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Dos proyectos de nación y una indefinición

Jorge Fernández Menéndez

Jorge Fernández Menéndez

Razones

Si bien el debate presidencial del domingo en Tijuana no debe haber cambiado dramáticamente las tendencias electorales, sí ha servido, una vez más, para tener muy claro que estamos ante unos comicios en los que se enfrentan, en realidad, dos visiones de país, dos proyectos de nación, dos modelos de desarrollo.

Andrés Manuel López Obrador volvió exaltar el modelo de desarrollo que concluyó con el gobierno de López Portillo, incluso lo comparó con el actual, diciendo que entonces se vivía mejor y se podían comprar más tortillas, obviando la crisis, la devaluación, la hiperinflación la escasez de productos.

 La insistencia en que todo se solucionará con su llegada al gobierno y acabando con la corrupción, aunque no dice cómo, y desplazando a la llamada mafia del poder, aunque ésta sea una figura amorfa donde cabe todo y nada, en realidad oculta una convicción profunda: volver a ese modelo de desarrollo de Luis Echeverría y José López Portillo, “los dos últimos gobiernos de la revolución”, como dijo hace ya años.

Andrés Manuel fue un priista de viejo cuño e incluso presidente estatal del PRI durante el sexenio de Miguel de la Madrid, rompió cuando no le dieron una candidatura a presidente municipal y ya pasada la elección de 1988 lo acercan al naciente PRD. Andrés Manuel cree en lo que dice: en una economía relativamente cerrada, poco abierta al exterior, con controles estatales, con una presidencia todo poderosa que con su sola existencia puede solucionar problemas tan complejos como la corrupción o la producción de drogas como el fentanilo.

Es, estoy convencido, una concepción anacrónica del país y del mundo. Es un modelo de nación que implica retroceder casi 40 años, con el pequeño detalle de que chocará con la realidad, porque hace 40 años ya era anacrónica, provocó una crisis terrible y tuvimos que entrar al mundo real a un costo mucho mayor. Las economías centralizadas y cerradas ya habían fracasado en los años 80. Ese modelo de país no es viable en el mundo actual.

Algunos creen que es un discurso que se podrá atenuar desde el gobierno y con la presencia de personajes que sí saben y conocen, desde Marcelo Ebrard hasta Alfonso Romo pasando por Carlos Urzúa. El peligro es que termine siendo el país de Nestora Salgado, John Ackerman o Paco Taibo II. Pero, incluso, desde esa lógica, el movimiento pendular, donde caben todos, desde la izquierda extrema hasta la derecha acérrima es parte de ese modelo de nación, cerrado, un poco o un mucho autoritario, populista, mucho más parecido al peronismo que al chavismo.

El otro proyecto de nación, el liberal, de una economía abierta y, por ende, mucho más respetuoso también de las libertades, con sus errores, sus costos y sus insuficiencias, es un modelo inscrito plenamente en la realidad económica, política y social actual. No es verdad que nuestra economía no funciona, no es verdad que esa apertura al exterior ha generado más costos que beneficios, no es verdad que nos quita legitimidad en el mundo, al contrario. Pero ese modelo, ni ningún otro, acabará con la corrupción por decreto ni con la desigualdad endémica en distintas zonas del país y mucho menos con la inseguridad generada por el crimen organizado y cotidiano. Para eso se requieren políticas, estrategias, programas específicos, tiempo, conocimiento y en muchos casos colaboración interna y externa. Dos de los candidatos, José Antonio Meade y Ricardo Anaya, lo saben y saben cómo actuar ante esos fenómenos. Tienen un mismo proyecto de país, aunque esté marcado por diferencias personales, de equipo o de distintas aproximaciones hacia objetivos similares.

En ese esquema, no me cabe duda de que Meade es el más preparado y con mayor capacidad, el que mejor conoce el país y el mundo, quien tiene propuestas más sólidas y realistas, como tampoco dudo de que Anaya comunica mejor y sabe mejor dar la pelea contra el modelo antagónico. Entre los dos representan más de la mitad del electorado, pero dividen ese voto entre ellos, lo que le permite a López Obrador seguir de puntero y flotar en la campaña. Destrabar esa realidad que impide que Meade o Anaya despunten para competir, uno de ellos, contra López Obrador es prioritario. Y queda poco más de un mes para los comicios que definirán el futuro del país entre esos dos proyectos de nación.

 

NARRO, SALUD y EDUCACIÓN

Ayer el secretario de Salud, José Narro Robles, inició una serie de actividades en España y Suiza que tienen que ver con sus dos grandes inquietudes: educación y salud. Ayer participó en el IV Encuentro Internacional de Rectores Universia 2018, que se llevó a cabo en la Universidad de Salamanca, en el marco del 800 Aniversario de esta Universidad, al cual asiste como miembro distinguido, después de que en 2016 recibiera el doctorado Honoris Causa. Hoy, en Ginebra, participará en la Asamblea Mundial de la Salud. Se extraña a un personaje tan vertical como Narro en este proceso electoral donde los contendientes, el domingo pasado, en un par de horas se calificaron de cínicos, hipócritas, corruptos, canallas, ignorantes, mentirosos y ladrones.

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