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Taxistas vs. Apps, ¿y al usuario quién lo toma en cuenta?

Jesús Sesma Suárez

Jesús Sesma Suárez

Lo que vivimos el pasado lunes fue lamentable: unidades de transporte público paralizadas, líneas de Metro y Metrobús sin operar, vialidades bloqueadas, violencia en las calles y personas sin llegar a sus destinos. Todo en medio del paro de taxistas de la Ciudad de México.

Cientos de unidades de servicio de transporte se unieron al paro organizado por el Movimiento Nacional Taxista, en la ciudad y otros estados, para exigir a la Secretaría de Movilidad endurecer los requisitos de operación para las unidades de servicio de transporte de pasajeros que operan mediante aplicaciones móviles como Uber, DiDi y Cabify.

Es comprensible la molestia del gremio unido al movimiento, pues sus actividades y, con ello, sus ingresos, se han visto afectados desde la llegada de taxis vía App. Sin embargo, para exigir equidad y piso parejo sería pertinente que el gremio hiciera una autocrítica y reflexionara por qué el ciudadano ha optado por el servicio de transporte particular vía plataformas digitales.

Muchas unidades operan con precariedad, suciedad y falta de seriedad, pero no es sólo eso, los ciudadanos han dejado de recurrir a los taxis comunes porque tienen miedo de abordar una unidad en la calle. Son miles los vehículos que operan en la clandestinidad, sin concesión y que son utilizados para cometer delitos.

Por otra parte, los vehículos particulares que dan el servicio de transporte de pasajeros mediante plataformas digitales no están exentos de deficiencias, de hecho, su reputación se ha visto severamente afectada tras los casos de abuso en contra de pasajeros, principalmente mujeres que han sido secuestradas, violentadas o violadas a bordo de unidades registradas en estas plataformas.

Y qué decir de la tarifa dinámica con la que operan servicios como Uber, que básicamente es una tarifa elevada de manera improvisada, que obliga al usuario a pagar más, dependiendo de las circunstancias de tráfico o la demanda de unidades.

A ello hay que añadir que ningún taxi vía App pasa por una especie de inspección, control, registro o revisión ante alguna autoridad.

Con ello, quiero decir que ninguno de los dos servicios de transporte de pasajeros se encuentra libre de pecado, pero el debate no debería centrarse en exponer cuál es mejor o peor. El verdadero debate debería ser cómo brindar al usuario el servicio adecuado y con la calidad y seguridad obligatoria.

Nadie ha salido a las calles a preguntar al usuario lo que realmente necesita y cómo se puede mejorar. El ciudadano no usa el servicio de transporte que considera ideal, sino el que cree “menos peor”.

Y, con ello, no quiero decir que todos los operadores de servicio, ya sean taxis comunes o vía App, estén o hayan actuado mal. En ningún sentido se trata de generalizar, simplemente creo que, en ambos casos, debería haber normas, tanto para seleccionar a los operadores como para delinear reglas claras de operación, acorde a las necesidades y capacidades de cada uno. Es comprensible que ambas partes defiendan su postura y su interés, pero ¿AL USUARIO QUIÉN LO TOMA EN CUENTA?

 

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