La ilógica de la confrontación

Jorge Fernández Menéndez Razones
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En una semana de gran importancia para el proyecto del presidente López Obrador, pareciera que la única opción del gobierno es la confrontación, en el plano externo e interno.

El tema de la energía es clave en toda esta agenda. Se pude comprender que, en su cosmovisión política, tan ligada a los años 70 (ayer terminó la mañanera con una canción de esas de realismo socialista de lo más malo de Silvio Rodríguez), el presidente López Obrador quiera regresar al monopolio energético de la CFE y de Pemex, pero lo cierto es que no le alcanzan los votos para ello: la reforma constitucional en temas energéticos no saldrá en los términos que espera y desea.

Y tampoco parecen tener los votos en la Suprema Corte de Justicia de la Nación para sacar la constitucionalidad de la Ley de la Industria Eléctrica. La respuesta presidencial fue, una vez más, descalificar a los ministros de la Corte, que le han propinado tres reveses en 48 horas, y también acusar de injerencismo a Estados Unidos, España y Canadá. Condena a esos países porque, así deberían entenderlo en Palacio Nacional, están defendiendo sus intereses, que en un mundo globalizado no tienen banderas tan nacionales como cree el Presidente (un ejemplo, el 40% de Iberdrola no es de ningún español, es del fondo de inversión más grande del mundo, BlackRock, a cuyos directivos ha recibido el mandatario en varias ocasiones porque tiene muy fuertes inversiones en México), pero también porque están defendiendo la seguridad jurídica que le otorgaron las leyes mexicanas y los tratados comerciales, tanto el T-MEC como el firmado con la Unión Europea. No son caprichos, no es lobbying, se trata de respetar normas y leyes. Por eso mismo se enoja con una Suprema Corte que, más allá de aciertos y errores, simplemente está defendiendo lo que consideran que es la norma constitucional.

Y mientras todo eso sucede, nos seguimos empantanando en el tema de la invasión rusa a Ucrania. No puede argumentar el presidente López Obrador que es una violación a sus libertades que la Unión Americana decida quitarle, si finalmente lo hace, su visa a los legisladores que han expresado su apoyo a Vladimir Putin creando comités de apoyo a Rusia y una larga lista de etcéteras. Para Estados Unidos, para la Unión Europea, para el mundo democrático, queda claro que la invasión no sólo viola el orden legal internacional, no sólo incluye flagrantes violaciones a los derechos humanos y crímenes de lesa humanidad, sino, también, que es un evento que cambiará la geopolítica global durante muchos años. Ya lo está haciendo.

Se podría entender que el gobierno federal no se sume a algunas sanciones, pero no puede ser neutral ni mucho menos decir que se quiere llevar bien con todos. La cancillería y la representación en las Naciones Unidas hacen lo que pueden, pero cada paso en la dirección correcta lo anulan —con el muy leninista un paso para adelante y dos pasos para atrás— las propias declaraciones gubernamentales. No es verdad que esta guerra, como dijo ayer el Presidente, estalló porque falló la política y fallaron las Naciones Unidas: eso es lo que dice Putin. Rusia decidió invadir un país vecino, independiente y en el cual, como ya había ocurrido con la península de Crimea, Rusia no tenía derecho alguno a reclamar territorios. Es como si ahora decidiéramos invadir Texas argumentando que alguna vez fue territorio nacional. Pero ni siquiera el ejemplo es totalmente válido, porque Ucrania fue y es una nación independiente y autónoma desde siglos atrás. Fue parte, en su momento, de la Unión Soviética y eso le costó millones de muertos. Y cuando desapareció la URSS obtuvo su independencia y tiene derecho a decidir su destino y su futuro.

No se vale que se diga que “se condenan todas las invasiones” y, para variar, se diga que hemos sufrido dos invasiones, la española, hace 500 años (para el Presidente, la llegada de los españoles a México fue una invasión), y la francesa, del siglo XIX. No estamos hablando de hace cinco o dos siglos, estamos hablando de la actualidad. Es como si en 1936 no se hubiera condenado el levantamiento franquista, en 1939 a la Alemania nazi o en los años 70 a las dictaduras latinoamericanas, comenzando por Chile, donde hasta se rompieron relaciones. Pero, de la misma forma en que no se condena ahora a Cuba, Venezuela o Nicaragua, tampoco se condena a Putin. Con una diferencia importante, ninguno de esos tres regímenes ha invadido u operado tanto en política interior de otras naciones como el de Putin.

Queremos estar bien con todos, dice el Presidente, sin entender que no se puede, menos aun cuando, para ello, se entra en confrontación con todos nuestros principales socios comerciales, con los que hacemos más del 90% de nuestro intercambio comercial, naciones que concentran, además, un porcentaje similar o superior de las inversiones extranjeras en el país.

Esta misma semana, cuando en la Cámara de Diputados se quiso rendir un homenaje, con un minuto de silencio, a las víctimas civiles de Bucha, la propuesta fue impedida por la bancada de Morena. Los legisladores de Morena, el PT y alguno del PRI, que han formado los comités de apoyo a Rusia, ahora chillan porque se violan sus derechos humanos cuando Estados Unidos los amenaza con quitarles las visas. Sobre advertencia no hay engaño: con la actual política energética, sumada a Rusia, la inseguridad y la migración, eso es lo menos malo que va a ocurrir.

 

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