Logo de Excélsior                                                        

Villa Unión: Culiacán fue un error

Jorge Fernández Menéndez

Jorge Fernández Menéndez

Razones

El ataque de los criminales en Villa Unión, Coahuila, como decíamos ayer, no es un hecho excepcional como aseguró el presidente Andrés Manuel López Obrador. Desgraciadamente, es parte de una forma de operación de los grupos criminales que se ha venido repitiendo en innumerables ocasiones, por supuesto que también en este sexenio.

Villa Unión es un poblado muy cercano a Piedras Negras, un importante punto fronterizo para el tráfico, hacia y desde Estados Unidos, de drogas, armas, dinero y migrantes. Además, puede ser una base de operación desde la cual dirigir ese puesto fronterizo. Está muy cerca también de Allende, un pueblo en el que, en 2011, Los Zetas cometieron la mayor masacre en la historia de la lucha contra el narcotráfico: un número hasta ahora indeterminado de personas, entre 100 y 300, fueron asesinadas por los comandos de Los Zetas que tomaron aquel pueblo para vengar, se dijo entonces, una supuesta delación.

Debemos recordar lo sucedido en Allende no sólo porque tiene relación con lo que los sucesores de Los Zetas querían hacer en Villa Unión, sino también porque, más allá del discurso oficial, las masacres en estos años terribles las han cometido los grupos criminales, en la guerra que libran entre ellos mismos y, sobre todo, contra la sociedad.

Resulta insólito que el discurso oficial lo ignore, al mismo tiempo que condena a quienes combatieron, ejerciendo el legítimo derecho del Estado de hacerlo, a esos mismos criminales.

El pueblo de Villa Unión se libró de un destino similar al de Allende porque, a diferencia de lo que ha ocurrido en muchos otros casos, en este sexenio se actuó con firmeza y coordinación en las instancias federales y estatales que no sólo repelieron el intento de toma de ese pueblo por el Cártel del Noreste, sino que, incluso, implementó la persecución por tierra y aire del grupo criminal por toda la frontera de Coahuila y dentro de Tamaulipas, donde el resto del comando de setenta sicarios terminó refugiándose.

Fue un operativo conjunto, en todo el sentido de la palabra. Actuaron elementos de la Policía Estatal y de la Fiscalía General del Estado, entre ellos el Grupo de Acción y Reacción del estado y la Agencia de Investigación Criminal, así como del Ejército Mexicano y la Guardia Nacional.

De los setenta sicarios que intentaron tomar Villa Unión, diecisiete fueron abatidos y diez fueron detenidos. En los enfrentamientos murieron cuatro elementos de la Policía Estatal, además de dos bomberos que fueron tomados como rehenes por los sicarios y que finalmente fueron asesinados. Tres menores y dos adultos que habían sido tomados como rehenes fueron rescatados con vida.

Dieciocho vehículos de los atacantes, algunos de ellos blindados, fueron asegurados. Entre esos vehículos se encontraban cuatro que habían sido robados con anterioridad y que fueron recuperados.

Entre el arsenal que portaban lo integrantes del grupo criminal que atacó Villa Unión se aseguraron 21 armas largas calibre .223 y seis fusiles Barret calibre .50.

Si los atacantes de Villa Unión pensaban que iban a ser tratados con la misma indulgencia que los sicarios que tomaron Culiacán, los hechos demostraron que se equivocaban: tuvieron como respuesta toda la fuerza del Estado. Y ésa es la gran diferencia con todo lo ocurrido hasta ahora en la lucha contra los grupos del narcotráfico. Eso es lo excepcional.

Es, además, la única opción lógica. Lo otro es alimentar al monstruo. El propio Cártel del Noreste lo demuestra. Hace un año prácticamente no existían. Sus integrantes originales, el cártel de Los Zetas y los hermanos Treviño habían sido desarticulados, apresados, extraditados o habían muerto en enfrentamientos.

Durante el año en el que esa persecución cesó, se volvieron a articular y refundar bajo los mismos principios de Los Zetas, incluyendo su feroz grupo de sicarios llamados la Tropa del Infierno. No sólo eso, están trabajando, en Nuevo Laredo, en Monterrey y en Coahuila para tratar de recuperar las rutas y territorios que tenían en el pasado. Por eso atacaron Villa Unión que hasta 2011-12 fue territorio Zeta: para recuperar lo perdido.

La lucha contra los grupos criminales debe tener ajustes, pero la presión constante contra esos grupos no puede abandonarse porque terminan regenerándose.

No existe experiencia internacional alguna que demuestre que una política de apaciguamiento unilateral del Estado contra cárteles o mafias haya dado resultados positivos. En todo caso, eso puede lograrse después de haberlos derrotado y retomado el pleno control del Estado. Y eso se aplica tanto para Colombia, Miami o Italia.

No se acaba nunca con el crimen organizado transacional, pero sí se le puede controlar y constreñir a espacios acotados. Y para eso se requiere una presión constante. Villa Unión demuestra que Culiacán fue un error.

Comparte en Redes Sociales