal”.

Desde la dimensión teológica, adiáfora parecería trasladarse a la política nacional a través de una ética que denota acciones que Dios (léase el jerarca político) ni manda ni prohíbe y cuya realización u omisión es un asunto indiferente; ejemplos: Baja California con la extensión de mandato para el gobernador, amenaza de desaparición de poderes en Tamaulipas y Veracruz, Cámara de Diputados con intención de reelegir al presidente de la Mesa Directiva o funcionarios institucionales de representación federal en Michoacán agrediendo –al menos lingüísticamente– a las mujeres. 

Esta relatividad moral, ya se evidenciaba desde el señor de las ligas, pasando por medicamentos adulterados o desabasto consciente, nombramientos indefendibles profesiográficamente, hasta esclavitud sexual en sus diversas manifestaciones, cuyo registro periodístico pareciera ya no causar asombro. 

En paralelo con el desarrollo democrático, en nuestro país se banalizaron los referentes de pensamiento, sentimiento y expresión, contexto observable inmediatamente en el consumismo creciente por lo material, explicación del aumento exponencial de la huella ecológica de cada habitante.

La indolencia ciudadana por los problemas de los demás, la insensibilidad ante el sufrimiento ajeno y la incapacidad o rechazo empático, están desplazando todo marco ético, se normaliza la trivialidad y se desmoronan los vínculos del entramado social aún subsistentes.

Leonidas Donskis y Bauman filtran las manifestaciones sociales por el concepto de adiáfora, una parálisis moral producto de la indiferencia al acontecer global y negación de la aportación como ciudadano.

En tanto, los políticos y líderes mexicanos luchan por el rating social y su interés es acrecentar audiencias o vender, según sea el caso.
Las estrategias de propaganda (ganar adeptos) o publicidad (conseguir consumidores) se diseñan para lo inmediato, no perdurable, sensacional y superfluo.

Todo lo anterior, con la elaboración de productos comunicativos, se traduce en escándalos políticos para la lucha electoral e impacto en los medios, reality shows televisivos para la distracción o fuga reflexiva del electorado, exhibicionismo cibernético para escarnio personal y escenarios apocalípticos que unos profetizan y otros niegan.

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