Logo de Excélsior                                                        

La preocupación del Presidente

Ivonne Melgar

Ivonne Melgar

Retrovisor

La victoria política y retórica del Presidente de la República es innegable. Y, sin embargo, él vive preocupado por sus críticos.

Vicente Fox y Felipe Calderón denunciaron que había jueces comprados. Nunca consiguieron una rectificación. Hoy, Andrés Manuel López Obrador declara que hubo soborno y el involucrado cae.

Ninguno de sus antecesores escapó al mote de entreguista cuando sostuvo una buena vecindad con EU. Ahora, después de hilvanar una retórica a favor de su amistad con Donald Trump, el Presidente prepara su visita a la Casa Blanca para celebrar el T-MEC, en plena campaña electoral, y medio México lo apoya.

Más allá de los resultados pendientes en el combate a la impunidad, la violencia y la desigualdad, el poder de la palabra presidencial es inédito: redefine contratos con inversionistas extranjeros, recupera millonarios adeudos fiscales, reformula “la verdad histórica” de Ayotzinapa, consigue que Emilio Lozoya regrese para contar de Odebrecht, decreta el dominio epidemiológico de la pandemia, establece cuándo ya pasó lo peor y mantiene a raya a la oposición. 

Pero el nocaut a la clase política le resulta insuficiente. Como si ésta no fuera el adversario que tanto invoca.

En el mensaje por el segundo aniversario de su triunfo, López Obrador se autodefinió como el Presidente más insultado del siglo.

Y ayer dijo que hay una “prensa vendida y alquilada” que cobra por atacarlo. ¿Quiénes son, según ese diagnóstico, los financiadores de la crítica? ¿Los empresarios a los que alguna vez acusó de convertir a los presidentes en el payaso de las cachetadas? 

La duda es pertinente frente a las evidencias del nocaut partidista de 2018. Ninguno de sus excandidatos se ha reincorporado a la vida política. 

La cautela del abanderado del Frente PAN-PRD-MC evidencia la dificultad de la oposición para afrontar la narrativa gobernante sin morir en el intento. Es obvio que, de salir al ruedo, Ricardo Anaya Cortés sería acribillado con una corregida y aumentada versión del lavado de dinero que el gobierno de Peña Nieto construyó en su contra.

Porque si entonces, con una PGR impresentable, pudo enlodarse tanto su campaña, no es difícil imaginar el impacto de ambulancia que tendría ahora el golpe desde un gobierno con narrativa anticorrupción e instrumentos tan temidos como la Unidad de Investigación Financiera (UIF) que conduce Santiago Nieto.

También es notorio el deliberado bajo perfil del excandidato del PRI-PVEM-Nueva Alianza. Y es que aun cuando la campaña electoral lo promovió como un funcionario ajeno a la corrupción del peñismo, José Antonio Meade fue secretario y cerebro clave en definiciones diversas de los dos anteriores sexenios, tanto que su inocultable inteligencia le aconsejan, por ahora, un prudente rol de observador acrítico.

Ambos excandidatos protagonizan un repliegue que, más allá de consideraciones personales, da cuenta de la dimensión de la derrota que esos partidos arrastran, bajo la tormenta del mayoriteo de un Poder Legislativo supeditado a Palacio Nacional.

Tampoco es casual que en encuestas, donde la popularidad presidencial ha ido a la baja, ninguna marca opositora consigue aumentar su intención de voto y menos alcanzar a Morena ni quedarse con lo que éste viene perdiendo.

Ahí están las evidencias: el Partido Verde Ecologista de México se anexa al partido gobernante; Movimiento Ciudadano rechaza la convocatoria del Partido Acción Nacional para ir en bloque a las urnas y la virulencia política de Morena y petistas se ensaña en contra de la presidenta de San Lázaro, Laura Rojas Hernández (PAN), por presentar una controversia en la Corte sobre el soporte constitucional del rol de las Fuerzas Armadas en seguridad.

Es una arrinconada oposición que apenas conserva su voz entre una decena de gobernadores con escasos márgenes para asomar la cabeza, porque al hacerlo se topan con la descalificación de López Obrador, quien los responsabiliza de sus males.

Así sucedió con Diego Sinuhe (PAN), de Guanajuato, donde este martes asesinaron a 26 jóvenes en una aparente batalla entre cárteles.

En ningún momento López Obrador asumió que debería tomar cartas en el asunto, algo que hubiera sido imperdonable para Felipe Calderón hace 10 años, por la masacre de los muchachos de Villas de Sálvarcar, en Chihuahua, gobernada por el priista José Reyes Baeza.

*

De ese tamaño es la victoria política y retórica y, a pesar de eso, el Presidente habla de golpistas, del peligro de un fraude electoral y de prensa vendida. 

¿Por qué tanta ocupación por la crítica? ¿Acaso porque se teme que ésta pueda crecer en el ánimo ciudadano al margen de la oposición moralmente derrotada?

Algo sabe el Presidente de los efectos de la prensa y de los supuestos financiadores de la crítica. Algo que nosotros ignoramos y que a él tanto le preocupa. Algo que las benditas redes sociales ya no pueden contrarrestar.

 

Comparte en Redes Sociales