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Francisco, la Iglesia católica y los migrantes

Gustavo Mohar

Gustavo Mohar

La elección del primer jesuita electo en la historia sorprendió y, a la vez, fue una muestra de la sensibilidad de la mayoría de sus pares sobre la necesidad de elegir una figura que en sí misma mandara un mensaje a su feligresía y a aquellos que se han alejado: reconocemos la necesidad de adaptarnos a las realidades del siglo XXI, estamos alejados de ellas, la pérdida de creyentes nos preocupa y reconocemos que hemos cometido serios errores. Además, su orden se caracteriza desde su fundación por su compromiso social, su congruencia con los principios de austeridad, trabajo y educación.

Desde su primer día, el nuevo Papa hizo claro su mensaje de austeridad, sencillez y apertura ante algunos temas tabú. Su personalidad cálida y carismática atrajeron no sólo a los creyentes, sino también se volvió noticia mundial. Sus declaraciones sobre las preferencias sexuales, la comprensión sobre los matrimonios mal avenidos y el divorcio, la excomunión a los mafiosos italianos, su denuncia sobre la vulnerabilidad de los migrantes indocumentados, lo distinguió en muy poco tiempo de su antecesor.

Como era de esperarse, su visita a nuestro país generó una gran expectativa, su doble rol como jefe del Estado Vaticano y líder de los católicos le imprimen un distintivo único: poder político y espiritual.

Por ello, sus discursos, declaraciones, gestos y actitudes dieron para todo tipo de interpretaciones: su dura crítica a los obispos mexicanos (“ustedes sabrán si se duermen en sus laureles”); que si criticó a los políticos y las élites que no quisieron verlo así o de plano no entendieron, que si se quedó corto en materia de derechos humanos, los desaparecidos o la pederastia, pero donde fue inequívoco fue en la defensa de los migrantes y de aquellos que los protegen y apoyan.

La imagen de Francisco en la línea fronteriza reflejó varias cosas: la importancia que los migrantes tienen para él y su iglesia, la binacionalidad del tema, la importancia que le atribuye. No pudo evitar en el vuelo de regreso a Roma hacer una dura crítica a Donald Trump por su idea de construir una muralla a lo largo de la frontera con México (“eso no es cristiano”).

La Iglesia católica ha jugado en Estados Unidos un activo papel en defensa de los migrantes: miles de curas, monjas y creyentes trabajan todos los días en pequeñas acciones en su orientación y defensa. Lo hacen en las iglesias, clínicas médicas, ante los tribunales para evitar su deportación, en apoyar la organización comunitaria y en la denuncia de los abusos cometidos por sus patrones o autoridades. 

En los 80, fueron activistas clave para lograr que el Congreso de Estados Unidos aprobara otorgar a cientos de miles  de nacionales de El Salvador un estatus especial, por el cual podían llegar y residir en ese país de manera temporal, con derecho a trabajar pero sin posibilidades de obtener su residencia o menos la nacionalidad estadunidense.

Recordemos que de 1980 a 1992, los salvadoreños sufrieron una auténtica guerra entre las fuerzas armadas y grupos paramilitares contra la guerrilla, que dejó 70 mil muertos civiles, devastó su economía y se estima que una cuarta parte de su población abandonó su territorio.

Se dio entonces en Estados Unidos una extraña coalición entre la Iglesia católica, las organizaciones promigrantes de la sociedad civil y la extrema derecha, unidos con un mismo objetivo pero por distintas razones: las dos primeras por razones humanitarias y la tercera por considerar que eran “víctimas del comunismo”, cabildearon para obtener los votos necesarios en el Congreso para autorizar el régimen migratorios especial para los salvadoreños.

Además, lo “temporal” se volvió en realidad permanente y hoy radican en Estados Unidos más de 212 mil nacionales de ese país.

Espero que el llamado del Papa no se pierda en el desierto de Arizona o en las engañosas aguas del Río Grande. Los tiempos que se aproximan en nuestro vecino del norte no auguran nada bueno para los once millones de indocumentados a los que se dirigió. La retórica republicana en la campaña por la presidencia ha calado hondo y obtiene sorprendente simpatía entre miles de votantes. Las deportaciones por el gobierno continúan, ahora concentradas en la comunidad centroamericana recién llegada (casi 36 años después de adoptarse el régimen especial para los salvadoreños, hoy son deportados a su país, clasificado como el segundo más violento en el mundo, sólo antecedido por su vecino, Honduras).

Asimismo, espero que las palabras del Papa jesuita no caigan en oídos sordos de los adustos obispos mexicanos que fueron exhibidos en sus riñas e intrigas, y se pongan a trabajar cada día en defensa de los migrantes nacionales y aquellos que cruzan por nuestro territorio. No generalizo, hay muchos curas, monjas y hasta obispos comprometidos en una labor discreta, cotidiana, admirable para proteger, orientar, consolar a esta vulnerable población, pero que se pongan el saco aquellos que con hablar creen que ya cumplieron.

Twitter: @Gustavo Mohar

 

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