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Se nos hundió el sótano

José Elías Romero Apis

José Elías Romero Apis

Hace 15 años escribí un librito titulado Perfiles de grandeza. En él se contenía una melancolía y una advertencia, al contrastar a los grandes líderes políticos del mundo que había visto actuar durante mi niñez y mi juventud. Hoy en día, ese libro estaría superado por la realidad. Hoy, ya desearía tener a aquellos de los que tanto me quejaba.

Durante mi adolescencia pude observar a John F. Kennedy, lleno de polémicas, pero todas ellas acusando grandeza. Pero en otras latitudes acontecía algo similar. El líder británico se llamaba Harold Macmillan y todavía Winston Churchill dictaba conferencias y situaba proclamas.

El alemán era, ni más ni menos, Konrad Adenauer. Y los jóvenes podíamos leer en los periódicos o ver en los noticieros lo que ese día hizo o dijo el presidente francés, Charles de Gaulle. Ya en mi vida de estudiante de abogacía tendría el privilegio de observar al presidente Richard Nixon.

Apenas contaba con mis primeros siete años de edad cuando el rais Gamal Abdel Nasser nacionalizó en Canal de Suez. Once años tenía cuando, en el primer debate electoral, se enfrentaron Richard Nixon y John Kennedy. Y un par de años después, Nikita Kruschev arremetía, zapato en mano, desde la tribuna de la ONU.

Pero, además, en ese mismo tiempo, China estaba cogobernada por Mao Tse Tung y Chou Enlai; la India era conducida por Jawaharlal Nehru; y la América Latina contaba con hombres de la talla de Adolfo López Mateos.

Así es la inconstancia de la historia, la cual, en ocasiones, se nos brinda con generosidad y a manos llenas mientras que, en otras, nos regatea sus favores y se nos vuelve miserable. Porque todos los pueblos, sin excepción alguna, han transitado por la luz y el esplendor, así como por la sombra y la tiniebla.

Por ejemplo, yo creí que Estados Unidos había tocado su abismo con la presidencia de Bush Jr. No podía imaginar que llegarían a la presidencia de Trump. Más tarde, yo creí que Inglaterra había caído al fondo con el gobierno de Theresa May. No imaginaba que llegarían a Boris Johnson. Yo creí que Kirchner, Chávez y Zapatero serían el nivel más bajo de Argentina, de Venezuela y de España. No podría suponer la llegada de Maduro, de Sánchez y de Fernández. Es cierto que Rusia, China y Francia han mejorado su nivel. Pero India, Brasil e Italia parece que van de mal en peor.

En 1960, decíamos, los norteamericanos tuvieron que afrontar la dificultad de elegir entre dos hombres de gran formato, como lo fueron Richard Nixon y John Kennedy. Este año, tendrán que soportar el elegir entre Donald Trump y Joe Biden.

Pero, además del dolor, el de sufrir la humillación de la vergüenza porque, si ésos serán sus candidatos, es en virtud de que no hay más. El verdadero fondo del drama es que, en este oscuro momento de su historia, ésos son sus mejores hombres. Muchas veces la pobreza decisoria de un pueblo se debe a la miseria de su boleta electoral. A muchos les asustan las futuras boletas.

Pero eso nos indica que algo faltaba en mi ecuación de hace 15 años. Comparaba los estadios, no las trayectorias. Ése fue mi error. Porque lo importante no es dónde estamos sino cómo vamos. Por eso me quejaba tanto del 2000, sin pensar en cómo estaríamos en el 2020. Se nos hundió el sótano o lo que yo creí que era el sótano.

Dos individuos pueden tener la misma fiebre de 39 grados, pero no estar igual porque, hace una hora, uno tenía 37 y el otro tenía 41. El primero va mal mientras que el segundo está mejorando.

Por eso, hoy me preguntó si los países importantes del planeta, aquellos que dirigen la política, la economía y la paz, están bien y van mejor o están mal y van peor. Si ya llegaron al nivel más bajo de su edificio o si existe el riesgo de caer aún más. Esa es la importancia de conocer nuestra trayectoria, para saber si ya tocamos fondo o si todavía vamos en picada.

Cuando alguien cae del balcón del décimo piso, al pasar por el segundo piso todavía no le ha sucedido nada. Y, por eso, quizá ya no deba preocuparme del 2020, sino del 2030 y de todos los que le siguen.

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