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La política de la rabia

José Elías Romero Apis

José Elías Romero Apis

Guillermo Soberón y Mario Molina, presentes.

 

Los tiempos políticos actuales parecen de risa, pero son de enojo. Los políticos mexicanos ya empezaron a enojarse los unos con los otros. No sólo hacia fuera sino, incluso, hacia adentro de sus partidos.

En Morena andan como anduvieron en el PRI y como han andado en el PAN. Si algo queda en claro en el ejercicio de la política es que el que se enoja, pierde. Cuidado con las muinas.

Pero, más allá de cada partido, los enconos son un mal presagio. Los signos son tan frecuentes que no alcanzaría esta nota. Las víctimas de abusos invaden y destruyen las oficinas de la comisión destinada a protegerlas. Al mismo tiempo, su presidenta injuria de falsaria a la propia CNDH, como ningún enemigo lo había hecho jamás. Cuidado con los tiros de gracia.

Por otra parte, las zacapelas entre los gobernadores y el poder presidencial. Los hechos sangrientos por conflictos de aguas. Los bloqueos de vías federales. Los saqueos de casetas de peaje. Las manifestaciones destructoras. Cuidado con las fisuras.

Mención aparte se merece lo que sucede en el sistema de poder. El gobierno muestra fracturas con las renuncias disidentes del gabinete. El Congreso de la Unión, fracturado. La Suprema Corte, fracturada. La opinión pública. Los especialistas. Los mirones. No sabemos si las Fuerzas Armadas, porque nunca nos han dejado ver hacia su adentro y hacen muy bien. Hasta los cárteles del crimen andan a la greña. Cuidado con las fracturas.

Son cinco las cosas que más enojan a los políticos. Que los asuntos no les salgan como quieren. Que los demás no los entiendan. Que no los obedezcan. Que no los complazcan. Y que no los quieran. Uno de estos ingredientes les molesta. Dos o tres, les enojan. Cuatro o cinco, les resultan furibundos. Cuidado con los encabritamientos.

No es que nos alarme una camorra de políticos. Quienes hemos convivido con la política sabemos que su naturaleza está emparentada con la oposición, la competencia, la contienda, la polémica, el debate, la disputa, el enfrentamiento y hasta con la pendencia. Pero, cuidado con las furias.

Nada estropea tanto la convivencia como el enojo. Si no aprenden a manejarlo, a administrarlo y a superarlo, nuestro futuro colectivo se volverá incierto y peligroso. Cuidado con los berrinches.

El discurso oficial se ha vuelto ríspido, que no usual en tiempos de paz. Es decir, en tiempos donde tenemos problemas, pero no tenemos enemigos. A su vez, la respuesta ciudadana se ha vuelto áspera, que no usual en tiempos de estabilidad. Es decir, en tiempos donde tenemos divergencias, pero no tenemos secesiones. Estamos a un paso de que el discurso ríspido se vuelva grosero y de que la respuesta áspera se vuelva lépera. De ahí, podría ser que pasáramos a la rebelión versus la represión. Cuidado con los embrutecimientos.

El gobierno merece respeto porque es el depositario de la autoridad y la ciudadanía merece respeto porque es la depositaria de la soberanía. Ojalá no construyamos el desastre de haber permitido que nuestro pueblo fuera humillado y de haber contribuido a que nuestro gobierno fuera ninguneado. Pueblo humillado y gobierno ninguneado es la fórmula infalible de la decadencia política.

La política mexicana nos está inquietando como ciudadanía y como gobierno. Existe la percepción de que están pasando del debate a la exaltación. De ésta, al enojo. De éste, al pleito. Y de éste, a la guerra. La política de los enojados es la política de la sinrazón.

Por eso, los tiempos actuales no son felices. Cuidado con los enfurecimientos. No todo sale bien, no todos entienden, no todos obedecen, no todos complacen y no todos quieren a los demás. Por todo eso van a gobernar furibundos o se van a oponer iracundos. Eso no es buen presagio. Así las cosas, se van a perseguir, se van a injuriar, se van a agredir, se van a encarcelar, se van a atacar, se van a ofender y se van a matar.

Por desgracia, todo eso no lo digo yo. Todo eso lo dice la historia.

 

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