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La paráfrasis de la política

José Elías Romero Apis

José Elías Romero Apis

 

En memoria de Guillermo Hernández Plascencia.

 

Por ejemplo, Adolfo Ruiz Cortines constantemente engañaba a todos, pero nunca utilizó una mentira. Tan sólo dejó que los otros aplicaran su mente en la dirección que decidieran y casi siempre lo hacían en la dirección equivocada. Por el contrario, Vicente Fox casi siempre dijo la verdad y, también, casi nunca le creyeron.

Yo me he empezado a sentir muy confundido de manera paulatina. El actual Presidente no es el único que me ha costado trabajo de ser entendido. Mis confusiones comenzaron con Ernesto Zedillo y con Vicente Fox. Algunas de las decisiones de Felipe Calderón y de Enrique Peña no las entendí, sobre todo aquellas relacionadas con designaciones en las áreas de la justicia. No quiero decir que no me gustaran, sino que no las entendía. Algunas me agradaban, por mi afecto con los beneficiados, pero mi mente no decodificaba con suficiencia.

Mi primera reacción ante ello fue que no lo entendía y que no lo creía. Quiero subrayar que no porque no tuviera lógica, sino porque yo no la encontraba. No descalifiqué al autor, sino a mí, el intérprete.

Todo ello porque no conozco ni puedo descifrar plenamente las intenciones del Presidente ni él tiene que esforzarse en que yo las entienda. Estoy como tratando de leer un libro escrito en sánscrito y codificado en braille. No porque esa lengua y ese código sean ilógicos, sino porque ambos me son desconocidos.

En la política existen tres reinos: el de la mente, el de la palabra y el de la realidad. En estos reinos habitan, respectivamente, nuestras ideas o pensamientos, nuestras palabras o expresiones y lo que de verdad existe, aunque no lo pensemos ni lo digamos. Hacer coincidir estos reinos no es sencillo ni frecuente. Por el contrario, es la resultante de una muy bien dosificada mezcla de inteligencia, de madurez, de honestidad y hasta de valentía.

El problema consiste en que la falta de entendimiento entre el gobernante y el gobernado puede llevar no sólo a la confusión, sino también a la incredulidad y a la incredibilidad.

La incredulidad se refiere a los sujetos del mensaje. La incredibilidad, al objeto del mensaje. Hay incredulidad cuando yo no te creo porque yo soy desconfiado o porque tú no eres confiable o por ambas causas. Hay incredibilidad cuando el mensaje está reñido con la naturaleza, con la lógica o con la realidad. Es decir, cuando es increíble por sí mismo, aunque yo confíe mucho en el emisor.

Es incredulidad cuando me dicen que la selección de futbol va mejorando. Es incredibilidad cuando me dicen que ganará el campeonato mundial, aunque me lo digan mis hijos, a los cuales les tengo confianza plena.

Hoy, hay incredulidad de manera muy generalizada en contra del gobierno. Pero, además, no se cree en las telefónicas ni en los tribunales. En las financieras ni en las procuradurías. En los profesionistas ni en los diputados. En los mecánicos ni en los gendarmes. No se cree en los malos porque nos parecen satánicos. Pero, tampoco, se cree en los buenos porque nos parecen hipócritas.

Hay incredibilidad cuando, por ejemplo, pensamos en los propuestos sistemas anticorrupción. Yo soy de los que creo que no funcionarán. Pero no porque desconfíe de los gobernantes ni de sus intenciones ni de sus inteligencias. No creo, simplemente, porque me parece increíble algo que entra en colisión con la naturaleza, con la lógica y con la realidad.

Ése es el valor de la oportunidad, para el bien o para el mal. Por eso se ha dicho, equivocadamente, que la política es un oficio de individuos oportunistas. En realidad es una profesión de hombres oportunos. Pero, como diría Pedro Manero, aprovechar la oportunidad es muy fácil. Lo difícil es saber cuál es la oportunidad.

La política es un idioma que no siempre desciframos. Por eso no es fácil de entender. Es un idioma muchas veces personal y no siempre colectivo. Recuerdo al más famoso personaje de Lewis Carroll que advertía a otro que, si no hablaba como los demás, sería muy difícil que lo entendieran y que lo obedecieran. La respuesta fue: “lo único que deben entender es quien manda”.

Tenía razón. Por eso mismo, los que ejercen la política alrededor del Presidente no deben preocuparse por entender, sino por atender a lo que se decida, en el momento que él lo decida, como él lo decida y a favor de quien él lo decida.

Eso es la verdadera política de los de adentro. Dean Acheson decía que, aunque no sepa nada más de su ministerio ni de su función ni de nada, lo único que debe saber un secretario es la forma como es su Presidente. Si sabe eso, ya sabe todo.

 

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