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El fentanilo y la conexión Canadá

Jorge Fernández Menéndez

Jorge Fernández Menéndez

Razones

En Quintana Roo se han producido graves actos de violencia en las últimas semanas. El más grave, el asesinato de dos turistas canadienses en Xcaret, dentro de un hotel donde vacacionaban con sus familias. Pero no se trataba de dos simples turistas: estos hombres eran parte de grupos delincuenciales de Canadá que tenían operaciones con organizaciones mexicanas. El crimen fue planeado en Canadá, en la Ciudad de México se consiguieron los sicarios y se ejecutó en la Riviera Maya. La causa: supuestamente un adeudo de dinero derivado de un negocio de drogas.

Más allá de las confusiones derivadas de la mala información que recibió el presidente López Obrador sobre la participación de agentes estadunidenses en la investigación de estos hechos, lo cierto es que se trató de un crimen multinacional derivado de un fenómeno que tampoco respeta fronteras. La colaboración con el FBI se ha dado, lo ha aclarado la cancillería, en el marco del nuevo Entendimiento Bicentenario y tiene relación con un fenómeno que hemos ignorado, tanto en México como en Canadá, pero que con ese crimen en Xcaret ha sido exhibido públicamente: la creciente relación de los grupos criminales de los dos países a través del comercio de fentanilo y cocaína.

En los últimos días del sexenio pasado un amplio informe de la Defensa Nacional sobre el tema del tráfico de fentanilo ya advertía que si bien buena parte de ese tráfico de fentanilo ilegal provenía de México hacia Estados Unidos, se perdía de vista que un porcentaje alto se movía desde Canadá, con participación de grupos locales y también mexicanos afincados en ese país.

El fentanilo ilegal se produce básicamente en China y se envía en estado puro, o como algunos de sus precursores, hacia América y llega básicamente a México, a los puertos de Lázaro Cárdenas y Manzanillo y en muchas ocasiones por tráfico aéreo. Los cargamentos suelen pasar antes por otros países como Corea del Sur, para dificultar su localización.

Pero un importante porcentaje del fentanilo ilegal que se consume en Estados Unidos llega también por Canadá, donde el comercio con las naciones del Pacífico es muy intenso y los controles para este tipo de productos más laxos, como ocurre también con el cruce fronterizo entre Canadá y la Unión Americana, infinitamente menos controlado que el de la frontera con México. Hay grupos mexicanos que ya están trabajando con las organizaciones canadienses en esa operación. Al mismo tiempo, los grupos mexicanos están aprovisionando de cocaína a sus socios canadienses. No es una simple casualidad que días atrás se haya detenido a un ciudadano canadiense que transportaba 69 kilos de cocaína pura en el baúl de su coche y se dirigía al aeropuerto de Toluca.

El factor Canadá en este tipo de tráfico es cada día más importante por las propias características del fentanilo: es una droga de laboratorio, que se puede fraccionar para su venta ilegal con mucha facilidad, que genera hasta miles de dosis por cada kilo de producto puro que llega a las manos de los traficantes. Ahora también se ha puesto de moda el combinar el fentanilo con otras drogas, incluso de efectos contrarios, como la cocaína o las metanfetaminas. No se necesitan con el fentanilo grandes extensiones de cultivo como para la amapola o la mariguana ni tampoco grandes laboratorios que consumen diversos químicos como para producir cocaína, heroína o drogas sintéticas. Tampoco esos espacios de producción necesitan condiciones especiales y no generan un olor o una contaminación muy marcada como los laboratorios clandestinos de cocaína, heroína o metanfetaminas. Y Canadá se ha convertido en un espacio donde esas condiciones se pueden dar con un amplio margen de seguridad.

En estos temas siempre hay un pero. Y la única condición de que una operación así pueda funcionar en países como Canadá es que esté lo suficientemente oculta y que no genere violencia. Y eso es lo que está sucediendo: la trama del tráfico entre laboratorios de China, México y Canadá parece ser cada día más transparente y hechos de violencia como el sucedido en Xcaret generaron demasiadas luces rojas como para que pase desapercibido.

Hace meses que hemos advertido que la irrupción del fentanilo cambiaría no sólo los hábitos de consumo de drogas ilegales, sino también las propias estructuras del narcotráfico. Eso ya está ocurriendo y las conexiones criminales de grupos mexicanos con los canadienses son una expresión de esas nuevas ramificaciones.

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 POBRE PANAMÁ

Que yo sepa, Panamá nunca nos ha hecho nada, incluso le debemos la participación en el último mundial de futbol a un extraño resultado en tierras panameñas. Las relaciones entre los dos países siempre han sido buenas, pero desde el gobierno federal no parecen apreciarlo de ese modo así: primero, se propuso como embajador a Pedro Salmerón, historiador acusado por estudiantes del ITAM, la UNAM y del propio Morena, de acoso sexual. La cancillería panameña, con discreción, rechazó ese nombramiento. Salmerón ayer dio a conocer su renuncia al cargo que nunca tuvo. Y entonces en su lugar se designa a Jesusa Rodríguez, exsenadora, actriz, activa defensora de la mariguana, el peyote o los hongos como plantas sagradas. Su experiencia diplomática es nula y su participación en el Senado, era la suplente de Olga Sánchez Cordero y lo tuvo que dejar (con el regreso de ésta), era calificada por propios y extraños como un dolor de cabeza. No sé por qué, pero no queremos a Panamá.

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