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Los gobiernos y los bloqueos

José Elías Romero Apis

José Elías Romero Apis

Aunque ya parcialmente resueltos, me parece que se trata de un reto provocador a la más alta autoridad política y de un vil tanteo para medir la firmeza de un gobierno. Por eso, las soluciones tienen que ver con la instalación de un estado de poder político que remita lo que me he permitido diagnosticar y designar como un cratoma o, en palabras más simples, como un cáncer en los sistemas de poder.

En realidad, se busca el conflicto por sí mismo, no la solución del conflicto. El desorden, la anarquía y la ingobernabilidad son tan sólo meros síntomas de enfermedades degenerativas de los sistemas de poder, muchas de ellas incurables y progresivas. Hoy se bloquea la vía. Mañana se bloquearía el banco, el ministerio, el tribunal, el Congreso, el almacén, la fábrica y, por último, se bloquearía el cuartel. 

No me corresponde juzgar, porque lo desconozco, quién ganará, al final de cuentas, en este siniestro juego de vencidas. Quisiera que ganaran la ley, la razón, la política y el gobierno. Espero que así suceda, no obstante que, hasta ahora, han ganado la ilicitud, la sinrazón, la barbarie y los vándalos.

Estos sucesos me han recordado un episodio de la vida de Adolfo López Mateos, quien veía su quehacer con optimismo y también sabía asumir las más graves decisiones. Corrían los primeros meses de su sexenio y llevaban tiempo haciendo crisis algunos problemas sociales en forma de huelga. Una de ellas, la ferrocarrilera, había tomado visos de gravedad. En aquel entonces, la vía férrea era el principal instrumento de transporte y el desabasto ya amenazaba a la capital.

Cierta tarde, como en ocasiones anteriores, el Presidente de la República se reunió con sus colaboradores relacionados con el asunto para revisar los avances. Asistieron los secretarios de Gobernación, de Hacienda, de Comunicaciones y del Trabajo. Todos dieron cuenta de que las soluciones no estaban a su alcance. Había talento de sobra en aquella mesa. Pero las probadas inteligencias de
Gustavo Díaz Ordaz, de Antonio Ortiz Mena, de Walter Buchanan y de Salomón González Blanco resultaban insuficientes para un asunto que rebasaba su nivel ministerial y que se alojaba en las exclusivas manos presidenciales.

López Mateos comprendió que había que ingresar al doloroso terreno en el que, para funcionar, la política tiene que apartarse un poco de la ley o de los valores. Pero también sabía que ello no se lo podían proponer sus subordinados. Cuando hay verdadero oficio político, ese tipo de propuestas tienen que germinar en el Presidente y, cuando más, sólo se le pueden acercar a través de la insinuación, de la discreción y de la consideración.

Por eso, el inteligente Presidente comprendió que sus eficientes ministros ya habían llegado al límite de sus posibilidades. Se habían agotado las vías del diálogo, las del estipendio y las del arreglo. Les dio las más sinceras gracias por su esfuerzo infructuoso, pero muy inteligente y muy leal, les deseó un buen descanso nocturno y les explicó su posición. Les dijo que sólo habría dos soluciones. “Que los matemos o que los metamos. Y como no tengo la menor intención de que los matemos, sólo queda que los metamos”. Ambas eran y siguen siendo del exclusivo nivel presidencial.

Dicho esto, se levantó para despedirlos y, alzando la mano derecha, se dirigió a su secretario particular, chasqueó tres veces los dedos para confirmar tanto su premura como su decisión y, con su voz amable, pero sonora y firme, dijo: “Que venga el procurador general de la República”.

No omito comentar que, por anticipación del previsor secretario particular, el procurador general de la República ya llevaba dos horas aguardando su momento, en una de las antesalas presidenciales.

El resto es historia ya bien conocida. El vallejazo, la conjuración de la huelga ferrocarrilera y la solución de un problema a través de resoluciones y de instrucciones que sólo podía emitir el Señor-Presidente-de-la-República, y nadie más.

Desde luego que no estoy invitando al gobierno a la utilización bruta de la fuerza. Jamás le sugeriría que matara o que encarcelara sin una razón y sin un motivo. Soy de una generación que vivió su juventud junto a la represión y la repudio. Después de cincuenta años, ya sanaron las heridas que lastiman, pero aún quedaron las cicatrices que recuerdan. Tan sólo invito a la congruencia entre lo ofrecido y lo cumplido. Llevamos ya varios gobiernos que nos han prometido cambiar de país y que no han podido cambiar ni de aeropuerto.

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