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Se equivocó el poeta

Ignacio Anaya

Ignacio Anaya

 

Al crimen organizado no se le puede ganar desde la sociedad civil. Es inviable luchar desde ese frente sin la fuerza del Estado, de sus aparatos de poder e inteligencia con todas las instituciones. Esa es la ruta en un régimen democrático.

Eso es lo que se necesita hacer en México. Durante los últimos años la lucha contra la violencia por parte de activistas y líderes sociales ha privilegiado la imagen de autonomía e independencia en lugar de establecer trabajo conjunto con el gobierno. Sin esa sinergia nadie puede esperar resultados; la protesta y la movilización se reducen a una escenografía mediática. Por eso la llamada “Marcha por la Paz con Justicia y Dignidad”, del pasado domingo 26 de enero, no concretó sus objetivos.

El vano esfuerzo del poeta Javier Sicilia para proyectar independencia y músculo frente al gobierno de Andrés Manuel López Obrador ejemplifica lo anterior. Por eso la marcha fue pequeña y no pudo cumplir con las expectativas de sus convocantes.

 Mejor dicho, no le sirvió a Sicilia en ese reto de enfrentar a quien tendría que ser su aliado estratégico, es decir, el presidente de la república y con él a todo su gobierno.

La ruta seguida para enfrentar la violencia desde la calle y confrontando al Estado no genera resultados; es lamentable por donde se le mire, pero sobre todo porque afecta directamente a las víctimas de la violencia que se busca proteger y atender. Sus voces no penetran, tienden a apagarse o incluso se distorsionan.

De ninguna manera podría asegurarse que el movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad esté vencido, pero tampoco brilla en este momento.

Y es que no sólo es la errática conducción de Sicilia, también ha pesado la forma en que Julián LeBarón -su otro líder- busca marcar línea e incluso confrontar al gobierno a partir de la dolorosa experiencia de perder familia de forma violenta.

Ambos han estirado demasiado la liga discursiva y la confrontación política cuando el enemigo contra el que se levantaron sigue oculto, camuflajeado e incluso en constante expansión.

El excesivo protagonismo del poeta al frente de este movimiento se puede explicar porque él es su fundador; surgió en abril del 2011, a raíz del homicidio de un hijo por parte de una banda de criminales. La posterior adhesión de deudos y familiares de miles de víctimas en muchas partes del país fue un motor valioso que, al paso de los años, perdió coherencia, ya que el movimiento ha dependido de la agenda personal de su fundador.

Por eso aquel movimiento promisorio ya no es el mismo. Importantes líderes de opinión y activistas se han deslindado quitándole, al mismo tiempo, presencia mediática, así como fuerza moral y militancia.

A pesar de que la violencia es permanente, la dinámica de este movimiento parece de coyuntura y -sobre todo- orientada a mostrar antes que otra cosa su independencia y autonomía del Estado.

De hecho, existe una especie de obsesión porque López Obrador pacifique al país desde el plan que ellos tienen y no desde el “Plan Nacional de Paz y Seguridad 2018-2024”, que formula ocho líneas de acción.

¿Hasta dónde puede llegar Sicilia con esta posición? Para dimensionar el alcance de los movimientos civiles, que buscan detener la violencia y la impunidad del crimen organizado pero al margen del aparato de

Estado, habría que recordar la llamada “Marcha del silencio” del 27 de junio del 2004. Se trató de una importante y masiva movilización impulsada desde sectores de clase media y alta que, definitivamente, ideologizaron sus reclamos porque los dirigieron al gobierno del entonces Jefe de Gobierno del Distrito Federal, que era precisamente el ahora presidente de México, López Obrador.

¿Qué están haciendo aquellos líderes?

¿Puede documentarse alguna aportación suya a la pacificación del país?

El 30 de agosto del 2008 se convocó a otra importante movilización conocida como la “Marcha blanca”, en unas 70 ciudades del país, pero en esta ocasión contra el gobierno del presidente Felipe Calderón.

También tuvo impacto mediático aunque nulas aportaciones en materia de justicia, disminución de la inseguridad, secuestros, ejecuciones, extorsiones u otros delitos.

Fue una movilización que sirvió para muchos propósitos, incluido el interés electoral en varios de sus líderes. Javier Sicilia irrumpió en el espacio público el 8 de mayo del 2011 con la “Marcha por la paz con justicia y dignidad”; sin duda fue una movilización importante pero tuvo también como destinatario el gobierno de Calderón y de paso con abierta injerencia en la agenda electoral. Ante el disminuido mandato del entonces presidente, sus líderes adquirieron fuerza y lograron constituirse como contrapeso para influir en la agenda gubernamental.

El 23 de junio de ese mismo año se celebró el Diálogo por la Paz en el Castillo de Chapultepec, con la presencia del presidente.

 A pesar de que en el gobierno de Enrique Peña Nieto se incrementó la espiral violenta, Sicilia no convocó a ninguna marcha.

En la actual administración la violencia tampoco ha disminuido y de nueva cuenta este movimiento volvió a expresarse, aunque con magros resultados, no sólo por su baja afluencia y el abandono de varios de sus integrantes, sino porque el inquilino de Palacio Nacional rechazó recibirlos.

Jugó mal Javier Sicilia.

La lucha genuina de quienes lo siguen ha enfrentado otra dolorosa derrota.

Definitivamente el poeta se equivocó.

 

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