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Aliento de secesión e intervención

Jorge Fernández Menéndez

Jorge Fernández Menéndez

Razones

Para muchos, el conflicto de Ucrania es algo muy lejano, muy apartado del interés nacional. Hoy vivimos una crisis interna de seguridad, una muy compleja situación económica, una pandemia que en nuestro país todavía no se convierte en endémica y una turbulenta y cotidiana catarata de acusaciones personales desde la mañanera y otros ámbitos. Ucrania queda lejos.

Pero lo cierto es que lo de Ucrania es una crisis global que nos afectará de muchas y muy diferentes maneras, comenzando por lo obvio, el precio de los energéticos.

Sin embargo, existen en toda esta historia otras enseñanzas que no deberían desecharse. Quienes suelen coquetear con la Rusia de Vladimir Putin deberían recordar que la estrategia del mandatario ruso siempre ha sido apostar a la desestabilización y, en donde se dan las condiciones, la división: apostó en las elecciones de 2016 por Donald Trump e intervino en contra de Hillary Clinton en los comicios estadunidenses (no es una suposición: lo estableció con claridad el FBI, incluso durante el gobierno de Trump), intervino en el referéndum del Brexit en Gran Bretaña apoyando a las fuerzas que propusieron (y lograron, en una decisión insensata) separarse de la Unión Europea y lo ha hecho en Cataluña buscando la separación de España. Ahora lo están haciendo con Ucrania y lo han hecho en muchos otros países.

Quienes apoyan a Putin en Ucrania son las dictaduras: la de Maduro, la de Daniel Ortega, la de Cuba… y Donald Trump, a quien Putin le parece un tipo “inteligentísimo” (en realidad, aunque en una forma un poco perversa, lo es) y considera que su jugada enviando tropas “de pacificación” a las provincias separatistas es “una genialidad”.

Pero Trump, en una entrevista telefónica el martes, fue mucho más allá y sostuvo que algo así tendría que hacer Estados Unidos en el sur de la frontera con México, enviar fuerzas militares muy poderosas que intervinieran en la zona para pacificarla.

En realidad, está proponiendo algo que siempre ha estado en el subconsciente de las fuerzas más duras de la derecha estadunidense: una intervención en México que, con el argumento de garantizar la seguridad, cree una suerte de colchón con los estados del norte del país, mucho más prósperos y mucho más cercanos, en su dinámica social y económica, a la Unión Americana.

En esos mismos estados, más de una vez han incubado, sin progresar, ideas que buscarían también esa suerte de autonomía del México del centro y del sur. Puede parecer descabellado, pero hace unos años también lo era que Trump ganara una elección, que Cataluña quisiera independizarse de España o que Gran Bretaña se fuera de la Unión Europea, entre muchos otros intentos separatistas y secesionistas que han prosperado en el mundo. En la medida en que el mundo se globaliza, en respuesta, aumentan los regionalismos.

Trump ha jugado, en muchas ocasiones, con la idea de militarizar la frontera. Incluso en noviembre de 2019 directamente amenazó con una intervención para contener, decía, a los grupos del narcotráfico, a los que quiso calificar abiertamente como terroristas para garantizar legalmente —dentro de la Unión Americana— esa intervención. La propuesta de Trump y la forma en que fue finalmente frenada por los mandos militares de Estados Unidos están muy bien contadas en el último libro de Bob Woodward y Robert Costa, publicado a fines del año pasado, Peligro, sobre los últimos meses de Trump.

En Palacio Nacional no terminan de comprender que el discurso polarizador, rupturista, puede alimentar, precisamente, esas tensiones, que un discurso en el cual se divide el país entre ricos y pobres lo que puede generar, aunque ésa no sea la intención, es propagar tendencias separatistas.

Recordemos que Morena gobierna parte de esa frontera (Baja California, Sonora, quizás el año próximo Tamaulipas), pero dentro de esos mismos estados y en todos los demás del norte existe una fuerte resistencia hacia muchas de las políticas de López Obrador. ¿Qué pasaría si esas diferencias se alimentan, a su vez, desde afuera (e incluso desde la Casa Blanca si Trump regresa al poder en las elecciones de 2024) y no hay un discurso integrador desde Palacio Nacional?

Con un factor adicional: nuestras elecciones del 2024, se puede asegurar desde hoy, serán no sólo disputadas, sino también absolutamente polarizadas, será el enfrentamiento clave entre dos proyectos antagónicos de nación. Nadie debería dudar que, en ese contexto, se dará un escenario idóneo para cualquiera que quiera jugar con la división y la confrontación interna. No es ni siquiera un tema de resultados electorales: en el último referéndum realizado en las provincias secesionistas de Ucrania, por amplísima mayoría ganó la decisión de seguir en Ucrania; hoy, parte de esas provincias están bajo control ruso.

Además de la política, otro factor que alienta la intervención es la inseguridad. No nos engañemos: la inseguridad y el crimen organizado, incluso la migración ilegal, en y desde México, son contemplados como un tema de seguridad nacional en la Unión Americana por muchas razones, incluso muchas xenófobas, pero lo cierto es que, por ejemplo, la epidemia de opiáceos deja en ese país más de 100 mil muertos por sobredosis al año.

Es verdad, todo esto puede ser simple política ficción, pero en estos años hemos aprendido que la ficción se ha convertido, en buena parte del mundo, en una amarga realidad.

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