Cuarto round

Gustavo Mohar
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Son innumerables las declaraciones atroces que ha hecho en materia de política exterior, como las amenazas a Corea del Norte de “su destrucción total”, “invadir” Venezuela o romper el acuerdo logrado con Irán para evitar que desarrolle capacidades nucleares bélicas. De cumplirlas, cada una de ellas conllevaría a gravísimas consecuencias, pero hasta ahora no han pasado de ser retórica y el mundo empieza a acostumbrarse a sus dislates. Sus colaboradores sudan la gota gorda para explicar, defender o entender lo que su jefe escribió en uno de sus incontables tuits.

El tema que subyace en el ambiente de Washington es la posible colusión de Trump con el gobierno o actores de peso en Rusia para influir en la elección presidencial de 2016 y su sorpresivo resultado. Al escribir esta columna quedan ya pocas dudas de que expertos cibernéticos y agencias oficiales de información de ese país enviaron decenas de miles de mensajes por redes sociales para criticar a Hillary Clinton, crear desánimo en el electorado para no salir a votar y confundir con noticias falsas lo sostenido por los candidatos opuestos a Trump. Los representantes de Google, Twitter y Facebook comparecieron ante el Congreso para demostrar lo anterior. Las cifras hacen evidente la magnitud del ciberataque ruso: 131 mil mensajes por Twitter, mil videos por YouTube y cerca de 126 millones de personas los leyeron en Facebook, ¡lo que representa 56% de los 227,019,486 ciudadanos que tuvieron derecho a voto!

En toda esta saga hay un personaje central: Robert Mueller III, exdirector del FBI, uno de los más respetados abogados de Estados Unidos. Lo notable es que fue designado por el propio Departamento de Justicia para liderar esta investigación con absoluta autonomía y amplísimas atribuciones.

En días pasados conmocionó a la opinión pública mundial al consignar a Paul Manafort, quien fue jefe de campaña de Trump, lo acusa de lavar millones de dólares y evasión fiscal por 18 millones de dólares que recibió por usar sus influencias en favor del gobierno de Ucrania, aliado de Putin.

Más grave aún, también consignó a George Papadopoulos, asesor en política exterior de Trump, quien declaró haber mentido sobre sus vínculos con agentes rusos que le ofrecieron información “sucia” de Clinton.

Según algunos medios, Trump reaccionó con furia.  Asesores cercanos lograron evitar que lanzara de inmediato tuits, se limitó a decir que esto demostraba que las acusaciones sobre su colusión con Rusia son falsas. Otra vez fue exhibido en sus mentiras: desacreditó a Papadopoulos, cuando consta en una declaración grabada que se refirió a él como “un gran tipo”, que, además, aparece en una mesa de trabajo antes de tomar posesión con varios de sus más cercanos colaboradores, entre ellos el actual procurador General, Jeff Sessions (quien, por cierto, también ha sido denostado por Trump y no se explica por qué se ha aferrado a su cargo).

Mueller logra dar un par de golpes duros que, si bien no logran noquear al investigado, se suman a la constante refriega provocada por él mismo. Uno de los integrantes del equipo que investiga el caso declaró que “eso es sólo el principio, vendrán muchos casos más”. ¿Podrá alguno de ellos ser el jab que derribe al ocupante de la Casa Blanca?

Para usted, amable lector, todo lo anterior puede o no ser de su interés, pero sí nos debe importar pues se derivan lecciones importantes: el gobierno ruso hace uso de las redes sociales como parte del posicionamiento de sus intereses en la agenda global. También las elecciones en Cataluña, Francia, Alemania, parecen haber tenido este tipo de intervenciones. ¿No sería lógico que también les interese influir en la elección mexicana de 2018? ¿Están el INE y los partidos políticos conscientes de ello?

El Estado de derecho es el Talón de Aquiles de nuestra joven democracia. Podremos aprobar las mejores leyes, con las mejores intenciones, pero si los políticos y el gobierno no se apegan a lo que las mismas establecen, se vuelven letra muerta o, peor aún, suman a la incredulidad y escepticismo que predomina en los mexicanos. La manipulación, el uso político y las negociaciones “en lo oscurito” de la designación de los fiscales más relevantes en la procuración de justicia y la transparencia electoral, contrastan con lo que pasa por el río Potomac.

En México adolecemos de una educación cívica que nos haga entender que nuestra insatisfacción no es suficiente para provocar los cambios que queremos. La investigación al gobierno de Trump puede o no concluir con su remoción o renuncia. Lo ejemplar es que sólo los resultados objetivos, datos duros y solidez que Mueller presente ante un juez y un jurado de ciudadanos, decidirán el destino de quien hoy tiene el más alto cargo del país más poderoso del mundo. El veredicto se determinará con base en si Trump violó o no las leyes que juró cumplir y defender.

 

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