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Pienso, luego conspiro

Jorge Camargo

Jorge Camargo

 

 

¿Sería posible que el pueblo de un país indeterminado pudiese ser engañado para votar por una persona que enarbole la destrucción de todo lo viejo, sin hacer distinciones, para construir un nuevo orden, sin ser específico, en el que sólo haya buenos y malos? Por supuesto que no. Nuestra radiografía electoral nos dice que el “pueblo” elige una opción y luego se desentiende de la responsabilidad de su sufragio.

Planteamiento polémico que conduce a otro aún más complejo. ¿Puede una sociedad vivir en una ficción construida en la que sólo existan binomios: buenos y malos, pobres y ricos, salvadores y conspiradores, es decir, yo y todos los malos? Sí, por supuesto.

Esta es la historia de los regímenes que surgen a consecuencia de sociedades apáticas, desinteresadas de su futuro o decepcionadas por la actuación de los gobiernos que eligieron en el pasado.

Este tipo de regímenes, que buscan imponer un modelo hegemónico, es decir, como el PRI, pero hoy bajo otro nombre, son demoledores de la institucionalidad y las sociedades que lo sufren tardan en recuperarse, en reconstruir lo perdido.

Por ello resulta oportuna la reflexión colectiva que en el contexto de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara se produjo en la mesa Gobierno y sociedad civil, en la que participaron la directora de la organización México Evalúa, Edna Jaime, y el ministro de la Suprema Corte en retiro, José Ramón Cossío Díaz, entre otros.

En el diagnóstico de Cossío existe una sociedad pasiva que no reacciona ante la acción estatal que puede afectar sus derechos e integrantes de órganos del Estado que en lugar de cumplir con su compromiso con la Constitución, se suben al impulso de un movimiento político.

Y le asiste la razón frente a múltiples ejemplos de integrantes de organismos autónomos que, si bien protestan hacer guardar la Constitución, se comportan como promotores del movimiento Morena, dejando un espacio abierto a la acción discrecional de quien encabeza el gobierno federal.

Si a ello sumamos la persistente desmovilización gubernamental de la sociedad civil, que trata de contrapesar democráticamente al Ejecutivo, entonces pocas posibilidades existen de fortalecer el equilibrio de Poderes.

La narrativa oficial de que existe libertad de expresión se contradice cuando desde las conferencias matutinas se descalifica a la prensa y se le acusa de actuar con fines conspirativos y aliados a un enemigo difícil de asir o identificar, pero que lo mismo sirve para responsabilizarlo del freno al proyecto transformador o de crear la falsa idea de que la economía marcha bien.

En democracia se puede cuestionar el trabajo de la prensa, sobre todo si no es precisa, pero otra cosa es minar la libertad de expresión y el derecho a la información. El mensaje es que la única verdad es la que proviene de las autoridades.

A ese respecto, Edna Jaime, directora de la organización México Evalúa, puso la atención en lo riesgoso que es para nuestra democracia el que el gobierno genere la idea de que el espacio público deber ser dominado únicamente por la voz del gobierno y sus actores.

Argumenta que las organizaciones de la sociedad son actores legítimos que se enfrentan a un ambiente hostil por promover en la opinión pública argumentos que ayuden a la mejor toma de decisiones y elaboración de políticas públicas.

Esta advertencia debe llevarnos, lector, lectora, a reflexionar sobre lo que Jesús Silva-Herzog, politólogo y académico del TEC, denominó, en ese mismo espacio de discusión, la “democracia forzada”, según la cual desde el gobierno de Morena se intenta imponer a la sociedad un marco ya elaborado en el que sólo hay actores legítimos e ilegítimos.

Este tema es de gran relevancia porque, parafraseando al filósofo Jean-Paul Sartre, nadie puede quitarle a una persona el derecho a criticar lo que piensa o no de la realidad en la que vive, ya sea política, económica o cultural. Ejercer su derecho a pensar.

Una de las confusiones imperantes en el debate actual es si vivimos o no en democracia y una parte de los argumentos sostiene que el triunfo de Morena implica el florecimiento de ésta, lo cual de entrada hay que decir que es impreciso.

La alternancia no es democracia, creer que es suficiente con cambiar al partido en la Presidencia ha sido un autoengaño. Citando a Edna Jaime, se nos olvidó definir una agenda para construir la arquitectura institucional del país, y muy pronto nos pusimos cómodos.

Como todos somos responsables del futuro de México, debemos estar alertas ante la confesión de Morena de hacer que sus cambios “resulten irreversibles”, como bien dice Silva-Herzog.

 

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