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Lo que vi en Aguililla

Jorge Fernández Menéndez

Jorge Fernández Menéndez

Razones

Se habla de una guerra de posiciones cuando en un conflicto armado los participantes buscan ir ganando al enemigo posiciones estratégicas, una tras otra, hasta obtener la victoria en el conflicto. Es también una guerra lenta, que inmoviliza y lleva al desgaste de todos los involucrados.

Algo así es lo que pude ver en días pasados cuando visité Aguililla, en la Tierra Caliente michoacana. Explicar lo que ha sucedido y lo que está ocurriendo en Aguililla no es sencillo. Para ello habría que retrotraerse a demasiado tiempo atrás, y a la historia de una región que, siendo relativamente próspera, ha vivido demasiado en la marginalidad, basada en sus propias normas y grupos de control. Pero tratemos de explicar qué ha ocurrido en los dos últimos años.

De Aguililla había salido, muchos años atrás, siendo un operador del Cártel del Milenio, Nemesio Oseguera, El Mencho, hasta convertirse en la cabeza de una de las dos principales organizaciones criminales del país, el CJNG. El Mencho, que está y se sabe enfermo, decidió que quería acabar sus días en su tierra. Desde entonces, por razones operativas, pero además por esa decisión personal, el CJNG decidió tomar Aguililla.

Ese municipio donde viven unas 20 mil personas estaba controlado por los grupos de autodefensa que, incluso, estuvieron enfrentados entre sí, como los Viagras, pero tenían un paraguas protector de autoridades de distinto nivel y garantizaban un cierto orden. Cuando el CJNG comienza a incursionar en la zona, cuatro de esos grupos se unifican en los Cárteles Unidos, que indirecta o directamente tienen apoyo del Cártel del Pacífico.

La lucha se concentró en Aguililla, un municipio rico (eso no significa que sus habitantes lo sean), con cerca de 100 mil hectáreas de cultivo, sobre todo de jitomate y chile, con zonas mineras, colindando con zonas aguacateras y limoneras, con un centenar de familias realmente adineradas y, a partir de allí, se comenzó a tomar posiciones, colina por colina, de las que rodean al pueblo, para controlar la única carretera que une a Aguililla con el resto del estado: la que da a Apatzingán. Controlando la carretera, y la comunidad de El Aguaje, que la cruza, se somete toda la zona. El Aguaje está controlado por el CJNG. A partir de allí se desató la lucha entre grupos.

Las imágenes que hemos visto de enfrentamientos y destrucción de esa carretera devienen de ese combate, que se escenifica incluso en las colinas más cercanas al pueblo.

La gente se comenzó a ir por una sencilla razón: no se podía ir o venir de Aguililla, por ende, no se podía trabajar o comerciar, y los cárteles comenzaron a extorsionar a los pobladores: podían irse, pero tenían que dejar todo. Lo mismo sucedió con los productores agrícolas o mineros. El año pasado, de las cien mil hectáreas, se sembraron solamente unas 40 mil, que en la mayoría de los casos se perdieron, porque no se pudo sacar a tiempo o porque no hubo quien las trabajara: para 2021, esa situación será más dramática porque simplemente no se sembró.

Todo eso encontró a Aguililla indefensa. Hasta hace poco había dos policías municipales, todos los demás habían abandonado su posición. Lo mismo hizo, desde hace meses, la policía estatal. Cuando comenzó el enfrentamiento más serio, el cuartel militar tenía 30 elementos y era acosado por los dos grupos criminales.

Entre el aislamiento, el éxodo y la violencia, comenzó hace unas semanas el intento de recuperación de Aguililla con la llegada de un nuevo esquema de seguridad del Ejército Mexicano, que asume ahora también su papel en este conflicto. El planteamiento es sencillo: primero, recuperar la cabecera municipal y las principales comunidades e ir abriendo los caminos para que la gente pueda transitar y, así, reactivar la economía local.

No nos equivoquemos: los dos cárteles tienen representantes sociales que influyen en la gente, pero con una mucho mayor presencia del Ejército, dedicada a restablecer en todo lo posible la normalidad, aunque continúen los enfrentamientos, se ha aceptado esa reapertura parcial: en las últimas semanas se ha podido lograr que comiencen a regresar familias y reinicien actividades comerciales y, poco a poco, las productivas. Ya en los comercios del centro de Aguililla existe un aprovisionamiento normal de productos. Se está vacunando a toda la población adulta, lo que permitirá reanudar clases. También se ha logrado restablecer el sistema eléctrico, que había sido interrumpido por los grupos criminales. No se ha erradicado el miedo, pero se ha avanzado en una cierta normalidad.

Cuando recorría Aguililla recordaba lo que había visto hace muchos años en Colombia. Era un contexto muy diferente, pero me decían entonces los mandos de seguridad que para ellos lo principal era permitir que la gente, aunque fuera con dificultades, pudiera transitar, salir de sus comunidades y ciudades sin ser secuestrados, extorsionados o asesinados. Los grupos criminales debían ser obligados o disuadidos (no todo es violencia) a abrir esas vías y desocupar los principales centros de población.

Ello, como ocurre hoy en Aguililla, establece las condiciones mínimas para que la gente recupere, aunque sea en parte, su normalidad y patrimonio, y a partir de allí se puedan construir otras realidades. Ese primer paso se ha dado, no sin esfuerzo, en Aguililla: la incursión violenta de los grupos dentro de la ciudad ha disminuido, se recuperan servicios y, en parte, las comunicaciones terrestres, han llegado vacunas y servicios. Comienzan a regresar familias y se está trabajando para que también lo hagan los sectores productivos.

Sin duda, falta mucho más, pero sin ese primer paso no se puede dar ningún otro. Y vaya que hace falta caminar y mucho en zonas del país como Aguililla.

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