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Sucesión: la voluntad y la realidad

Jorge Fernández Menéndez

Jorge Fernández Menéndez

Razones

Distracción o no, lo cierto es que la sucesión presidencial ya está entre nosotros y con características singulares. Ahí están, entre otros, Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard, Ricardo Monreal, tres de las “corcholatas”, como él les denominó, de las que dispone el “destapador” presidente López Obrador.

La tradición del tapado, del destape, alimentada por la mitología popular y por libros como los célebres de Luis Spota, son parte de la cultura política nacional. Pero la verdad es que hace décadas que un presidente no puede imponer a su sucesor. Quizás el último fue Miguel de la Madrid, con Carlos Salinas de Gortari.

La historia del día del destape de Salinas de Gortari, la cadena de confusiones que allí se plasmó, incluso con el destape fallido de Sergio García Ramírez, fue la demostración de lo compleja que fue esa decisión, sumada a rupturas como la que se generó con lo que se llamó entonces la Corriente Democrática, que devino en el Frente Democrático Nacional y luego en el PRD, y que en 1988 decidió la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas.

Seis años después, Salinas de Gortari, un 28 de noviembre de 1993, cuando gozaba de sus máximos índices de popularidad y apenas unos días después de que se hubiera ratificado el TLC, impulsaba como candidato presidencial a Luis Donaldo Colosio, lo que provocó la ruptura de quien fuera uno de sus aliados durante años, Manuel Camacho, cuyo hombre de confianza era un entonces joven Marcelo Ebrard.

Camacho se quedó como canciller, pero un mes después del destape de Luis Donaldo, el mismo día en que entraba en vigor el TLC, se dio el levantamiento zapatista en Chiapas y todo cambió. Camacho fue designado negociador el 10 de enero de 1994 y surgió la tesis de la candidatura alternativa. Siguieron semanas de disputas políticas y confusión, hasta que el 22 de marzo de ese año Camacho oficialmente aceptó que no buscaría la candidatura. El 23 de marzo, en Lomas Taurinas, Luis Donaldo fue asesinado. Como se dijo mil veces, la bala que mató a Donaldo también terminó con las aspiraciones de Manuel.

Había que buscar de urgencia un reemplazo. La Constitución impedía que fuera alguien del gabinete. Carlos Salinas negoció con Carlos Castillo Peraza, entonces presidente del PAN, una reforma constitucional para que el candidato pudiera ser el secretario de Hacienda, Pedro Aspe. Castillo Peraza decidió no apoyar esa reforma. El designado, en un proceso en el que también se evaluó a José Francisco Ruiz Massieu, entonces director del Infonavit, y a Francisco Rojas, director de Pemex, terminó siendo Ernesto Zedillo, coordinador de la campaña de Colosio y con el que varios de los integrantes del equipo cercano al candidato asesinado habían tenido desencuentros. Zedillo asumió la Presidencia después del asesinato, el 28 de septiembre, de Ruiz Massieu, y asumiendo que él no tenía compromiso con su antecesor. El resto de la historia ya la conocemos.

En 1999, luego de una primaria contra Roberto Madrazo que desgastó muchísimo al PRI, el secretario de Gobernación, Francisco Labastida, fue el candidato priista. Pero casi tres años antes de las elecciones, inmediatamente después de las intermedias de 1997, se había autodestapado en el PAN alguien que no tenía el apoyo de la estructura del partido ni de sus dirigentes, el gobernador de Guanajuato, Vicente Fox, que terminó realizando una campaña implacable para ganar los comicios del año 2000.

Pero tampoco Fox logró imponer candidato y sucesor. El candidato de Fox era el secretario de Gobernación, Santiago Creel. Poco después de las intermedias de 2003, había anunciado que le interesaba la candidatura el expresidente del PAN y secretario de Energía, Felipe Calderón. El gobernador de Jalisco, Francisco Javier Ramírez Acuña, le organizó entonces un evento a Calderón en Guadalajara para oficializar esa aspiración. Fox recibió muy mal la noticia y prácticamente obligó a Calderón a renunciar a la secretaría. Le hizo un favor: sin compromisos con el Presidente en turno, meses después, Calderón arrolló a Creel en las internas panistas, fue candidato y ganó los comicios de 2006.

Pero, finalmente, Calderón tampoco pudo poner sucesor ni candidato. Muerto en un extraño accidente de aviación, su hombre de todas las confianzas, Juan Camilo Mouriño, y luego aquejado por una terrible enfermedad que también llevó a la muerte a Alonso Lujambio, en otro desgastante proceso interno, Ernesto Cordero fue derrotado por Josefina Vázquez Mota. El proceso dejó agotado al partido y a los precandidatos y el priista Enrique Peña Nieto ganó la elección.

Seis años después, Peña Nieto no tenía como primera opción a José Antonio Meade, pero las fracturas internas, el enfrentamiento entre los dos personajes más fuertes de su gabinete, Luis Videgaray y Miguel Ángel Osorio, llevó a la opción de Meade, un muy buen funcionario que no era, siquiera, militante del PRI. El resultado electoral fue desastroso.

¿Podrá el presidente López Obrador designar candidato? Probablemente sí. ¿Podrá mantener unido en torno a ese candidato a su partido? Quién sabe. La historia ha demostrado que una cosa es la voluntad presidencial y otra la que impone la canija realidad. Hacia fines de 2023 tendremos la respuesta.

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