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Los náufragos de la política

José Elías Romero Apis

José Elías Romero Apis

El PRI, que debía su origen y su existencia a un proyecto y a una promesa de bienestar y de progreso, fielmente cumplidos durante sus primeros 40 años, no pudo procesar su paso temporal. Abrazó el gusto por un México aristocrático y desigual. Se corrompió ideológicamente. Después, se corrompió dinerariamente. Por último, se corrompió funcionalmente.

Al final de cuentas no pudo resistir la opinión de los jóvenes. A todos los acusaron de ser rateros. A los pocos que lo eran y a los muchos que no lo eran. La historia los enjuició al parejo. Su posición no pudo defenderlos. Las nuevas generaciones los llevaron al paredón político.

El PAN, que debía su origen y su existencia a un proyecto de cambio, no pudo procesar su ineficiencia. Con el tiempo y con algunas concesiones del antiguo régimen fue logrando posiciones de poder. Primero, diputaciones y alcaldías. Más tarde, senadurías, gubernaturas y hasta la banda presidencial. Para que cambiara lo que los tricolores habían hecho mal o habían deteriorado. Para restaurar la seguridad. Para fortalecer la economía. Pero no pudo. Todo se le fue en acusar al pasado. En renegar de los opositores. En deslindarse de responsabilidades y en tratar de endilgárselas a otros. El cambio no llegó. La corrupción sobrevivió. A ella se asoció la inexperiencia. El resultado fue la ineficiencia.

Al igual que los tricolores, al final de cuentas no pudo resistir la opinión de los jóvenes. A todos los acusaron de ser estúpidos. A los pocos que lo eran y a los muchos que no lo eran. La historia los enjuició al parejo. Su incapacidad no pudo defenderlos. Las nuevas generaciones los llevaron a la horca política.

El PRD, que debía su origen y su existencia a una oferta de salvamento, no pudo procesar su extravío. El tiempo se encargó de envejecerlo vertiginosa y prematuramente. Casi desde su nacimiento se mostró como un partido anciano y obsoleto. Rápidamente se llenó de los vicios que a los otros los habían invadido en décadas. Buscó posiciones y se burocratizó. Buscó recursos y se corrompió. Buscó un discurso y se confundió. Cuando resultaban gobierno se parecía mucho al PRI. Cuando resultaba oposición se parecía mucho al PAN. Pero nunca logró una identidad propia y original.

Al igual que los tricolores y los blanquiazules, al final de cuentas no pudo resistir la opinión de los jóvenes. A todos los acusaron de ser salvajes. A los pocos que lo eran y a los muchos que no lo eran. La historia los enjuició al parejo. Su extravío no pudo defenderlos. Las nuevas generaciones los llevaron a la guillotina política.

Así las cosas, los grandes partidos políticos mexicanos se fueron difuminando hasta casi extinguirse. Emergieron nuevas corrientes, pero sobre todo nuevas agrupaciones, como Morena, para el ejercicio de la política. Podrían haber carecido de innovación ideológica y hasta programática. Pero representaban el atractivo de una alternativa confiable y respetable para los nuevos electores mexicanos. Sin embargo, resultó tan unipersonal que no se le adivina futuro transexenal.

Esos partidos mexicanos habían llegado a ser verdaderos trasatlánticos de lujo. Pero el iceberg, el enemigo y la colisión que los golpeó tenían filosas puntas. Una de ellas fue su insensibilidad cupular. Malas dirigencias. Estancos de poder. Apropiación individual de la fuerza colectiva. La otra fue su incapacidad de renovación. Su mala aptitud para conectarse transgeneracionalmente. Con ambas puntas fueron golpeados, hicieron agua, no supieron achicar, no tenían equipo de salvamento y naufragaron hasta tocar fondo.

Sí, esos fueron como el Titanic, el Lusitania y el Andrea Doria. Lo más suntuoso de la navegación política de la América Latina. Pero se hundieron y nosotros nos quedamos náufragos y huérfanos. Ya no pueden rescatarse. Los partidos chicos son meras chalupas. No tienen motor y nunca lo han tenido.

Mejor sería que construyéramos nuevos trasatlánticos. Puede servir recoger la pedacería que quedó del naufragio de los grandes. Para sorpresa de los analistas y de los historiadores, lo que puede ser rescatado es muy valioso. Plataformas ideológicas bien cimentadas. Programas de acción debidamente planteados. Organización partidista amplia y penetrante. Todo lo que muchos partidos del mundo opulento desearían para un día de fiesta.

Buenos astilleros políticos nos podrían reponer, en 15 o 20 años, el orgullo de tener la vida partidaria mejor organizada y mejor dotada de toda nuestra región continental.

 

Presidente de la Academia Nacional de México

Twitter: @jeromeroapis

 

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