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“Cárdenas adversario”, sin memoria histórica

Jorge Fernández Menéndez

Jorge Fernández Menéndez

Razones

El presidente López Obrador concluyó ayer un proceso que había comenzado con el siglo, el distanciamiento, llevado ahora prácticamente a la ruptura, con el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas. Una ruptura política, pero sobre todo explicable por la forma de entender el poder de López Obrador: quienes no están de acuerdo con él son adversarios, es parte de la oligarquía conservadora, aunque se apellide Cárdenas Solórzano y haya sido el hombre que prohijó su carrera política.

Sin Cárdenas, López Obrador no sería quien es. Fue Cárdenas quien le abrió espacio en lo que entonces era el Frente Democrático Nacional y se convertiría en el PRD, luego de las elecciones de 1988, en las que López Obrador, que acababa de renunciar al PRI de Tabasco, no participó. Cárdenas lo cobijó y lo ayudó a lanzarse como candidato en el estado. Apoyó todas sus campañas en la entidad y lo transformó en presidente del PRD, aún con la oposición de muchos de los dirigentes partidarios de entonces. Cárdenas ganó en 1997 la Ciudad de México y poco después volvió a apoyarlo, nuevamente con la oposición de otros dirigentes, entre ellos Demetrio Sodi y Pablo Gómez, el actual jefe de la UIF, que sostenían que no cumplía, lo que era cierto, con los requisitos de residencia en la ciudad para ser candidato. Una negociación con el equipo del presidente Zedillo le permite participar y Andrés Manuel ganó la ciudad con una intensa operación de Cárdenas y de quien era entonces la jefa de Gobierno interina de la ciudad, Rosario Robles.

Desde entonces, comenzó el distanciamiento, primero en detalles y formas, luego en política real, en el fondo. El PRD estaba dividido ante el gobierno de Fox y más de un militante del partido se sumó al proyecto del nuevo presidente. Cárdenas impulsó como presidenta del PRD a Rosario Robles, a quien algunos veían como un prospecto presidencial hacia el 2006. El choque con Andrés Manuel, quien buscaba esa posición desde la Ciudad de México, fue inevitable y se agudizó con todo el caso de los videoescándalos. Robles quedó fuera del PRD, López Obrador fue candidato y desde entonces ya estaba claramente distanciado de Cuauhtémoc.

Los años siguientes y la lógica de poder de López Obrador no hizo más que profundizar esa distancia. La forma de asumir la lucha política de Cárdenas, después de los comicios de 1988, y la de López Obrador luego de 2006, en buena medida los define. Cárdenas, se esté de acuerdo o no con él, siempre fue un hombre abierto al diálogo, siempre construyó sus opciones de izquierda basado en una concepción democrática de la misma, dura, pero no excluyente. Jamás sostuvo que en el país sólo era válida su vía y quien no la siguiera era un adversario descalificado como oligarca y conservador, mucho menos se hubiera atrevido a exigir, como se hizo ayer, que se tomara partido porque “eran tiempo de definiciones”.

Cárdenas aclaró que comparte una vía de diálogo y acuerdos, pero que no es parte de Mexicolectivo. No importa. Es de pena ajena ver a muchos de los cuadros de la actual administración que nacieron a la política de la mano de Cárdenas, considerarlo ahora un enemigo: qué falta de honestidad política, de sensibilidad, de verdadero sentido histórico.

ESQUIVEL NO PLAGIÓ

El lunes, El Universal publicó el audio mediante el cual Édgar Ulises Báez reconoció ante notario y, por lo que se entiende, ante algún enviado de la Universidad Nacional, que él había tomado partes de la tesis de Yasmín Esquivel para redactar la suya en 1986. Ahí están el audio, las fotos y la filmación que lo confirman. También se confirma que, en tres ocasiones, Báez le mintió a un reportero de un medio de comunicación que lo entrevistó y ante el cual negó el plagio y la visita notarial, que ya se había realizado poco después de que Guillermo Sheridan publicara la información de que Esquivel había plagiado a Báez el 21 de diciembre pasado.

El 22 de diciembre, unas horas después de esa publicación, la ministra Esquivel, como recordábamos aquí el viernes pasado, me dio una entrevista en la que aseguraba que ella no había plagiado, que su tesis estaba elaborada desde 1985, un año antes de la de Báez, y que no se había recibido hasta 1987, porque no había terminado su servicio social, que realizaba en la delegación Coyoacán. Ahora no sólo la grabación de Báez ratifica esa información, sino que también hemos podido ver, y está certificado por un perito, el capitular de la tesis de Esquivel, aprobado y firmado en 1985, hemos visto cartas de sus sinodales sobre la tesis y el examen profesional, copias de su servicio social en Coyoacán y el reconocimiento de la maestra Martha Rodríguez Ortiz, su directora de tesis, de que fue ella quien entregó la tesis de Esquivel a Báez y a otros alumnos para orientarlos sobre su redacción.

Cuando en esos días de diciembre, poco antes de la elección de la nueva presidencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, a la que Esquivel era aspirante, la ministra pedía derecho de audiencia para mostrar sus pruebas, ni la UNAM ni la FES Aragón, donde estudió, lo aceptaron, e hicieron indirectamente responsable del plagio a Esquivel. La opinión pública la condenó en forma casi unánime. Pero resulta que todo era falso: que el plagiario era el entonces alumno Báez y que Esquivel tenía forma de comprobar que su tesis era anterior a la de Báez. Ahora, más de un mes después, tendrá, aparentemente, el derecho de audiencia que solicitó entonces y que le había sido negado.

Puedo coincidir o no con las diferentes posiciones que a lo largo de una carrera judicial de más de 35 años ha adoptado la ministra Esquivel, pero es un tema de simple honestidad intelectual reconocer que tenía razón, que no cometió plagio alguno y que ese agravio debe ser borrado.

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