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Juicio político y juicio histórico

José Elías Romero Apis

José Elías Romero Apis

Se están aprobando cambios en los dos principales procedimientos de enjuiciamiento político.

Uno de ellos es la declaración o juicio de procedencia, popularmente llamado desafuero. Nos habían dicho que ya no existiría el fuero y, por ello, que ya no se requeriría desaforar a nadie. Pero otra vez resultó que no. Que el fuero subsiste. ¡No faltaba más!

El otro es el propiamente llamado juicio político. Éste tiene casi 40 años de existencia en su versión moderna. Pero no se ha aplicado y tan sólo lo aprendimos y lo enseñamos en la universidad. No sé si por reformarse ahora vaya a aplicarse lo que nunca se ha querido aplicar.

Al final de cuentas, estos enjuiciamientos son los pleitos entre los poderosos, cuya reforma ni nos sirve ni nos estorba. En todo hay castas y los gobernados ni tenemos los fueros tan alcahuetes que apuntalaron a Trump ni tenemos los enemigos tan poderosos que le apuntaron a Kennedy.

En la FIL Guadalajara de 2016, Luis Maldonado y yo presentamos nuestra obra Themis vs. Cratos, donde relatamos 10 famosos juicios de poder político. Allí vemos que María Antonieta fue injustamente guillotinada por un pueblo ni tan sabio ni tan bueno. Que Ana Bolena fue injustamente decapitada por un rey sin nobleza y sin majestad. Que Juana de Arco fue injustamente incinerada en vivo por los medrosos y los medradores que le tuvieron temor, que le tuvieron envidia y que le tuvieron rencor.

En nuestras páginas, magistralmente prologadas por Luis María Aguilar, entonces presidente de nuestra Suprema Corte, aparecen Hidalgo, Morelos, Sor Juana, la Corregidora, Sócrates, Bruno y Mandela. Todos ellos acusados por la ignorancia, por la superstición, por la intriga, por el prejuicio, por el rencor, por la intolerancia y por la venganza.

Ese paso de la historia ha hecho que la justicia política se vea hoy tan pobre, tan perversa y tan odiada. No hablo tan sólo de la justicia política mexicana, sino de casi todas. La mexicana o la afgana o cualquier otra es ahora como lo fueron la de los jíbaros, la de los apaches o la de los caníbales. Todo el orbe es pura región 4. No hay un G8 y nuestro foso común es un sólo G200.

Por fortuna, hemos mejorado en la justicia ordinaria como no lo hemos hecho en la justicia política. En materia jurídica ordinaria, México tiene una buena abogacía, una buena judicatura, una buena escuela, una buena literatura y una buena barra. Pero batalla mucho cuando tiene que cohabitar con la política de justicia. Y esto yo lo conozco muy bien porque siempre he vivido en ambos mundos.

También vale distinguir entre juicio legal y juicio histórico. De entre sus muchas diferencias existe lo que en la ciencia procesal se conoce como continencia. El juicio legal es continente. Contiene toda la causa de discusión y no deja nada para que se contenga en otro espacio. Es único y es exclusivo. Nadie puede ser juzgado dos veces por lo mismo y nada ya juzgado puede volverse a juzgar. La sentencia legal es única, exclusiva e indivisible.

Por el contrario, el juicio histórico es incontinente. Los hechos históricos pueden ser juzgados muchas veces y por muchos jueces. Todo el que lo desee puede ser juez histórico y el juicio puede reabrirse a través de los siglos. Cada uno puede emitir su propia sentencia histórica y no importa que sea contradictoria con la de los demás quienes tienen, a su vez, el mismo derecho de erigirse en juez.

Por eso todo político sensato debe cuidarse de no confiar en que una complacencia judicial o una obediencia congresional o una preferencia electoral le valdrán para mucho en los juicios de la historia.

La justicia ordinaria y la justicia política, la de los dioses y la de los hombres, debe ser conocedora, para que no la engañen. Leal, para que no la seduzcan. Honesta, para que no la compren. Valiente, para que no la asusten. Respetada, para que no la ataquen. Inteligente, para que no la confundan. Y justa, para que no la hinquen.

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