Entre la Iglesia y Biden

Jorge Fernández Menéndez Razones
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Hoy, en la mañana, durante su visita a Washington, el presidente López Obrador tendrá un desayuno con la vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris, para posteriormente comer con el presidente Joe Biden. Más tarde, o en la mañana del miércoles, se encontrará con empresarios. Un recorrido por la capital estadunidense que no será, por lo que vemos, agobiante, porque, en realidad, las reuniones para establecer, o no, acuerdos concretos se realizarán con los funcionarios de cada área en mesas por separado: ahí estarán Tatiana Clouthier, de Economía; el secretario de Agricultura, Víctor Villalobos; Francisco Garduño, del Instituto Nacional de Migración, y el canciller Marcelo Ebrard.

Llama la atención de que, a pesar de que dos de los principales temas de la agenda son energía y seguridad, no vayan funcionarios de ninguna de las dos áreas, me imagino que Tatiana cubrirá lo de energía, y Ebrard, los temas de seguridad. Pero no es lo mismo.

La semana pasada, el Vaticano, en un gesto político al que no se le prestó demasiada atención en México, designó un nuevo nuncio en nuestro país, Joseph Spiteri, un hombre con muy amplia experiencia diplomática en países en conflicto (viene de ocupar la nunciatura en Líbano), después de siete meses de que la nunciatura estuviera sin ocupar, tras la salida de Franco Coppola, un hombre que, en muchas ocasiones, dejó trascender su disconformidad con la política migratoria y de seguridad del gobierno federal.

Pero el asesinato de los dos sacerdotes jesuitas en Chihuahua, la pésima respuesta gubernamental a las demandas de la Iglesia por ese crimen y la agudización de las diferencias con la Iglesia, en general y con los jesuitas, en particular, me imagino que aceleraron la designación de Spiteri, en un momento en que las relaciones entre el gobierno federal y la propia Iglesia están en mínimos. La jornada de oración que se escenificó en todas las iglesias del país el domingo, reclamando en los hechos más seguridad, recordó una de las últimas intervenciones del nuncio Coppola en México, en Aguililla, Michoacán, el año pasado: “La mafia florece donde el Estado no está”.

Si hay algo en lo que se unen las agendas de la Iglesia y de la administración Biden en relación con México, es en seguridad y migración. Las demandas sobre la agenda de seguridad se expresan de formas muy diferentes, pero al final plantean lo mismo: hay un vacío en ese ámbito con una estrategia que la ciudadanía en México, y nuestros vecinos y socios comerciales en el norte perciben como un fracaso, algo que no está funcionando y que altera muchos capítulos de la vida cotidiana y de la relación bilateral.

Los intereses son diferentes. Aquí la gente, y en ello se incluye en forma destacada a la Iglesia, sufre miles de asesinatos, más de 120 mil en lo que va del sexenio, de desapariciones, unas 30 mil, de un incremento de extorsiones, robos, secuestros, asaltos, mientras las autoridades parecen más preocupadas por la persecución de viejos adversarios políticos que por hacer justicia, hoy y ahora.

En Estados Unidos, los más de 100 mil muertos por sobredosis de opiáceos son una losa para el gobierno de Biden y muchos de ellos fallecen por consumo de fentanilo ilegal producido en México, por cárteles mexicanos. En este último rubro, el presidente López Obrador llegará a Washington con la carta que le otorgó el decomiso de más de media tonelada de fentanilo puro en Sinaloa, la semana pasada, pero hay un problema: la relación con las agencias estadunidenses, por lo menos con el FBI y la DEA, está tan deteriorada, que la certidumbre sobre lo que se hace o se deja de hacer en México siempre queda bajo sospecha.

En el tema migratorio, los intereses comunes de la Iglesia y de la Casa Blanca son evidentes. Para Biden, la migración desordenada e ilegal implica un alto costo político, pero también cada día termina vulnerando algunas de su principales compromisos de campaña. En la medida en que se agudiza la migración ilegal (casi 700 mil detenidos y deportados en lo que va del año, buena parte de ellos mexicanos) sus promesas de una reforma migratoria se esfuman. La Iglesia católica es una de las principales instituciones protectoras de migrantes latinos en Estados Unidos y participa activamente en su defensa. Su presencia también es muy fuerte en ese ámbito en México, sobre todo en los albergues. El propio Biden es un presidente, como lo fue Kennedy, católico, con compromisos efectivos con su Iglesia.

Es un círculo perverso casi perfecto: Biden no puede avanzar en su gobierno con estos flujos migratorios; el gobierno mexicano no puede, o no quiere, endurecerse más, pero al mismo tiempo tampoco puede hacerlo plenamente porque, hoy, cerca de la mitad de esos migrantes no vienen de Centroamérica, sino de nuestro propio país; la Iglesia tiene como propósito defender a los migrantes de ambos lados de la frontera, pero, si no se emplean medidas más restrictivas, ello terminará favoreciendo a las candidaturas republicanas más xenófobas y racistas en noviembre y en 2024.

Ya veremos hoy qué depara la reunión con Biden. Nadie debería esperar sorpresas. Estos encuentros residen más en las formas que en el fondo: éste se trata en los encuentros, en las mesas paralelas y difícilmente se sabe qué pasó en ellas. Hay que esperar que la realidad nos lo muestre.

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